Según un reportaje publicado por la revista colombiana Cambio, en la ciudad de México, en Bogotá y en San Vicente del Chaguan (uno de los centros neurálgicos de la guerrilla colombiana) existe un acuerdo de intercambio de armas proporcionadas por el cártel de Tijuana a cambio de cocaína proporcionada por las FARC . De acuerdo al reportaje Carlos Charry, médico colombiano, llegó a México, enviado por uno de los principales dirigentes de las FARC, Jorge Briceño, para organizar el intercambio de drogas por armas. No es la primera vez que existe este tipo de relación entre narcotraficantes colombianos y mexicanos.
El reportaje publicado por la revista colombiana Cambio, que dirige Gabriel García Márquez, sobre las relaciones entre el cártel de Tijuana y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, que reprodujo Proceso el pasado domingo, es francamente inquietante. Según este reportaje realizado por reporteros de esa revista dedicada sobre todo a la investigación, en la ciudad de México, en Bogotá y en San Vicente del Caguán (uno de los centros neurálgicos de la guerrilla colombiana) existe un acuerdo de intercambio de armas proporcionadas por el cártel de Tijuana a cambio de cocaína proporcionada por las FARC. Y es inquietante porque combina la peor sospecha prevaleciente sobre la politización del narcotráfico en México y la penetración del narcotráfico (algunos dirían reconversación al narcotráfico) de la principal organización guerrillera no sólo de Colombia sino de toda América.La historia, resumida, es la siguiente: un médico colombiano, Carlos Cherry Guzmán, llegó el 9 de agosto pasado a México. Este hombre es propietario de un clínica en San Vicente del Caguán, centro de la guerrilla y lugar donde se realizan las negociaciones gobierno-FARC. El día 28 fue detenido por la fiscalía antidrogas que encabeza Mariano Herrán Salvatti. Poco antes había sido detenido en Tijuana un hombre apodado Giovanni, considerado el reemplazante de El Mayel, Ismael Higuera, en la estructura operativa del cártel de los Arellano Félix. Ambos se habían reunido en los días anteriores para negociar el intercambio de armas por drogas.Según esta investigación, Carlos Charry había llegado a México enviado por uno de los principales dirigentes (y de los más duros) de la FARC, Jorge Briceño, apodado el Mono Jojoy, para organizar ese intercambio de drogas por armas. Como carta de presentación, Charry traía un disco láser en el cual se lo veía en San Vicente acompañado de Mono Jojoy. El enlace para la relación Tijuana-FARC era el senador Vicente Blel Saad. Además, en la documentación incautada a Ismael El Mayel Higuera (recordemos que al momento de ser detenido el jefe operativo del cártel de Tijuana estaba acompañado por dos mujeres colombiana, que fueron seguidas desde su llegada a México y que fueron las que llevaron a descubrir su paradero en Ensenada), se descubrió que la relación con Charry se mantenía desde hace varios años. Investigaciones posteriores a su detención permitieron conocer que desde 1998, las visitas de Cherry a México eran frecuentesCon esa información se siguió a Charry desde su llegada a México y se detectaron por lo menos tres encuentros del médico colombiano con Giovanni y otros hombres del cártel de Tijuana. Incluso el médico visitó en la cárcel de alta seguridad de Tijuana al propio Mayel. Días después fue detenido y a fin de noviembre se deberá determinar cuál es su situación legal en México.Como decíamos, esto confirma algo sobre lo que hemos insistido mucho en este espacio, y es la creación de una red de tráfico de cocaína que surge de las zonas controladas por la guerrilla colombiana en el sur de ese país, droga sale por avión pero sobre todo por barco (porque las guerrillas cada vez más aliadas, o convertidas en narcotraficantes, controlan también litorales) hacia el Pacífico, donde llegan a México por diferentes caminos: una parte se queda en Guatemala, cerca de la frontera con Chiapas e ingresa por tierra a nuestro país. Otra sube hasta Michoacán o sobre todo hasta Colima, de donde es trasladada por tierra hacia la frontera norte. Mucha entra a Estados Unidos por tierra pero también se han