21-04-2015 Mientras haya mercado, y ese mercado es de varios miles de millones de dólares al año, seguirán existiendo, operando y tratando de maximizar sus ganancias. Algunos lo hacen con mayor inteligencia y capacidad de operación, otros quieren imponer su ley con la violencia, y la mayoría terminan expoliando a la población con secuestros, extorsiones, pagos de piso y robos. No se van a erradicar, por lo menos en mucho tiempo, las organizaciones criminales y obviamente tampoco sus capos. Eso lo sabe el Estado mexicano y cualquier otro que se haya enfrentado al desafío del narcotráfico: el tema no es, más allá de discursos, erradicar un fenómeno que tiene otro tipo de raíces. El punto es impedir que esos grupos, esos capos, rompan la gobernabilidad y se conviertan en los controladores de territorios y regiones.
Lo ocurrido el fin de semana en Reynosa y Chihuahua de alguna forma ilustra todo este proceso en el que los avances y retrocesos se deben analizar desde una perspectiva más amplia, viendo más hacia el largo plazo. Fueron detenidos dos de los capos más importantes del narcotráfico, esos que son poco conocidos porque fueron subiendo en la estructura criminal mientras asesinaban a sus jefes y competidores o éstos eran detenidos o eliminados por las fuerzas de seguridad. A uno le dicen el Gafe, al otro El Chuyín, uno era el líder del cártel del Golfo, el otro se había quedado con el control del cártel de Juárez luego de la caída sucesiva de varios de sus principales jefes. Uno fue detenido, el viernes, el otro el sábado.
Los dos habían impuestos la violencia en los territorios que controlaban. La diferencia es que en Chihuahua, el Estado había logrado en los últimos años recuperar la gobernabilidad y, por ende, la capacidad de reacción del cártel ha sido menor, mientras que en la franja fronteriza de Tamaulipas, la propia desarticulación de los grupos ha provocado un altísimo grado de violencia, como se escenificó el viernes en Reynosa.
La caída de José Tiburcio Hernández, El Gafe, junto con varios de sus operadores en Reynosa, generó enfrentamientos inéditos, con más de 60 sicarios intentando durante horas rescatar a su jefe. La violencia fue la norma de El Gafe. Así se convirtió en capo: matando a todos sus rivales, a los externos y dentro de la propia estructura criminal. Así también reaccionó su gente. Y en eso existe también una norma: cuando más violentos son los grupos a la larga más débiles son. Está ocurriendo con el cártel del Golfo ahora y ha sucedido antes con los Zetas y la Familia, los paradigmas de la violencia en México.
La caída de Jesús Salas Aguayo, el Chuyín, se dio luego de una persecución en varios ranchos de Villa Ahumada. Si bien el Chuyín era el responsable del resurgimiento de la violencia en los últimos meses en toda esa región, luego de la caída de muchos de los jefes del cártel de Juárez y del grupo de pandilleros a sus servicio llamado La Línea, Salas Aguayo fue subiendo, diríamos que por el escalafón del cártel, su intención no era acabar con sus rivales internos sino reestructurar ese cártel que, con su caída, vuelve a quedar seriamente comprometido.
¿Qué viene ahora?. En Tamaulipas seguirá la lucha entre estos grupos, relativamente pequeños, comparados con lo que fueron algunas vez el cártel del Golfo o los Zetas, pero terriblemente violentos. En Juárez, más temprano o más tarde, el cártel de Sinaloa o alguno de sus socios se quedará con el control, porque el de Juárez está cada día más debilitado.
El cártel de Sinaloa sigue siendo el más estable en su operación y negocios pese a la caída del Chapo Guzmán y de que no tiene la capacidad de expansión del pasado. El cártel Jalisco Nueva Generación, es el que más crece, el aparentemente más poderoso, aunque dudo que supere al de Sinaloa, con el que mantiene buenas relaciones, pero sin duda uno de los que cuenta con mayores recursos y ambición de control territorial y político (algo que sus semi socios de Sinaloa hacen de forma mucho más sobria e inteligente). Por eso se han convertido en un objetivo y están recurriendo cada vez más a la violencia. Nadie sabe qué ocurrirá con los Templarios y con los Zetas: por supuesto que pueden regenerarse, pero ya nunca serán lo que eran. Y sus territorios pueden ser ocupados por añejos o nuevos rivales. Lo que no puede suceder es que, viejos o nuevos cárteles, se conviertan en dueños y señores.