09-12-2014 Dice Felipe de la Cruz, vocero de los familiares de los jóvenes desaparecidos en Iguala que seguirán su lucha porque, pese a las pruebas presentadas en contrario, “los chicos siguen vivos”. No es verdad, los chicos no siguen vivos: fueron secuestrados, asesinados e incinerados. Y los restos arrojados a un río. Es terrible pero fue así y la confirmación de que uno de los pocos restos rescatados pertenecen a Alexander Mora, es también la confirmación de lo que se quiere negar en algunos casos porque sirve como un mecanismo psicológico para no enfrentar la magnitud de la tragedia, pero por la otra como un instrumento de manipulación política de algunos familiares y de la opinión pública.
Los jóvenes fueron asesinados y no los mató el gobierno federal, como dicen una y otra vez estos grupos. En realidad, la investigación de la PGR es la que ha permitido conocer el verdadero destino de esos 43 jóvenes. Llama profundamente la atención de que Felipe de la Cruz o el abogado de los familiares, Vidulfo Rosales, no hayan hecho una sola condena de los verdaderos responsables del secuestro y muerte de los jóvenes, que no son más que las autoridades de Iguala, el gobierno del estado y sobre todo los grupos criminales que operan con complicidad con esas mismas autoridades. Grupos criminales que, hay que decirlo, infiltraron también la normal de Ayotzinapa, en el contexto de la guerra entre los cárteles de los Rojos con los Guerreros Unidos, uno de los elementos que catalizó la tragedia.
Una normal que, como la cada día más controvertida CETEG, que engloba a parte de los maestros de Guerrero, los ligados a la Coordinadora, también tenía y tiene una fuerte influencia de grupos armados en su operación. Una CETEG que cada día realiza acciones más violentas e irresponsables apostando, sin el menor asomo de duda, a la confrontación directa con las autoridades. Los hechos de Tlapa el sábado, con personas secuestradas, incluyendo un diputado, vejadas públicamente y con una lógica de operación tomada de quienes fueron los ideólogos de estos grupos, como Sendero Luminoso, confirman tanto ese perfil radical como los datos publicados sobre la relación de los dirigentes de la CETEG con distintos grupos armados.
El 29 de septiembre, cuando se comenzaron a conocer los hechos, escribimos en este espacio que las policías de Iguala y de Guerrero, lo mismo que el gobierno local eran impresentable, pero que también lo era el accionar político de la normal de Ayotzinapa y que en esa confrontación estaba el germen de la violencia. Por supuesto que ello no puede justificar de ninguna forma la matanza, pero tampoco puede justificar una política irracional que llega incluso a negar los hechos, la propia suerte corrida por los jóvenes cuyos líderes hasta el día de hoy no nos han podido explicar, ni a nosotros ni a los familiares, porqué y para qué los mandaron esa noche a Iguala.
El domingo cuando hablaba en Guadalajara, el presidente del Uruguay, el admirable José Mujica, fue interrumpido con gritos sobre Ayotzinapa, pidiendo que los regresaran vivos. El presidente Mujica, que fue miembro de la dirección de los Tupamaros en los 70, un hombre de acción que fue detenido, torturado y encarcelado en condiciones terribles, inhumanas, durante años, les contestó que debían buscar “a los normalistas en sus corazones”. Es verdad: hay que buscar a esos jóvenes en los corazones para comprender y encontrar a muchos más que son parte de la tragedia cotidiana de la violencia que azota Guerrero. Hay que buscarlos en y con los corazones porque, lamentablemente, los muchachos no, no están vivos.
La Cumbre veracruzana
Uno de esos recuerdos indelebles que tengo como reportero fue cuando hace casi 24 años, en julio del 91, se realizó la primera cumbre iberoamericana en Guadalajara. Era inédita y se daba en una coyuntura de una suma de fuertes liderazgos en México y en la región, en un mundo que estaba cambiando, a meses de la caída del muro de Berlín. Fue un evento extraordinario que, un año después, al cumplirse los 500 años de la llegada de Colón a América, fue celebrado con otra cumbre notable en Madrid. Pero, desde entonces, las cumbres fueron declinando e incluso de muchas de ellas lo único que quedó fueron anécdotas, como el enfrentamientos que tuvieron el rey Juan Carlos y Hugo Chávez.
La cumbre que comenzó ayer en Veracruz no generará las mismas expectativas que aquellas dos primeras que quedaron en la historia, pero será recordada porque en un momento de crisis y de cambios profundos, vuelven a juntarse, a reconfigurarse, los liderazgos en la región. También por la excelente organización de los anfitriones: Veracruz sigue siendo un destino notable y ello, sumado al brillo de los juegos centroamericanos, deberá ser calificado como un éxito para el propio presidente Peña Nieto, de los pocos en estos meses de malas noticias, y para el gobernador Javier Duarte que se hizo personalmente responsable de ambos eventos.
Jorge Fernández Menéndez