11-08-2015 Durante meses los medios se habían preguntado que se iba a hacer con Manlio Fabio Beltrones: ya tenemos respuesta y el ex coordinador de los senadores y los diputados será, contra la previsión de muchos, el próximo presidente del PRI. Pero la pregunta que nos debemos hacer ahora es qué sucederá con otro personaje notable, el rector José Narro Robles, que termina su responsabilidad al frente de la Universidad Nacional en noviembre.
En el escenario político hay pocos, muy pocos hombres como Narro. No sólo por su experiencia administrativa y de gobierno: ha sido, además de secretario general de la UNAM y luego rector, desde subdirector del IMSS hasta subsecretario de salud, desde presidente de la fundación Siglo XXI con Colosio hasta subsecretario de gobernación en los tiempos turbulentos posterior al asesinato de Luis Donaldo. Pero más allá de eso, es de los hombres que por su perfil ideológico y su trabajo cotidiano, ha creado un puente entre sectores del PRI y de la izquierda moderada (y también con otros sectores, incluyendo los empresariales) como prácticamente ningún otro. Narro puede ser un futuro secretario de Educación Pública de excelencia pero también un operador privilegiado del gobierno federal o de una administración como la de Miguel Mancera. Puede ser un aspirante a gobernar una ciudad como el DF o su natal Coahuila. Puede ser miembro del gabinete o un político independiente con enorme influencia.
Cuando en noviembre concluyan sus ocho años enfrente de la Universidad Nacional debería poder optar entre muchas y muy diversas cartas. Y son muy pocos los que pueden legítimamente tener esas posibilidades.
La UNAM es un espacio privilegiado y una bomba de tiempo. Cualquier mal movimiento político puede hacerla estallar y Narro durante 16 años (los de José Ramón de la Fuente, del que fue el principal operador, y los ocho suyos como rector) ha logrado mantener los equilibrios en una casa de estudios con cientos de miles de alumnos, académicos, trabajadores de todos los orígenes y corrientes políticas, con áreas de excelencia y educación de élite y otras marcadas por una participación masiva hasta la asfixia, donde conviven centros de ciencia genómica de vanguardia con los vándalos que tienen ocupado el auditorio Ché Guevara. No es sencillo hacerlo: recordemos que De la Fuente y Narro llegaron a la UNAM cuando esa casa de estudios estaba en medio de una huelga que la tuvo paralizada durante todo un año. En ese largo periodo, desde 1999 hasta ahora, el PRI se fue y regresó a Los Pinos; hubo dos presidentes panistas que no provenían de la UNAM; gobernó la ciudad un López Obrador, que quería una Universidad Nacional mucho más militante, pero la UNAM soportó sin conflictos serios los procesos electorales del 2006 y el 2012. Y durante esos años, a pesar de todos sus pesares, la Universidad Nacional siguió siendo una de las casas de estudio más importantes de América latina. No es un logro exclusivo de Narro, pero muy pocos pueden exhibir esos resultados.
Entonces, antes de concluir el año, el presidente Peña, el jefe de gobierno capitalino Mancera y el sistema político en el país tendrán que decidir que hacer, qué ofrecerle al rector Narro. Y tendrá que ser un papel protagónico en el escenario nacional: no nos sobran hombres (o mujeres) de Estado, tolerantes, dialoguistas, progresistas e inteligentes, pero además, con experiencia y resultados.
Por cierto, la sucesión en la UNAM ya está abierta. Habrá muchos aspirantes que al final serán muy pocos. En principio sin duda despunta el ex secretario general de la Universidad y ex subsecretario para América del Norte de la SRE, Sergio Alcocer, un ingeniero, discípulo, por cierto, del propio Narro.
Narvarte y las libertades
El terrible asesinato de cuatro mujeres y del reportero gráfico Rubén Espinosa en un departamento de la colonia Narvarte no parece ser, según el curso de las investigaciones, un caso relacionado con las amenazas que Espinosa y otra de las víctimas habían recibido en Veracruz. Pero más allá de eso resulta más que preocupante que en toda esa dinámica, un porcentaje tan alto de comunicadores, ni hablemos de las redes sociales, se haya lanzado a manejar hipótesis sobre el móvil de esos asesinatos, sin contar siquiera con información elemental sobre el mismo, ideologizándolo en tal forma que se podrían comprometer las propias investigaciones, y por ende la justicia para las víctimas. Pero también, en ese entorno, resulta incomprensible que el gobierno de Veracruz no dé respuestas, no tenga siquiera una narrativa que ofrecer para desmentir las acusaciones que le llovieron (y le vienen lloviendo desde hace meses) con la muerte de Espinosa y de otros comunicadores. No se percibe que la muerte del fotoreportero tenga relación con su desempeño profesional, pero nada puede justificar tanta indiferencia gubernamental ante esas acusaciones.