La información que publicó hace una semana María Idalia Gómez en Milenio Diario sobre el cártel de Los Valencia, no sólo es una demostración de buen periodismo de investigación, sino también de la forma distorsionada en la que es visto el narcotráfico, en la mayoría de los casos, entre algunas autoridades locales y, sobre todo, en Estados Unidos.
La información que publicó hace una semana María Idalia Gómez en Milenio Diario sobre el cártel de Los Valencia, no sólo es una demostración de buen periodismo de investigación, sino también de la forma distorsionada en la que es visto el narcotráfico, en la mayoría de los casos, entre algunas autoridades locales y, sobre todo, en Estados Unidos.
Evidentemente, los Valencia -que podrían estar a punto de ser detenidos por las autoridades mexicanas- son un grupo importante en el narcotráfico, pero están lejos de ser, como han señalado algunos documentos de la DEA estadunidense divulgados por María Idalia en su reportaje, el cártel más importante de drogas en América Latina. Quizás, como parte de la organización que encabezaba Alejandro Bernal Madrigal, Juvenal, y que fue desarticulada por la llamada Operación Milenio, realizada simultáneamente en México, Colombia y Estados Unidos en octubre pasado, ello pudiera acercarse más a la verdad, pero lo cierto es que, con toda su importancia, la organización de los Valencia no alcanza el poder y esplendor que tuvieron cárteles como el de Medellín o Calí, pero tampoco el que goza el cártel de Juárez en sus distintos desprendimientos o el de los Arellano Félix, asentado en Tijuana.
Para comprenderlo hay que hacer un poco de historia. El detenido Alejandro Bernal, Juvenal, fue durante años un operador de los cárteles colombianos en México, asociado con Amado Carrillo. Incluso Juvenal tenía orden de aprehensión en México desde hace poco más de un año y medio como parte de las investigaciones sobre el cártel de Juárez en Quintana Roo. Bernal trabajaba entonces, ya muerto Amado Carrillo, para Ramón Alcides Magaña, el Metro, otro de los hombres de Juárez.
Cuando comienza la desarticulación del cártel de Juárez en Quintana Roo, Juvenal regresa a Colombia y desde allí, retomando sus contactos con los grupos herederos del cártel de Cali, crea una nueva organización apoyado en sus propios contactos en México. En ese contexto aparecen en escena los Valencia.
Esta era una familia originaria de una de las zonas de mayor producción de mariguana en México: el municipio de Aguililla, en Michoacán. Durante años, los Valencia se dedicaron a la producción y el tráfico de mariguana y habían tenido, para su introducción a Estados Unidos, contactos con el cártel de Juárez y de allí, también, se estableció la relación con los colombianos y con Juvenal. Pero lo cierto es que hasta hace poco más de un año, la organización de los Valencia estaba calificada como un grupo dedicado exclusivamente a la mariguana. Para entonces se asocian con Bernal e ingresan en el tráfico de cocaína. Por eso mismo los Valencia pudieron pasar relativamente desapercibidos tanto en México como en Estados Unidos, pero por eso también cometen tantos errores en procesos básicos para este tipo de grupos como el lavado de dinero: estaban operando por encima de sus posibilidades reales merced a un coyuntura particular. Había comenzado a operar con ellos el principio de Peters.
La historia se repite
La historia de los Valencia recuerda, por cierto, la de un grupo muy similar que conocimos hace unos años: la de los hermanos Lupercio. Como se recordará, en 1996, la información que se filtraba sobre lo que ocurría con el narcotráfico en Guadalajara insistía en que ese nuevo cártel estaba dominando la plaza. Su historia literalmente detonó cuando en el verano de 1996, en un finca de Tlajomulco, fueron asesinados cinco narcotraficantes que habían robado un cargamento de cocaína de un grupo colombiano asentado en Los Ángeles. Estos enviaron a México, desde Colombia, a un comando encabezado por Iván Taborda Maya para ajustar cuentas.
