22-06-2015 Detrás de la pregonada incorruptibilidad de ciertos personajes de la política se terminan escondiendo, en demasiadas ocasiones, formas de corrupción no sólo en el ámbito político sino personal. Me asombró leer el viernes en La Razón sobre una manifestación en el Monumento a la Madre encabezada por dos diputadas perredistas que le reclaman a Martí Batres, presidente nacional de Morena y quien suele acusar de corruptos a todos sus adversarios, que pague la pensión alimenticia de los hijos que tuvo con cada una de ellas.
Las diputadas perredistas Cristina Iseme Gaytán y Cecilia Olivos Santoyo, tuvieron hijos con Martí Batres, no son sus parejas actuales y no sé el tipo de relación que sostuvieron en su momento, pero no lo juzgo: cada quien puede y debe vivir su vida como lo considere más conveniente, mientras no dañe a los demás. El problema es que aquí sí hay daño: hay niños que no reciben una pensión alimenticia de su padre. No crea usted que es una caso de separación tipo Jorge Vergara y Angélica Fuentes que se reclaman entre sí miles de millones de pesos. Lo que le piden las dos señoras a Martí es que pague una pensión alimenticia de 5 mil pesos mensuales, prácticamente nada, para cubrir los requerimientos más elementales de sus hijos.
Pero, según sus ex parejas, Batres no aporta esa pensión alimenticia argumentando que como presidente de Morena él no percibe salario alguno. Es una mentira descarada y que no se sostiene simplemente observando el tren de vida que ha mantenido Batres a los largo de todos estos años y las posiciones que ha ocupado en el PRD y en el gobierno capitalino. Todos sabemos que el amor se puede acabar, todos (o muchos) hemos sufrido separaciones o divorcios, pero no hay cosa que me parezca más machista y mezquino que desatender las necesidades y las responsabilidades que uno asume con los hijos producto de esas parejas, y en ocasiones, cuando lo amerita, con quien fue en algún momento su compañera de vida.
Es una tara presente en muchos de los hombres en nuestro país que constituye una de nuestras principales lacras sociales: nuestros divorcios o separaciones suelen ser turbulentos y marcados por el rencor; muchos hombres (y también algunas mujeres) esconden sus ingresos de forma brutal con tal de disminuir al mínimo posible lo que le tienen que dar por ley a sus hijos, si es que les dan algo; tratan (en muchas ocasiones con apoyo de la propia justicia) de quitarle todo a sus ex mujeres. Es verdad que en muchas ocasiones, esas rupturas pueden ser traumáticas, pero el abandonar hijos, hayan nacido dentro o fuera del matrimonio, me parece un acto de corrupción personal, moral, ética, mucho más grave incluso que la corrupción con recursos públicos.
Ese tema de querer mostrarse (porque no lo son) como políticos pobres y por ello mismo incorruptibles, parece otra de las taras de ciertos sectores de nuestra llamada izquierda. Hace unos años escribí un texto que fue divulgado una y otra vez (con agregados con los que siempre coincidía que cada lector le colocaba cómo y cuándo quería) que se llamó ¿de qué vive López Obrador?. Era y es una pregunta legítima: un hombre que ha buscado la presidencia de la república dos veces (y que se apresta a buscarla nuevamente) debe decirnos, como mínimo, de qué y cómo vive, cuáles son sus ingreso y de dónde provienen, sobre todo si asumimos que no tiene ningún trabajo remunerado. Desde que dejó el PRI de Tabasco en 1987, no se le conocen, salvo los cinco años que fue jefe de gobierno capitalino, trabajos remunerados a López Obrador. Ha sido presidente del PRD, candidato presidencial, ahora encabeza Morena, pero no sabemos de qué viven él, su familia, sus hijos. Ni siquiera sabemos con claridad dónde viven. Nunca hemos visto su declaración patrimonial, mucho menos una fiscal. No veo ningún problema, al contrario, en que un líder político, sobre todo de su peso, tenga un ingreso lo suficientemente alto como para vivir con cierta holgura. Lo que sí es un problema es que López Obrador o Martí nos digan que no tienen ingresos, y mucho peor que en el caso de Batres se niegue a pagar una pensión alimenticia a sus hijos, de apenas cinco mil pesos mensuales, argumentando que vive en la indigencia.
Pero las corrupciones nunca vienen solas, aunque a veces se las quiere ocultar. En la historia de Martí Batres hay que recordar lo sucedido con la tristemente célebre leche Betty que se entregaba por el anterior gobierno capitalino a los consumidores más pobres y que tuvo que ser retirada porque ese líquido blancuzco no tenía leche pero sí materia fecal. O cómo se hizo fraude desde la secretaría de desarrollo social, cuando la encabezaba Batres, con los vales para uniformes escolares.
Todo eso me parece vergonzoso. No se trata de decirse de izquierda o derecha. Mucho menos de hurgar en las camas buscando pecadores, algo sencillamente innoble. De lo que hablamos es de machistas y desobligados.