05-11-2015 Este fin de semana el PRD elegirá a su nueva dirigencia y, salvo que haya algún cambio demasiado repentino en la correlación de fuerzas internas, Agustín Basave será su nuevo presidente nacional. Es una designación extraña porque Agustín, un hombre inteligente y que merece, por otra parte, todo mi respeto, no era hasta hace muy poco siquiera militante del partido y además porque, según los estatutos aprobados, quedaría en esa posición apenas hasta 2017.
No entendía la decisión cuando se planteó inicialmente y tampoco la entiendo ahora. He leído textos interesantes de Agustín (el más reciente publicado en El País) sobre qué tipo de izquierda quisiera construir, pero no creo que eso se pueda lograr desde la presidencia nacional del PRD, una posición que demanda enorme trabajo interno y que deja de lado, para otros, la elaboración intelectual y programática, más aún con el fraccionamiento interno y la ausencia de rumbo que aquejan a ese partido.
Un reflejo de esa falta de rumbo es la insistencia que se muestra en el propio Basave y en otros dirigentes, como Carlos Navarrete, en formar hacia el 2018 un “polo de izquierda” que hoy no puede ser entendido como otra cosa más que una alianza con Morena, un partido que no sólo ha dividido al PRD sino que está boicoteando, junto con sus aliados y satélites, la labor de gobierno en todo espacio que controle el PRD, pero además lo hace desde la violencia y la ruptura institucional, exactamente la imagen contraria que se supone quiere dar el nuevo perredismo del que habla Basave.
Los ejemplos sobran: en el DF, todos los partidos representados en la ALDF tuvieron que publicar un desplegado esta semana denunciando las mentiras de Morena en ese organismo y la intención manifiesta de boicotear, impedir, el funcionamiento de la Asamblea. En el Distrito Federal todas las grandes obras de infraestructura del gobierno capitalino se han encontrado repentinamente con grupos de vecinos (que en muchos casos no son tales pero en todos sí son militantes de Morena) que quieren obstaculizarlas con los argumentos más banales. Los nuevos delegados de Morena han denunciado (mediática pero no penalmente) a sus antecesores perredistas. En Azcapotzalco, una muestra más de la honestidad valiente, en el equipo de gobierno del nuevo delegado, Pablo Moctezuma, hay cinco funcionarios que tienen órdenes de aprehensión por todo tipo de delitos… pero denuncian la corrupción de sus antecesores.
En Tabasco, como el gobernador Arturo Núñez se negó a entregarle ilegalmente dinero a Morena, lo han colocado también en la lista de la mafia en el poder. La más reciente decisión de Morena incursiona abiertamente en un hecho delincuencial organizado. Han comprado 20 camionetas y contratado a 60 miembros del SME para recorrer el estado y reconectar la luz a todas las viviendas a las que se les haya desconectado por falta de pago, un movimiento que el propio Andrés Manuel López Obrador inició en las lejanas épocas en que Roberto Madrazo le ganó la gubernatura del estado. Es un doble delito: impulsar el no pago de un servicio público y, además, volver a conectar a quienes no cumplan con esa obligación. ¿Ése es el bloque de izquierda moderna que se quiere construir?
En Morelos, al gobierno de Graco Ramírez lo han hostigado desde Morena de todas las formas posibles. En Michoacán, Silvano Aureoles está en línea de confrontación tanto con Morena como con los grupos de la Coordinadora y de normalistas que trabajan con ellos. Se han librado 90 órdenes de aprehensión por diversos delitos contra sus dirigentes. En Oaxaca, Gabino Cué ya ha actuado contra la Sección 22, que recibe apoyo y tiene una oferta de alianza estratégica de parte de Morena. En el Senado y la Cámara de Diputados, la gente de López Obrador continúa dentro de los grupos parlamentarios del PRD y contribuyen a que no exista una voz homogénea de ese partido en el terreno legislativo.
Mientras tanto, el PRD permite que sus bases hagan movilizaciones para liberar al alcalde de Cocula, Guerrero, actualmente arraigado por haber sido detenido junto con el líder de Guerreros Unidos en Cuernavaca mientras departían con armas, alcohol y drogas por delante. O en el Congreso se impulsa la candidatura de Porfirio Muñoz Ledo a la Belisario Domínguez, un hombre que, más allá de su talento natural, fue cercanísimo a Echeverría y defendió a Díaz Ordaz por la matanza de Tlatelolco, que fue fundador del PRD, pero, lejos de la congruencia de Cuauhtémoc Cárdenas, lo dejó para irse como candidato del PARM y luego se fue con Fox, regresó con López Obrador y llamó a “derrocar” al gobierno de Calderón.
El PRD tiene que decidir qué izquierda quiere ser y para eso debe ser congruente: el partido debe defender y apoyar a sus gobernadores y denunciar a los corruptos; Morena y la CNTE no son sus aliados sino sus adversarios; Guerreros Unidos no puede pasar como una corriente interna del partido; quienes los denuncian por traidores o quienes cometen delitos no pueden ser sus abanderados.