En el marco de una profunda reorganización de su equipo de campaña, Francisco Labastida Ochoa ha decidido incorporar al mismo a Jesús Murillo Karam, actual subsecretario de Gobierno de la secretaría de Gobernación, un operador eficaz, pragmático, ex gobernador de Hidalgo y que no se caracteriza precisamente por ser un hombre blando. La incorporación de Murillo Karam confirma que Labastida se ha tomado en serio aquello de que él ganó el debate pero que sus colaboradores perdieron el post debate y ha comenzado a pasar las facturas.
En los hechos ya se ha abierto el calendario electoral para este año y, entre los muchos hechos desconcertantes que rodean a las elecciones del próximo 2 de julio, uno de ellos es el poco peso que le están dando los partidos a sus campañas en el DF, donde estarán en juego nada menos que 30 diputaciones federales, 40 locales, 16 delegaciones (muchas de las cuales tienen una dimensión política, demográfica y económica mayor que varios estados) y la jefatura de gobierno de la ciudad por los próximos seis años.
El resultado en la capital determinó la actual constitución del Congreso y muchos de los problemas que han tenido el PAN y el PRI en los últimos años devienen, en forma directa, de sus respectivos fracasos en 1997. En el caso del PRD, la grisura que marcó la gestión de Cuauhtémoc Cárdenas en la capital se ha convertido en el mayor de los lastres para su candidatura presidencial…y sin embargo los partidos y sus candidatos, con la relativa excepción del cardenismo, no parecen estar tomando con la importancia que tiene la lucha por la ciudad de México.
Desde la toma de posesión de Cuauhtémoc Cárdenas el 5 de diciembre del 97 hasta diciembre pasado, se realizaron 15 encuestas importantes sobre las preferencias electorales en el DF y, sobre todo desde que quedaron definidos los tres principales candidatos, Jesús Silva Herzog por el PRI, Andrés Manuel López Obrador por el PRD y Santiago Creel por el PAN, los números no se han movido demasiado. El ex secretario de Hacienda y embajador en Washington oscilaba en diciembre en el 39 por ciento, López Obrador en el 31 y Santiago Creel, observando un tendencia decreciente está en el 25 por ciento, incluyendo un 7 por ciento que promedia el PVEM. Otras candidaturas, como la de Marcelo Ebrard (que podría dar mucho más y que se desperdiciará yendo como candidato del PCD) y la de Tere Vale, por el PDS, no parecen tener posibilidades reales.
Esos resultados, fuera de la pobre campaña que están realizando todos los candidatos, tienen relación directa con el grado de reconocimiento en la ciudadanía: en promedio un 84 por ciento conoce a Silva Herzog, un 62 por ciento a López Obrador y sólo un 34 por ciento a Creel Miranda. Sin embargo, cuando se interroga en estas encuestas a los ciudadanos sobre su apreciación de los candidatos existen elementos que deben ser tomados en cuenta: en Silva se valora su experiencia de gobierno, pero se critica lo que constituye la mayor carga de los priístas en opinión pública: la deshonestidad y su propia pertenencia a ese partido. En López Obrador, por el contrario, se están valorando su trayectoria y sus propuestas. El aspecto desfavorable es el desconocimiento del propio candidato y en esas mismas encuestas cuando se habla del presunto desarraigo de López Obrador, éste no es tomado en cuenta: en promedio, el 56 por ciento opina que ese factor no es importante. El desconocimiento de la figura de Creel se torna en su principal adversario, aunque entre quienes sí lo conocen se destaca su imagen de modernidad.
Pero, evidentemente, de cara al 2 de julio las apuestas y opciones son diferentes. En este caso, sin duda, la apuesta más importante es la del peredismo, no sólo porque está en juego su permanencia en el gobierno capitalino, sino también porque, en buena medida, aquí se definirá la herencia de Cárdenas, si éste no llega a la presidencia de la república.
En este sentido, hay un factor clave cuyo peso está actuando en forma disímbola para el perredismo: el gobierno de Rosario Robles. La reemplazante de Cárdenas en el gobierno de la capital se ha convertido, con una actuación destacada que es percibida por la ciudadanía como positiva (en promedio, durante los últimos meses de la gestión de Cárdenas estaba de acuerdo con su labor un 35 por ciento, mientras que en diciembre Robles ya promediaba el 54 por ciento) en una baza ambivalente para su partido. Por la sencilla razón de que mientras su labor está levantando las opciones electorales de López Obrador (y sin duda, viendo a futuro, el propio peso de Robles en la sucesión perredista), presiona a la candidatura de Cárdenas, simplemente por el efecto de comparación. En otras palabras: Robles está demostrando que el PRD puede realizar una aceptable labor de gobierno con un grado de presencia y protagonismo importante en la ciudad, lo que fortalece la candidatura de López Obrador que tiene esos mismos atributos, pero castiga la percepción de la capacidad de gobierno de Cárdenas, que se caracterizó por una gestión lejana, de mucho cuidado a su persona y candidatura: por nadar de muertito pues.
En este sentido, las posibilidades de López Obrador crecen porque si la gestión del gobierno capitalino está siendo evaluado positivamente y si su mayor problema con el electorado es un relativo desconocimiento, existen condiciones para que el tabasqueño pueda afirmar su discurso, conservar el poder, y colocarse a partir del 2 de julio, como una figura clave del perredismo.
El PRI, con todo, sigue manteniendo posibilidades muy altas de recuperar la capital. Aquí el problema es de actitudes y de sobrestimar su popularidad: las críticas sobre la distancia que ha mantenido Silva Herzog con su partido y su campaña se escuchan con demasiada insistencia dentro del priísmo, lo mismo que las divergencias entre el candidato y el presidente del PRI en la capital, Manuel Aguilera. Lo cierto es que Silva (un candidato carismático que puede atraer el voto de sectores no priístas) necesita el respaldo de su partido y de una organización detrás de su candidatura que hoy no tiene: no hay coordinador de campaña ni equipo definitivo de la misma, en términos de operación cicatriz no ha habido un acercamiento con Roberto Campa (que confirmó que sí tiene el respaldo de buena parte de esa estructura partidaria) y ha habido un vacío en medios. Sin duda, Silva puede mantener su actual ventaja pero para ello se necesitará mucho más que lo que ha mostrado hasta ahora.
En el caso del PAN la situación es compleja. La candidatura de Santiago Creel no crece, sobre todo en las zonas populares, mientras que la organización del panismo en el DF desde hace mucho tiempo deja demasiado que desear, las divergencias internas lo afectan y sería un grave error esperar que la candidatura capitalina podrá ser arrastrada por la presidencial de Vicente Fox: en realidad, para alcanzar a Labastida, Fox está necesitando del voto de la capital (donde podría tener una presencia mayor) y del sureste, donde el PAN nunca se ha podido implantar. Así que el tema DF debe estar en el centro de su agenda. Como de la todos los partidos: porque es demasiado lo que está en juego, tanto en términos electorales como para determinar la futura gobernabilidad del país.