11-08-2016 Tiene razón Francisco Garfias, el tema de las propiedades y los presuntos conflictos de interés, se han convertido en una suerte de piedra de Sísifo (en la mitología griega Sísifo fue obligado a cumplir su castigo en el inframundo, que consistía en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina la piedra siempre rodaba hacia abajo y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio, una y otra vez) para el presidente Peña.
Hay responsabilidades gubernamentales, de sentido común, incluso, de mala comunicación, como sucedió con la Casa Blanca (lo que llevó a un inédito y, probablemente, tardío pedido de perdón presidencial) y, también, información que es parte de una estrategia política bastante transparente destinada, exclusivamente, a ahondar en la herida que dejó aquel episodio.
El descubrimiento de un departamento en Miami propiedad de Angélica Rivera es de estos últimos. Se sabía, era público, que Angélica Rivera era la dueña de esa propiedad en Miami donde, incluso, vivió algún tiempo con su hija. El “posible” contratista que tiene una propiedad adjunta, no es tal: no tiene un solo contrato con el gobierno federal, no lo ha tenido antes y no está participando en ninguna licitación. La documentación presentada por el reportero José Luis Montenegro en el periódico The Guardian, se basa en dos llamadas telefónicas con una empleada doméstica llamada María que confirma que ese domicilio es de la señora Rivera. Y muestra un predial de un departamento adjunto a nombre de ese empresario. Nada más. Como dijo el vocero presidencial Eduardo Sánchez, no hay un solo dato, un solo documento, una declaración que sustente lo publicado en The Guardian.
El profesionalismo con que ese periódico londinense, para muchos de referencia, trata los temas en México deja muchísimo que desear. Hace unos meses el mismo corresponsal, José Luis Montenegro, conmovió al país y al mundo con una entrevista exclusiva con la hija de Joaquín El Chapo Guzmán, la joven Rosa Isela, quien entre otras cosas decía que El Mayo Zambada, su socio, había entregado a El Chapo, que había habido acuerdos para que se fugara del Altiplano, que “ella y su familia” estaban analizando dar a conocer los “cheques” (¿se imagina a un capo del narcotráfico entregando cheques a candidatos?) que el capo entregó para campañas políticas. Es más, El Chapo, decía Rosa Isela, había visitado en dos ocasiones Estados Unidos mientras estuvo prófugo.
Todo muy bien salvo por un pequeño problema: Rosa Isela nadie sabe de dónde salió, pero no era hija de El Chapo Guzmán, no aparecía en ninguno de los muchos árboles genealógicos que se han elaborado de Guzmán Loera, su identidad se refrendaba, en una mujer de más de 30 años, con una credencial de elector emitida apenas un año atrás. Un fraude y un fiasco. Luego, supimos que, además, las entrevistas con esa joven no eran tales, sino un intercambio de comunicaciones. En síntesis, una violación a cualquier norma profesional en el periodismo de investigación. Como ahora, no había datos comprobados, no había documentación creíble, no había declaraciones, no había nada que se pudiera confrontar con la realidad. “Si su madre dice que lo ama, verifíquelo” recomendaban en el viejo Chicago Tribune, pero parece que ese principio, en ocasiones se pierde.
Luego del caso Rosa Isela, el periódico The Guardian ratificó su fe (de eso se trataba, de una asunto de fe) en su reportero y nunca aceptó rectificar su información, pese a que fue desmentida hasta por la propia familia de El Chapo. De Rosa Isela, nunca se volvió a saber nada.
En marzo, cuando se publicó aquella historia recordábamos a Kapuściński, que decía que “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Es difícil comprender cómo un periódico como The Guardian, liberal, influyente, con una gran historia, puede cometer tantos errores.
En fin. Algo similar ocurre ahora con esta nueva “revelación”. El problema es que como escribía Garfias ayer, la batalla de la percepción sobre estos temas parece perdida por el gobierno federal. Es verdad, y también lo es que será, por lo menos, difícil cambiar esa percepción en lo que queda de esta administración. No le queda al gobierno federal más que hacer continuamente ejercicios de transparencia y dar la pelea con su propia información cada vez que su integridad sea puesta en duda. Y de aquí al 2018 sucederá una y otra vez. Los errores cometidos, sobre todo, en el tema de la Casa Blanca se tienen que pagar. Es la piedra de Sísifo de esta administración.
Por cierto, nadie parece demasiado preocupado, en ese sector de los medios, en pedirle a López Obrador su declaración tres de tres: prometió entregarla hace semanas y hoy es el único presidente de un partido nacional que no lo ha hecho. ¿Cuál es su declaración fiscal, patrimonial y de conflicto de interés? ¿Sabremos algún día de qué vive?