Comenzamos el milenio en este nuevo Milenio Diario que es motivo de orgullo y de compromiso con usted. Un 2000 que tendrá, en el ámbito político, un solo eje: las elecciones del 2 de julio que definirán, quizá como ninguna otra desde la revolución, el rostro futuro del país.
Comenzamos el milenio en este nuevo Milenio Diario que es motivo de orgullo y de compromiso con usted. Un 2000 que tendrá, en el ámbito político, un solo eje: las elecciones del 2 de julio que definirán, quizá como ninguna otra desde la revolución, el rostro futuro del país.
El escenario electoral desde el que partimos este primero de enero, muestra dos niveles, marcados por lo que buscan cada uno de los partidos y sus candidatos, hacia dentro y hacia de sus propias estructuras. El 99 fue un año muy complejo para todos los partidos del que resultó, para sorpresa de muchos, un fortalecimiento del priismo y un fraccionamiento, mayor al estimado, de las oposiciones.
En agosto pasado el escenario era otro: el PRI encarnaba su proceso de selección interno de candidato presidencial, con muchos problemas, con un Roberto Madrazo que estaba por encima de Francisco Labastida en las encuestas y con la amenaza de la división pendiendo como una espada de Damocles sobre el sistema político. La oposición estaba en la búsqueda de una candidatura única que le diera un jaque mate definitivo al priismo. Pero la mezcla de las ambiciones particulares, con un constante subestimación de la capacidad del sistema de disciplinarse internamente, terminaron tanto con la posibilidad de la candidatura única como con el escenario más benéfico para las oposiciones. Al iniciarse este 2000, luego de la primaria del 7 de noviembre, Francisco Labastida, está al frente de las encuestas y ese hecho, ya lo vimos en las jornadas parlamentarias de fin del año pasado, ha modificado, incluso, las posibilidades de acuerdos y amarres del oficialismo con algunas fuerzas de la oposición, sobre todo con los partidos pequeños.
Para el 2 de julio falta mucho, pero en el nuevo escenario las apuestas parecen ser claras: Labastida y el priismo, ya saben que no tendrán rupturas internas significativas y lo que buscarán es recuperar el control de la mayoría parlamentaria en el congreso, Para ello necesitan el 42 por ciento de los votos y más de la mitad de los 300 distritos en disputa. Si no los alcanzan pero ganan la elección, como ya lo comenzamos a observar este fin de año, operarán alianzas con los partidos menores que mantengan el registro, aunque ellos lo hayan obtenido mediante sus respectivas alianzas con los principales partidos opositores (y, mediante el sistema de acuerdos que estos establecieron tanto con el PAN como el PRD, prácticamente todos los mantendrán) o a través de candidaturas autónomas como las de Porfirio Muñoz Ledo o Gilberto Rincón Gallardo. Ahí está uno de los secretos de la gobernabilidad que buscará el priismo en el próximo sexenio si gana las elecciones.
Pero el mayor enemigo que tiene Labastida es la excesiva confianza que muestran muchos de sus partidarios que el 7 de noviembre era un simple trámite y en agosto se encontraron con que Madrazo estaba arriba en las encuestas. El resultado tan contundente del 7 de noviembre puede hacer olvidar lo ocurrido y sería un grave error: primero, porque obviamente el sentido de la disciplina no funcionará ni con Fox ni con Cárdenas; segundo, porque las heridas de la batalla interna aún no han terminado de cerrar: el labastidismo debe tener mucho cuidado en dos procesos: la selección de sus candidatos, sobre todo para gobernador en los estados en los que ese proceso ya está en marcha y en los cuales, existen aún muchas disconformidades (en buena medida porque los cambios en el priismo nacional aún no concluyen y hay espacios con poco control partidario, el mejor ejemplo de ello es Chiapas) y en las luchas subterráneas de los grupos de poder: ahí está la lucha soterrada que está dando el grupo labastidista contra el hankismo, que se caracterizó por su apoyo a Madrazo en la primaria priista. Un tercer aspecto al que el propio Labastida deberá prestar atención es a las diferencias internas en su equipo. Después del 7 de noviembre éstas se han atemperado pero no han desaparecido.
En el caso de Vicente Fox su apuesta se complicó porque confió, como le sucedió a Cuauhtémoc Cárdenas, en que habría una ruptura en el PRI que finalmente no se produjo. Ese hecho, más algunas declaraciones desafortunadas y el conflicto con Diego Fernández de Cavemos, sumados a que bajó su nivel de presencia pública desde que abandonó la gubernatura de Guanajuato, propiciaron una caída de Fox en las encuestas. Sobre sus posibilidades se siguen manejando dos hipótesis: una, que Fox ha llegado ya a su techo electoral y que no perderá más votos pero que difícilmente podrá pasar del 30 por ciento.
Otra, entre ellos el propio Fox, consideran que está en condiciones de presentarse como la alternativa viable de la oposición propiciando que, ya enterado en su fase final el proceso electoral, otros candidatos menores le brinden su apoyo.
Lo cierto es que Fox está enfrentando una triple batalla en estos momentos: por una parte contra el priismo; por la otra contra un Cárdenas que lo sigue percibiendo más como un enemigo que como un aliado potencial (un hombre con el sentido de la historia de Cárdenas será muy difícil que olvide en este último tramo de su carrera política que el PAN, con Manuel Gómez Morín, surgió como una reacción opositora contra el gobierno de Lázaro Cárdenas), pero también de muchas fuerzas internas del PAN que siguen observando con desconfianza a Fox y que siguen rumiando aquella advertencia de hace varios años de Luis Hasta. Álvarez sobre el peligro de ganar el poder y perder el partido. Por eso, el guanajuatense realizará antes de comenzar formalmente su campaña, cambios en su equipo y en su discurso, pondrá el eje en propuestas más concretas y buscará fortalecerse en áreas donde el voto panista es muy insuficiente, como en el sureste.
Cárdenas está abajo en las encuestas, pero su equipo más cercano quiere repetir el fenómeno del 97: en diciembre del 96, Cárdenas en el DF estaba tercero, con unos 19 puntos en los estudios de opinión: el 6 de julio de 97 ganó con mayoría absoluta la capital. Pero ni el país es el DF, ni sus adversarios son Del Mazo y Castillo Peraza, ni el PRD y el propio Cárdenas ha logrado crecer en los últimos meses en las encuestas: lo ayudaron, sobre todo, el gobierno de Rosario Robles en la capital que ha tenido, sin duda, muchos más aciertos que errores (sobre todo si lo comparamos con lo realizado en los dos años anteriores), también la elección de Andrés Manuel López Obrador como candidato en la capital. Falta por ver cómo articula Cárdenas un equipo y una campaña que aún siguen sin funcionar adecuadamente. Pero hay más: en el PRD existe conciencia de que el 2 de julio no sólo está en disputa la presidencia de la república sino también la propia herencia en el perredismo en el caso de que Cárdenas no gane esa elección. Y en ese sentido, para el PRD, conservar el DF se ha convertido en un objetivo primordial, incluso, para muchos de sus dirigentes, más importante, dadas las condiciones de competencia, que la propia elección presidencia.
Falta mucho para el 2 de julio, pero la mesa ya está puesta.