El jueves pasado entrevistaba a Gilberto Rincón Gallardo y el candidato presidencial del PDS dijo algo que quizás es cierto, pero que no por eso deja de ser menos preocupante: ?en este momento, son más importantes los medios que los candidatos?. Es verdad, pero los medios que nos hemos ganado ese espacio con nuestra labor, no hemos estado en muchas ocasiones a la altura de las responsabilidades que de ello devienen. Los medios, con demasiada facilidad, nos hemos acostumbrado no sólo a informar e interpretar, a opinar, sino a convertirnos en tribunales públicos, que juzgan y condenan, la mayoría de las veces sin contar con los elementos necesarios para ello o confundiendo las opiniones y juicios políticos, éticos o morales, con los datos duros, con lo penal, con lo jurídico. ¿Pero quién, después de ser condenado por los medios, puede demostrar su inocencia?.
El jueves pasado entrevistaba a Gilberto Rincón Gallardo y el candidato presidencial del PDS dijo algo que quizás es cierto, pero que no por eso deja de ser menos preocupante: “en este momento, son más importantes los medios que los candidatos”. Es verdad, pero los medios que nos hemos ganado ese espacio con nuestra labor, no hemos estado en muchas ocasiones a la altura de las responsabilidades que de ello devienen. Los medios, con demasiada facilidad, nos hemos acostumbrado no sólo a informar e interpretar, a opinar, sino a convertirnos en tribunales públicos, que juzgan y condenan, la mayoría de las veces sin contar con los elementos necesarios para ello o confundiendo las opiniones y juicios políticos, éticos o morales, con los datos duros, con lo penal, con lo jurídico. ¿Pero quién, después de ser condenado por los medios, puede demostrar su inocencia?.
Y ello no sólo se aplica al terreno de la política y del poder, sino a todos los ámbitos de la vida nacional. Pocos casos ejemplifican esto mejor que el caso de Gloria Trevi y Sergio Andrade, demostración palpable de lo voluble de la opinión pública y de la inquisitorial actitud de buena parte de los medios de comunicación. Aclaremos: no me interesan la Trevi y cia, ni como el fenómeno social que alguna vez percibieron algunos destacados intelectuales -un fenómeno que nunca me pareció tal- ni como víctima-victimario de un clan en el que supuestamente se mezclarían, el sexo, las drogas y el pop, lo que tampoco queda nada claro si es verdad. Lo que nos interesa es cómo ha sido enfocado este caso. El tratamiento que ha obtenido.
Primero. Es más que evidente que la Trevi y Andrade ya han sido condenados por los medios. No importa que las acusaciones que pesan sobre ellos no tengan, hasta ahora, prácticamente ningún soporte jurídico. E insisto: moral o éticamente pueden ser culpables de muchas cosas, pero penalmente, hasta ahora, no. Preguntémos, por ejemplo ¿qué sucedería si la ex esposa de un personaje cualquiera acusa en un escrito a su antiguo cónyuge, que además se quedó con su ex amiga, de haberla maltrato a ella misma y a terceros, sin que ni una ni otros hayan realizado en su momento la denuncia,?. Un MP serio ni recibiría el caso. Pero el libro de la ex esposa de Andrade, Aline sobre su ex amiga y su ex esposo -que quizás está basado en puras verdades pero eso nadie lo puede comprobar- sirvió para convertir una denuncia periodística en una sentencia.
Segundo. Trevi y Andrade (e insisto: no me interesan ninguno de los dos como personajes sino como ejemplo de caso) tienen en su contra una denuncia por secuestro y violación de la menor Karina Yapor, que se originó cuando ésta abandonó en España, su bebé, a poco de nacer. El hecho, sin duda, es terrible, y demuestra lo endeble de los valores o el grado de confusión que sufría esta muchacha que aún no cumple 18 años. Pero son los padres de Karina los que han presentado esa demanda que su hija no ha respaldado, al contrario: asegura que no fue secuestrada y mucho menos violada. En su caso puede tratarse de un sintomático Síndrome de Estocolmo. Sin embargo, nadie se ha preguntado si no son los padres de esa muchacha tanto o más culpables que la Trevi y cia, porque los padres, cuando ella tenía sólo 12 años, firmaron un papel y se la entregaron a unos desconocidos que les dijeron que la iban a hacer estrella del show business. Durante tres años se desatendieron de ella, no supieron dónde andaba su hija y luego se escandalizaron cuando se enteraron que tenían un nieto perdido en Madrid…hoy se presentan como víctimas, pero, además, todo indica que también quieren cobrar una indemnización. ¿No son ni siquiera moralmente responsables de lo ocurrido, si realmente su hija fue secuestrada y violada, cuando ellos la entregaron voluntariamente a sus supuestos secuestradores?.
