26-11-2014 El encuentro de ayer entre Carlos Navarrete y Cuauhtemoc Cárdenas es uno de esos ejercicios que se ven muy bien de cara a la opinión pública pero que terminan siendo vanos. Ni Navarrete hará cambiar de opinión al Ingeniero ni éste está dispuesto a hacerlo: Cárdenas juega sus cartas internas sabiendo que tiene peso y legitimidad personal pero que no tiene capacidad de control alguno sobre la estructura partidaria. Ese control lo tiene Nueva Izquierda, lo tiene Navarrete y cuando se reúna el Consejo Nacional de su partido lo volverá a poner de manifiesto.
En realidad, la oposición a los Chuchos en el PRD no alcanza ni siquiera a un tercio del partido. Ese es el problema de quienes quieren, como René Bejarano, formar un frente antichuchos que ya fracasó en las elecciones pasadas. Lo que están haciendo (y no deja de desconcertarme ver al ingeniero Cárdenas junto a Bejarano) es tratar de fomentar una crisis en su partido presentándose como una mayoría cuando, en los comicios internos, los primeros que pueden considerarse plenamente limpios en la historia del PRD, organizados y supervisados por el INE, fueron arrollados por Nueva Izquierda y sus aliados.
Se ha usado, para eso el tema Abarca y hay que reconocer que la operación política y la capacidad de reacción de la nueva dirigencia ante la crisis de Iguala fue lisa y llanamente un desastre. Primero se comieron esa mentira de que los jóvenes estaban escondidos en casas. Tres días después comenzaron el proceso de deslinde con Abarca pero se embarcaron en una defensa imposible de Angel Aguirre, que ahora tanto a ellos como a integrantes del gobierno los amenaza diciendo que puede “rebelar cosas”, cuando en realidad es incomprensible que no esté tras la rejas: quizás la detención de su custodia, el domingo, con armas de grueso calibre y equipo de comunicación, sin contar con permiso alguno para ello, sea una señal de que se comienza a acabar su impunidad. Y luego de casi un mes de defensa del gobernador entraron al juego de sus enemigos internos culpando al gobierno federal de lo sucedido, sin entender que en esa estrategia ellos eran las primeras víctimas.
Más tarde rectificaron pero las cosas ya habían cambiado, los equilibrios internos ya eran otros, por lo menos en el terreno mediático. Y eso sucede porque sus dudas son existenciales. No han tenido, hasta ahora y salvo un par de intervenciones de Jesús Ortega, la capacidad de operación para recordar que a Abarca lo llevó Lázaro Mazón, el hombre de López Obrador en Guerrero; que quien lo registró como candidato fue la corriente de Carlos Sotelo; que había un comité que se encargó de las candidaturas en el estado donde participó Nueva Izquierda pero también las otras corrientes; que a quien le presentaron la información sobre las relaciones de Abarca y Pineda con Guerreros Unidos fue a López Obrador en la propia Iguala y éste las desestimó y dijo “que había que apoyar a todos los candidatos”. Y que Aguirre no fue candidato de Nueva Izquierda, sino del grupo de Marcelo Ebrard. Que es una vergüenza que Leonel Godoy les esté dando clases de moral después de lo sucedido en su gobierno en Michoacán o que cuando Alejandro Encinas explique porque hizo ingresar a un narcotraficante como Julio César Godoy, hermano por cierto de Leonel, a la cámara de diputados en forma soterrada para darle fuero, estará en condiciones de exigirle a Nueva Izquierda que explique cómo llegó Abarca a la presidencia municipal de Iguala.
Tenían eso y mucho más para explicar y trabajar y no lo utilizaron. ¿Por qué?. Porque no terminan de asumir su identidad, porque no quieren romper o generar conflictos internos que justifiquen una diáspora, sin querer comprender que la misma ya está planteada y que sus adversarios internos si fracasan en el intento de quedarse con la dirección del PRD y con un número de candidaturas que va mucho más allá de su verdadera representatividad interna, eso es lo que terminarán haciendo: irse con Morena o estableciendo una alianza con ese partido.
Y eso se refleja en el tema de los vándalos que se denominan anarquistas. Rechazan los antichuchos la violencia, pero son los que cambiaron las leyes en el DF para que esos delitos no sean considerados graves; son los que pagan sus fianzas; son los que les ponen abogados defensores y los que ahora dicen que se trata de presos políticos. Ahí tienen que deslindarse los Chuchos y confirmar el nuevo perfil que habían ganado y ahora perdieron. Debe ser una izquierda se define a partir de las causas que defiende y allí es donde Nueva Izquierda tendría que tratar de marcar la diferencia.
Mala leche
Liconsa está haciendo un magnífico trabajo con profundas implicaciones sociales. Quizás por eso la guerra contra sus directivos está más viva que nunca. Pero es una guerra fraticida que tiene origen en Oaxaca, en la pelea por la candidatura priista.
Jorge Fernández Menéndez