descubierto, como pudimos investigarlo en toda la zona del llamado triángulo de oro, donde confluyen los estados de Sinaloa, Durango y Chihuahua, o en Sonora, que se utilizan avionetas para pegar literalmente saltos en la frontera, con vuelos muy cortos, a muy baja altura, imposibles de detectar por radar en zonas de baja densidad demográfica. Las armas regresan por vías similares pero haciendo el recorrido inverso.No es la primera vez que existe este tipo de relación entre naroctraficantes colombianos y mexicanos. En los años 80, ambos fueron utilizados, paradójicamente por fuerzas de inteligencia de Estados Unidos, para la operación Irán-Contras, para aprovisionar de armas a la contra nicaraguense. Los narcotraficantes colombianos, ligados entonces al cártel de Medellín de Pablo Escobar, pagaban en Estados Unidos las armas que llegaban a México; los propios cárteles mexicanos, encabezados entonces por Miguel Ángel Félix Gallardo, las enviaban a Honduras donde las recibía un hombre de Escobar, Matta Ballesteros; ahí se concentraba también la cocaína que llegaba de Colombia, que regresaba a México en los mismo aviones que llevaban las armas. Y desde México la droga era introducida a Estados Unidos, que era precisamente de donde provenía la mayoría de las armas. El esquema es viejo entonces, y en él, como se comprobó en las investigaciones derivadas del asesinato del agente de la DEA, Enrique Camarena en 1985, en Guadalajara, estuvieron involucradas distintas agencias de inteligencia. Paradójicamente también, de ese tipo de actividades provino el involucramiento de muchos ex agentes de la DFS en el narcotráfico y presumiblemente también la protección, en muchos sentidos inexplicable (o demasiado explicable) que tiene el cártel de los Arellano Félix (sobrinos y herederos de Félix Gallardo) en sectores de inteligencia y seguridad estadunidense, sobre todo en el sur de California.Ahora la situación es diferente, pero en última instancia estamos hablando de casi lo mismo. Lo cierto es que se está comprobando un día sí y el otro también, el serio deterioro ideológico de las guerrillas colombinas desde que establecieron su relación, hace ya diez años, con el narcotráfico. Comenzaron con la protección de plantíos de los narcotraficantes a cambio de armas o dinero y terminaron descubriendo que era mucho más rentable tener sus propios sembradíos y laboratorios y utilizar las redes de los narcotraficantes para enviar la droga hacia México y Estados Unidos. Todo indica, ahora, que han dado otro paso y las guerrillas colombianas o sectores de ésta, están construyendo ya sus propias redes de distribución, estableciendo el peor escenario para ese país: la posibilidad de que el narcotráfico y la guerrilla, como en buena medida ya lo hace el gobierno estadunidense y lo refleja el Plan Colombia, sean identificados como un solo fenómeno. Las tentaciones intervencionistas y de salida exclusivamente militar entonces se acrecentarán.En nuestro caso desmiente algo que algunas autoridades siempre quisieron imponer: la tesis de que los narcotraficantes mexicanos no estaban “politizados”, que no les interesaban los juegos de poder y su relación con la política. Incluso esa fue una de las tesis de Francisco Molina, uno de los responsables del área de justicia y seguridad del equipo de transición de Vicente Fox para argumentar que el narcotráfico en México no era un desafío a la seguridad nacional sino un “asunto policial” (por cierto, durante estos días su contraparte, en el mejor sentido de la palabra, en el equipo de transición, José Luis Reyes, ha dicho una y otra vez que Fox asume que el narcotráfico sí es el mayor desafío a la seguridad nacional y que las fuerzas armadas se mantendrán por ende en el combate a esa actividad). Estos contactos demuestran que nuestros cárteles comprenden, están interesados y pueden establecer relaciones sofisticadas en el mundo de la política nacional e internacional. Y eso tiene innumerables implicaciones: por ejemplo, esa presunta “despolitización” del narcotráfico siempre fue utilizado para tratar de explicar porqué, durante muchos años, no se investigó esa vertiente en el asesinato de Colosio.