Tercero. Acusar a alguien de relación con el narcotráfico se ha convertido en un caballito de batalla que sirve para todo: para castigar a un político, a un artista, a un deportista. Nunca se distingue al delincuente, al narcotraficante, de aquellos que por unas u otras razones terminan con algún vínculo con él, y muchos menos se lo distingue de la víctima, que siempre termina siendo el adicto y que condenamos como si fuera el victimario. El narcotráfico es quizás uno de nuestros mayores problemas como sociedad, pero lo es también por que se ha convertido en un arma para desprestigiar, no para informar o denunciar que la cultura de los testigos protegidos ha vuelto, aún, más demoledora.
En este sentido, no sé ni me interesa si la señorita Trevi o el señor Andrade, consumen drogas, pero ahora se ha comenzado a filtrar (es la cereza que se requiere para demostrar la completa maldad) que no sólo consumían drogas sino que estaban ligados al cártel de Juárez, vía, nada más y nada menos que Amado Carrillo Fuentes. Todo porque hace un par de años, un señor llamado Tomás Colsa McGregor (un joyero ligado al narcotráfico en actividades de lavado de dinero y relaciones públicas, que trabajó como confidente de las autoridades hasta que fue descubierto por los propios narcos y asesinado en Gudalajara) dijo que Amado Carrillo alguna vez le había encargado un anillo para regalarle a la Trevi. El testigo protegido nunca supo si se había entregado ese anillo, si la Trevi lo había aceptado, si era el pago de algún servicio del tipo que fuera o si había alguna relación del narcotráficante con la artista.
No niego que, nadie lo puede hacer, que esa relación haya podido existir. Pero lo cierto es que son innumerables los artistas que han estado relacionados de alguna forma con narcotraficantes y que han actuado en sus fiestas privadas. Sin ir demasiado lejos, ahí tenemos la cultura de los narcocorridos, incluso con preferencias marcadas de cada cártel por alguno de los principales exponentes de ese género: no es novedad decir que los Arellano Félix son fanáticos de los Tucanes de Tijuana y Amado Carrillo lo era de los Tigres del Norte (¿o acaso alguien duda a quien está dedicada la famosa canción Jefe de Jefes?). Pero ni uno ni otros han sido calificados por ello de narcotraficantes e incluso fueron número estelar, en los últimos años, del Teletón y los Tigres fueron invitados por el gobierno del DF a encabezar un multitudinario concierto en pleno Zócalo.
Cuarto. Jesús Blancornelas, el director del semanario Zeta de Tijuana, lo decía con todo acierto la semana pasada en Crónica: tras la Trevi y Andrade, sean o no culpables de lo que se los acusa, aunque ninguna de esas acusaciones es penalmente firme, se lanzó todo el peso del Estado: la interpol, las procuradurías federal y de un par de estados, los medios, las policías de México, España, Brasil, Argentina y Uruguay. Se los persiguió hasta el último rincón. Pero Jesús recordaba que unos peligrosos narcotraficantes sonorenses, de San Luis Río Colorado, que todo mundo sabe y vio que mataron al director de un periódico local, cruzan una y otra vez la frontera con Arizona y sabiendo lo que son y lo que hacen, nadie los molesta. Porqué se preguntaba Jesús ellos no concitaban ni un mínimo porcentaje de interés en las autoridades comparado con el caso de la Trevi.
Quinto. ¿Se trata simplemente de sensacionalismo o la manipulación de la información va más allá?. Habría que recordar, por ejemplo, que este escándalo se inició como un capítulo más de la guerra de las televisoras. Trevi tenía contrato con una de ellas, llegó a un acuerdo para irse a la otra, pero no cumplió con él. Esa televisora, sientiéndose traicionada (ya había anunciado públicamente el fichaje) impulsó y difundió el famoso libro de Aline e inició la campaña, la otra empresa trató, primero e inútilmente, de defenderla, pero cuando vio que era una batalla perdida se sumó a la cacería, decidió ser parte de la ola.
Insistimos: poco importan en todo esto la Trevi o Andrade, menos aún su música o su hábitos, sean éstos o no cuestionables: tienen derecho a hacer con su vida lo que quieran, sean o no, incluso, responsables de algún delito. Lo notable es lo voluble de nuestra opinión pública, el poco criterio ético de muchos de nuestros medios, lo parciales e influenciables de nuestras autoridades, cómo se confunde lo jurídico con la opinión, las acusaciones periodísticas con las penales, cómo la inquisición sigue siendo una institución que, aunque usted no lo crea, aún respira, por lo menos en el mundo de la política y del espectáculo, que, por cierto, cada día se parecen más.