¿Pueden estos nacientes y poco convincentes grupos armados que han hecho su aparición pública en las últimas semanas realmente desestabilizar el proceso político nacional? ¿En verdad están decididos a emprender acciones terroristas que afecten la estabilidad y gobernabilidad del país cuando estamos a poco más de dos meses de las elecciones presidenciales?. La conclusión tendría que ser que no, salvo que nos enfrentemos y eso tampoco tendríamos que descartarlo, a mecanismos mucho más sofisticados, a proyectos políticos de amplio espectro que estos grupos no parecen tener.
¿Pueden estos nacientes y poco convincentes grupos armados que han hecho su aparición pública en las últimas semanas realmente desestabilizar el proceso político nacional? ¿En verdad están decididos a emprender acciones terroristas que afecten la estabilidad y gobernabilidad del país cuando estamos a poco más de dos meses de las elecciones presidenciales?. La conclusión tendría que ser que no, salvo que nos enfrentemos y eso tampoco tendríamos que descartarlo, a mecanismos mucho más sofisticados, a proyectos políticos de amplio espectro que estos grupos no parecen tener.
En primer lugar tendríamos que partir de una base: estas nuevas organizaciones guerrilleras lo único que tienen de novedoso es el nombre. Su origen se arrastra a muchos años atrás: son grupos y dirigentes sobrevivientes de los sueños y derrotas de los años 70, que han ido recreando una y otra vez sus mismos grupos de apoyo. Pero los personajes centrales siguen siendo los mismos. Allí está el caso, por ejemplo, de quien parece ser el líder del llamado Ejército Villista Revolucionario del Pueblo, llamado en sus documentos Roldán y que fue identificado como uno de los cuatro comandantes originales del EPR.
Este grupo tenía cuatro comandantes, Antonio (quien también rompería y formaría el ERPI), Victoria, José Arturo y Francisco. Todos los datos coinciden en que Francisco sería en realidad Roldán, y que esa misma persona podría ser también un comandante Frank que participó hace años organizando trabajo campesino para lo que sería después el EZLN, del que se separó por diferencias con Marcos y su grupo, que se quedaron con la hegemonía de ese movimiento. Si se trata del mismo personaje estamos hablando que Frank, Francisco o Roldán es un hombre que perteneció a la Liga 23 de septiembre, que se fracturó en 1978 en numerosos grupos. Trabajó en otra organización, la ORAP del 79 al 86, y para esa fecha se integró al PROCUP, para desde 1994 ser miembro del EPR. Tenía trabajo sobre todo en la zona indígena de Puebla y en el Valle de México, también raíces en Hidalgo, particularmente en la zona de huasteca.
Como se sabe la otra zona de influencia del EPR es en Guerrero, pero todo indica que allí quien se quedó con la mayoría de sus militantes y estructuras fue el ERPI, encabezado por el ahora detenido comandante Antonio (Jacobo Silva Nogales, apresado el 22 de agosto pasado en Chilpancingo), pero Antonio es también un antiguo militante de estos grupos, con relaciones en la Liga 23 de septiembre y sobre todo, miembro del PROCUP-Partido de los Pobres.
Entonces no hay novedad en estos grupos, salvo las relaciones que pudieran haber establecido en los últimos años con otros movimientos sociales. Sin embargo, incluso en este caso, la realidad indica que las relaciones que existen tampoco son nuevas aunque se han redimensionado en forma importante. ¿Con quiénes tienen estos grupos relaciones?. La primera respuesta, casi evidente, es con Chiapas. Pero allí habría que matizar: estos grupos no son lo mismo que el EZLN. Tienen, es verdad, un mismo origen, en las fuerzas de la Liga 23 de septiembre, pero el paso del tiempo y la ruptura que se dio entre el fundador de lo que sería el zapatismo, Germán y su sucesor, Marcos, le dieron al zapatismo, teniendo los mismos orígenes, un perfil diferente, que ha cambiado, sobre todo, porque la influencia política que logró y su reconocimiento internacional lo han llevado, también, a cambiar modos y formas de hacer y entender la política.
