04-03-2016 No es nada descabellado que Joaquín Guzmán Loera termine pidiendo, como dice uno de sus abogados, su extradición a los Estados Unidos. Muchos pensarán que eso es irracional, que El Chapo podría terminar en la Unión Americana en una de las temidas cárceles de máxima seguridad que aniquilan la personalidad, o lo que les quede de ella a los detenidos.
Aquí el Chapo dice que es torturado porque le pasan lista cada cuatro horas y no puede dormir a gusto o porque tiene pocas visitas. En la cárcel de máxima seguridad de Florence, Colorado, por ejemplo, un recluso pasa 23 horas al día en una celda de concreto de 2 por 3,6 metros. La única ventana tiene 100 centímetros de alto y 10 de ancho, lo que permite el paso de muy poca luz natural, pero nunca se ve el cielo. Las comidas las deslizan a través de hoyos en las puertas. La cama es una losa de concreto cubierta con un colchón y unas pocas mantas. Los detenidos no puedan ver otras celdas o tener contacto directo con otros reclusos. Tienen, si no están castigados, una hora en una jaula del tamaño de las celdas pero donde sí están al aire libre pero solos. Cuando salen de las celdas (tienen autorizada una visita al mes de una hora con su abogado o familiar más cercano) deben usar grilletes, esposas y cadenas alrededor del pecho y son escoltados por guardias. Los presos se sientan al otro lado de una ventana de cristal. Hablan por medio de teléfono. No hay contacto directo. El correo y las conversaciones son monitoreados todo el tiempo.
Pero el Chapo y sus abogados lo que buscarán será un acuerdo con la justicia de Estados Unidos no sólo para evitar prisiones como la de Florence, sino también para buscar una condena más benigna. El ejemplo lo puso Osiel Cárdenas, el líder del cártel del Golfo y los Zetas, después de que fue extraditado en el 2007. Osiel llegó a un acuerdo que le permitió tener una condena relativamente indulgente (nada para los delitos que había cometido) de 20 años en una prisión de mediana seguridad. Saldría en libertad en el 2025 aproximadamente. Muchos otros recorrieron desde entonces ese camino: aceptar su culpabilidad, convertirse en testigos colaboradores de la justicia estadounidense y obtener penas menores en cárceles menos terribles que las de máxima seguridad.
Apenas el 16 de febrero pasado, contábamos en este espacio la historia de Alfredo Beltrán Leyva, el Mochomo. Recordábamos que un momento clave en la guerra entre las bandas criminales la protagonizó su detención, en Culiacán, el 21 de enero del 2008. Hasta poco antes de su caída, los Beltrán Leyva eran parte del cártel de Sinaloa, que encabezaba El Chapo. Los Beltrán Leyva, además de uno de sus principales operadores eran incluso los encargados de la seguridad de los líderes del cártel. Pero precisamente por eso los Beltrán Leyva querían un lugar en la mesa, con los otros líderes del cártel, con el Chapo, con el Mayo Zambada y el Azul Esparragoza. También lo había querido Vicente Carrillo, el hermano de Amado Carrillo y que controlaba Ciudad Juárez.
Los Carrillo Fuentes ya habían roto con el cártel de Sinaloa desde que en el 2004 fue asesinado el hermano menor, Rodolfo Carrillo, El Niño de Oro, junto con su esposa en un centro comercial de Culiacán. Cuando es detenido el Mochomo, los Beltrán acusaron al Chapo de haberlo entregado a las autoridades. Se aliaron con los Carrillo y los Zetas y comenzó la etapa más brutal de la guerra entre bandas criminales, la que ha dejado miles de muertos.
Al llegar a Estados Unidos, extraditado desde México en febrero del 2014, el Mochomo se declaró inocente de los cargos en su contra. Entonces comenzó su juicio en una corte de Washington. En febrero pasado, la fiscalía anuncio que pediría, por lo menos, cadena perpetua para Beltrán Leyva y que tenía tres testigos de excepción en su contra que a su vez habían llegado a acuerdos con las autoridades para tener penas más benignas, de alrededor de 20 años: Edgar Valdez Villareal, la Barbie; Sergio Villareal, el Grande y Jesús El Rey Zambada, hermano del Mayo.
El juicio nunca inició su etapa pública. Repentinamente, el Mochomo aceptó su culpabilidad y comenzó a negociar, él también, un acuerdo con las autoridades. En los próximos días se confirmará su sentencia.
Eso es lo que buscará, también, el Chapo Guzmán. Es una apuesta arriesgada porque para concluir un acuerdo de ese tipo tendrá que cancelar sus actuales amparos para evita la extradición. Cuenta con que criminales tanto o más violentos que él, han podido llegar a acuerdos, como Osiel, pero no deja de ser una apuesta que hay que correr. Hay quienes, a pesar de todo, terminaron en condiciones muy difíciles, peores que el Altiplano, como el ex gobernador Mario Villanueva en una cárcel en el estado de Nueva York. El punto es saber cómo catalogará Estados Unidos al Chapo y sobre todo cuáles son sus cartas para buscar, allá, una negociación que lo beneficie.