Los cadáveres y la casa fueron descubiertos sin que nunca se supiera cómo por el entonces general Jesús Gutiérrez Rebollo y por su segundo, Horacio Montenegro, hoy ambos detenidos acusados de proteger al cártel de Juárez. Taborda fue apresado, pero después de la detención del propio Gutiérrez Rebollo se rescató la declaración ministerial de éste, en la que decía que en realidad la droga robada había quedado en manos de los propios miembros del Instituto de Combate a las Drogas asentados en la ciudad, entre ellos de un agente de nombre Saúl Medina que trabajaban para Gutiérrez Rebollo y Montenegro. De la detención de Taborda se desprendieron otras, entre ellas de una mujer llamada Ivonne Aguilar Arce que fue identificada como la tesorera de los Lupercio: ese era el grupo, según la información oficial, que había robado la droga y estaba disputando la plaza.
En la casa de Ivonne, aparecieron fotos y documentos que involucraban a dos funcionarios del gobierno de Jalisco: Saúl Tapia Contreras, entonces oficial mayor y Raúl Espinosa Martínez, entonces secretario de gobierno, con uno de los hermanos Lupercio, Pedro. En un hecho nunca aclarado plenamente, resultó que la casa en la que se habían encontrado los cadáveres era de Araceli Velazco Palomera una secretaria del procurador del estado, el ahora diputado federal panista, Jorge López Vergara. Lo cierto es que Gutiérrez Rebollo señaló a los Lupercio como los nuevos jefes del narcotráfico en toda la zona de Jalisco y como el cártel que estaba desplazando a Amado Carrillo y Juárez.
Sin duda, los Lupercio, que poco después fueron detenidos en Aguascalientes, habían desarrollado un organización emergente con raíces en Jalisco, Zacatecas, Durango, Nayarit y Aguascalientes y con poder suficiente como para lograr que, después de su detención, el juez Juan José Trejo Orduña, exonerara a los tres hermanos (Pedro, Filiberto y Gerardo) de todo delito. Pero la historia sirvió, en un momento de mucha presión sobre el cártel de Juárez, para desviar la atención y, en lo particular la guerra contra los Lupercio le permitió a Gutiérrez Rebollo fortalecer sus credenciales para alcanzar la fiscalía antidrogas de donde pasaría directamente a la prisión, en febrero de 1997.
Siempre quedó la duda sobre la importancia real de los Lupercio en toda esta historia. Y esto quizás es lo que ocurre ahora con los Valencia: hasta dónde las investigaciones desarticularon a un poderoso cártel (que aparentemente lo era) y hasta dónde son realizados y destruidos por sus propios adversarios. Porque los tenían y muchos.
La geografía del narcotráfico
¿Quiénes son esos adversarios y dónde operan?. Siguen siendo personajes conocidos, que aparecen y desaparecen pero que hay están. En el Pacífico, la hegemonía sigue siendo de los Arellano Félix, asentados en Tijuana y San Diego. Tanto los hechos de violencia que se están registrando en la zona, incluyendo Sinaloa, como los decomisos realizados en los últimos meses en esa vertiente marina, lo confirman.
En la zona de Juárez, los principales sucesores de Amado Carrillo han bajado su perfil luego de la búsqueda de fosas con restos de desaparecidos, pero esos grupos allí están y siguen estando controlados por Vicente Carrillo, hermano de Amado. Allí permanecen también sus adversarios, los herederos de Rafael Muñoz Talavera, que muchas veces han intentado una alianza con los Arellano Félix.
Al que muchos consideran el verdadero jefe del cártel de Juárez, Juan José El Azul Esparragosa, hay que ubicarlo hoy en Tamaulipas, en alianza con un narcotraficante local, Osiel Cárdenas, que se han logrado imponer sobre los sucesores de Juan García Ábrego. En el sur, la ruta de Quintana Roo ha quedado prácticamente cancelada con el sellamiento de la península de Yucatán. Pero ha crecido con fuerza el cártel Sayaxché, que toma el nombre de la población guatemalteca donde se asienta el origen de sus rutas, que penetran por Tenosique y Palenque y luego llegan hasta la frontera de Tamualipas, por el Golfo. Esa es hoy, para el narcotráfico, una de las áreas más permeables de la frontera sur.
En este escenario, los Valencia son, sin duda, una pieza a tomar en cuenta y su emergencia fue tan impetuosa como sorpresiva. Pero no completan todo el juego.