07-04-2016 La agenda con Estados Unidos trasciende, en mucho, las barbaridades que día con día profiere Donald Trump, pero la candidatura del republicano hace ya mucho que pasó de ser una mala broma para convertirse en un peligro real para su propio país, para México y para el resto de las naciones.
La administración Peña no acertó hace unos meses con las designaciones de Miguel Basañez como embajador en Washington para reemplazar a Eduardo Medina Mora, y de Carlos Pérez Verdía en la subsecretaría para América del Norte, en reemplazo de Sergio Alcocer. No era un problema de capacidades, Basañez y Pérez Verdía son hombres capaces y respetados. Pero se necesitaban otros perfiles en la medida en que la campaña electoral estadounidense, y crecía la animadversión a México, marcada no sólo por el discurso de Trump sino también por el congelamiento desde junio pasado de la aprobación de Roberta Jacobson como embajadora en nuestro país (del que es responsable el exprecandidato Marco Rubio) e incluso el freno que se puso desde el 2014 a la designación como embajadora de María Echeveste, que después de un año sin que su nombramiento fuera aprobado en el Senado, decidió abandonar esa carrera.
Las designaciones de Carlos Sada en la embajada en Washington y de Paulo Carreño en la subsecretaría para América del Norte, muestran con bastante claridad la línea que se quiere trabajar ante la Unión Americana. Ningún funcionario mexicano conoce mejor que Carlos Sada el trabajo consular y todo lo que éste conlleva en la relación con las comunidades mexico-americana. Ha tenido un desempeño notable en los consulados de Houston, Los Angeles, Chicago y Nueva York y si lo que se trata es de fortalecer la red consular, acercar a los paisanos, impulsar su organización y la exigencia y defensa de sus derechos, no veo nadie que podría hacerlo mejor.
Eso se tendrá que completar con un trabajo serio a nivel administraciones y donde se deben recuperar relaciones que se han perdido, incluso en términos mediáticos. Por eso la designación de Paulo Carreño King en la subsecretaría de América del Norte también es importante. Paulo, es un político joven y muy activo, con profundo conocimiento de los medios y los grupos de poder en México y en Estados Unidos, con amplia experiencia en el sector privado y en los últimos años en el gubernamental. Los dos, Sada y Carreño, junto con la canciller Claudia Ruiz Massieu tendrán que dar algo más que una batalla política en los próximos meses.
El peligro Trump (y las cosas no serían mucho mejores si llega a la candidatura republicana Ted Cruz) se puso de manifiesto esta misma semana con el documento develado por el Washington Post sobre la forma en que Trump “obligaría” a México a pagar 10 mil millones de dólares para construir el famoso muro. A través de una reforma a la llamada Acta Patriótica (que sirvió y sirve para combatir el terrorismo internacional luego de los ataques del 11S) que permitiría, alegando desafíos a la seguridad nacional, evitar la salida de remesas de la Unión Americana hacia México (y se supone que también hacia otros países), además de aplicar altos impuestos a los productos mexicanos vía una revisión del Tratado de Libre Comercio.
Una política económica nacionalista, cerrada, que interrumpiera el libre flujo de capitales, destrozaría el sistema financiero internacional y de regulación de pagos a nivel mundial, pero también llevaría a Estados Unidos a una profunda recesión. Y no se trata de una simple hipótesis: sin la virulencia de Trump, hace casi un siglo, Estados Unidos había emprendido una política nacionalista y de cerrar las fronteras para no involucrarse en las crisis europeas. Fue el presidente Herbert Hoover el responsable directo de esas políticas que devinieron en la gran depresión de 1929. El nacionalismo económico de Hoover (que iba de la mano con su respaldo incondicional a la ley seca) dificultó el comercio internacional y la expansión de la economía a largo plazo y generó un constante crecimiento del proteccionismo, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos. Eso llevó a que las demás economías comenzaran o agudizaran un ciclo nacionalista y proteccionista que derivó en crisis cuando Estados Unidos no pudo solventar su propio crecimiento por ausencia de mercados. Hoover aumentó los derechos arancelarios hasta las cotas más altas de la historia de la Unión Americana, y convirtió a Estados Unidos en el gran prestamista a escala mundial. Pero como las tarifas arancelarias entorpecieron el comercio de los países deudores, se generaron problemas de sobreproducción que limitaron la expansión económica e impulsaron el desorden monetario, porque los países no podían pagar las deudas asumidas con Estados Unidos y Gran Bretaña. La consecuencia directa fue la gran depresión y diez años después el inicio de la segunda guerra mundial. Y Trump, que ignora tanto la economía global como la historia, quiere repetir ese error brutal un siglo después. México no puede ser un observador pasivo.