Lo cierto es que cuando el EZLN estaba a punto de firmar acuerdos de paz en 1996, apareció el EPR y realizó algunas acciones armadas que tiraron a la basura lo que se había avanzado hasta entonces: el razonamiento era simple, el eperrismo estaba tratando -con una posición más dura- de presionar al zapatismo, de quitarle bases, de alejarlo de la posibilidad de dejar las armas. Poco antes, el EZLN había rechazado, según se pudo comprobar por documentos encontrados posteriormente en casas de seguridad del EPR, cualquier acercamiento con esa naciente organización que, en Chiapas, tenía presencia sobre todo en el municipio de Venustiano Carranza. En los últimos meses, en el impasse en que han caído las negociaciones en Chiapas, el zapatismo no ha dicho una palabra para respaldar o descalificar a estos grupos: su táctica parece ser clara. Esos grupos son la amenaza de una suerte de policía malo, en una negociación que el EZ podría hacer el papel del policía bueno. Pero son, al mismo tiempo, una amenaza para su menguada legitimidad, que se sustenta, sobre todo, en el hecho de ser una guerrilla que, en los hechos, no combate. Y ya sabemos que la sangre es fatal para las escenografías.
Otro sector con el cual estos grupos tienen presencia es con la UNAM y más particularmente con el CGH. Evidentemente que no todo el CGH ni siquiera su mayoría tiene algún tipo de relación con estas organizaciones, pero sí existen contactos, discursos, formas de hacer y entender la política comunes entre esas organizaciones radicales y los cegehacheros. Es casi natural: el alejamiento de estos últimos de las diferentes alternativas políticas, incluyendo el PRD, los deja sólo con la posibilidad de buscar sustento en algunas de las otras agrupaciones afines. Y allí quedan pocos, desde el Frente Zapatista hasta las agrupaciones de base del antiguo Procup. Por eso, también las fuertes relaciones que han logrado establecer con el Frente Francisco Villa y con otras organizaciones de colonos. Recordemos con cuanta insistencia se dijo en el 94 que el zapatismo había recibido financiamiento del ex sindicato de Ruta 100, que es parte de ese movimiento urbano. Ahora los rumores son tan similares como ciertas afinidades. No implica, insistimos, que unos sean parte integral de los otros, sino que esas son las únicas afinidades ideológicas posibles en grupos con una banda de pensamiento tan estrecha, tan integrista.
Pero si estos grupos y sus dirigentes vienen del pasado, habría que ver cómo han actuado en ese pasado, para saber qué pueden hacer ahora. Y el ejemplo más palpable y conocido, lo tenemos en los últimos años. En 1994, cuando el EZLN se levantó en Chiapas, estos grupos trataron de radicalizar el proceso y de evitar que se diera una tregua en los enfrentamientos, como finalmente se dio a partir del 8 de enero: fueron los responsables de haber dinamitado varias torres de energía eléctrica y del bombazo en Plaza Universidad, entre otros atentados menores. Pero en febrero, tuvieron sus acciones más desestabilizadoras: secuestraron a Alfredo Harp Helú, uno de los principales socios y directivos del grupo Banamex, y a Ángel Lozada, hijo del principal propietario de la cadena de supermecados Gigante. En aquellos días, en el contexto en el que se daba la lucha política dentro y fuera del PRI, esos secuestros fueron fundamentales para crear el clima que tuvo su punto más doloroso con el asesinato de Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo. Cabe recordar que esos secuestros no fueron firmados, reconocidos, por estas organizaciones y fue hasta mucho después que se supo que habían sido los verdaderos responsables.
Dos años después, como decíamos, en 1996, contribuyeron a reventar con su aparición en Aguas Blancas (cuando Cárdenas los calificó de una pantomima) y con sus atentados en Tlaxiaco y la Crucecita, las posibilidades de un acuerdo de paz con el EZLN. Las consecuencias de ello perduran hasta hoy.
Por lo tanto no habría que subestimarlos, pueden hacer daño. Incluso, en muchas ocasiones, a los propios grupos con los que dicen simpatizar. No es un dato menor en estas fechas.