17-03-2015 El auge de los regímenes políticos bolivarianos o a los que algunos llamaron una nueva izquierda latinoamericana (aunque de izquierda tuvieran poco, de nuevo menos y sí mucho del más tradicional populismo de la región) se dio de la mano con el aumento de los precios del petróleo y de las materias primas hasta niveles históricos. Se dio también, y no es un dato político, económico o de seguridad menor, mientras Estados Unidos vivía el desastre de los últimos años de George W. Bush y las consecuencias de la crisis de 2008-09 que dejaron en entredicho incluso su papel en los nuevos equilibrios globales: la superpotencia, decían muchos, aunado a lo que ocurría en Irak y otras regiones del medio oriente, había dejado de serlo.
En ese contexto, la atención de Estados Unidos hacia América latina, incluyendo México, fue poco menos que testimonial. Y los países de esa nueva izquierda: Venezuela en primer lugar, Ecuador, Argentina, Bolivia y Brasil, con Cuba, empobrecida pero apadrinando políticamente esos regímenes, no necesitaban, tampoco de Estados Unidos. Los lazos económicos se establecieron sobre todo con China, con Rusia y hasta con Irán y otras naciones, cuyos verdaderos intereses están muy lejos del continente.
Pero los ciclos de la historia siempre se terminan cumpliendo. Si algo caracterizó a esos países (desde Cuba hasta Venezuela, pasando por Brasil y Argentina), fue un pésimo manejo económico que despilfarró los recursos obtenidos en políticas populistas (y por lo tanto represivas para sus adversarios), en un desenfreno de corrupción, que dejaron, a la vuelta de pocos años, sus economías en quiebra y sus regímenes en profundas crisis de aceptación. El esquema lo conocemos, es casi una calca del que vivimos en México durante los regímenes de Luis Echeverría y José López Portillo.
Este fin de semana para tratar de seguir conservando el poder de cara a las elecciones de fin de año, Nicolás Maduro, cuyos índices de aceptación están por debajo del 20 por ciento, con una economía que caerá este año cerca del 10 por ciento, con sus opositores detenidos en condiciones inhumanas y con su policía autorizada a disparar contra manifestantes opositores, se quedó con la suma del poder público y la posibilidad de gobernar por decreto para enfrentar, dice, “el golpismo de Estados Unidos”. En realidad es para tratar impedir que el país se le termine de ir de las manos, algo casi imposible de evitar siguiendo el mismo curso de las cosas.
En Brasil ayer salieron a la calle más de un millón de personas para rechazar las políticas económicas del gobierno de Dilma Rousseff y sobre todo para protestar por la corrupción destapada con las investigaciones sobre el caso Petrobras, que demostró como miles de millones de dólares fueron a parar a manos de Partido del Trabajo, en el poder y de sus aliados.
En Argentina, el gobierno de Cristina Fernández, que tiene elecciones en octubre y no ha podido construir siquiera una candidatura oficialista, se encuentra en una profunda crisis que la situación económica del país es cada día más precaria. Pero lo que ha detonado la crisis política es la muerte de Luis Alberto Nisman, fiscal especial sobre el caso AMIA, un mutual judía dinamitada en 1994 por agentes de inteligencia iraníes en Buenos Aires. Nisman apareció muerto en su domicilio cuatro días después de que inició un proceso penal contra la presidenta Fernández y otros funcionarios, acusados de proteger a los autores del atentado a cambio de un convenio petrolero con Irán. Por cierto, el domingo la revista Veja, la más influyente de Brasil, publicó una investigación, con testimonios de ex funcionarios venezolanos, que aseguran que fue el propio Hugo Chávez quien hizo de intermediario entre Irán y Argentina para la firma de ese acuerdo.
¿Cuál ha sido la ecuación que cambió las cosas?. Varias: desde la caída de los precios del petróleo y las materias primas hasta las delirantes políticas económicas de esos países. Pero no es nada menor el hecho de que Estados Unidos ha salido de su propia recesión y su economía se ha vuelto a convertir en el motor de la mundial. La economía estadounidense creció a un promedio de 2.8 por ciento en los dos últimos años. Desde el 2010 han creado 11 millones de empleos. Y su autosuficiencia energética es ya, prácticamente, un hecho. Ningún país industrializado puede presumir, hoy, de esos números.
Y entonces Venezuela, Cuba, Ecuador, Argentina, Brasil, con todas sus diferencias, que las tienen a nivel social y político, han quedado descolocados geopolíticamente, con el agregado de que sus recientes socios (China, Rusia, Irán) están ocupados en sus propias zonas estratégicas. Viene un cambio de era en América latina donde los países de la alianza que forman México, Colombia, Costa Rica, Perú y Chile tendrán un espacio en el concierto regional mucho mayor al actual. Por eso mismo, ante la crisis venezolana tendrían que jugar un papel mucho más relevante.