01-09-2016 Vamos a citar a un republicano de esos que Donald Trump no quiere, Henry Kissinger: “Para conseguir la paz (decía el entonces secretario de Estado de Richard Nixon, que recibió el Nobel de la Paz cuando negoció la salida de Estados Unidos de Vietnam) un primer paso importante es comprender qué hay realmente en el corazón y la mente del adversario, entender cómo piensa y cómo ve el mundo. Normalmente, refleja alguna aspiración y, entonces, uno debe decidir si las aspiraciones del adversario son, absolutamente, incompatibles con los principios de uno mismo”.
Yo no sé qué vio, qué encontró el presidente Peña Nieto en el corazón y la mente de Donald Trump cuando ayer se encontraron por primera vez. No creo que a Peña le haya gustado demasiado su invitado (ni al invitado el anfitrión), pero la tarea de Peña como Presidente, citando a Kissinger es decidir si las aspiraciones de ese adversario son, absolutamente, incompatibles con sus principios.
En lo personal, Trump me parece un personaje, absolutamente, detestable y más allá de eso, un verdadero peligro para el futuro de la sociedad contemporánea. Es verdad que lo que rige a Trump no son los principios ni la ideología, sino la ambición del poder sazonada por una ignorancia profunda sobre el mundo y sus problemas. Con todo, es un hombre que puede llegar a la Casa Blanca, a la Presidencia de Estados Unidos, más allá de que hoy, afortunadamente, la ventaja que lleva Hillary Clinton parece decisiva. Pero en unos comicios estadunidenses nunca los resultados están decididos hasta la hora del recuento.
La cita de Peña Nieto con Donald Trump desconcierta, pero se debe entender como parte de una tarea que debe hacerse. Alguien le tiene que decir a Trump que no somos violadores, que no llevamos droga cada vez que viajamos a Estados Unidos, que nadie obliga a los migrantes a viajar hacia el norte. Pero, también, alguien le tiene que mostrar la magnitud de la relación comercial bilateral, explicarle (y eso lo puede entender) que el comercio entre Estados Unidos y México es de un millón de dólares por minuto; que la frontera común es la más transitada del mundo; que un porcentaje altísimo del PIB estadunidense, y por ende de su economía y mano de obra, dependen del comercio con nuestro país; la riqueza (y buena parte del andamiaje social) de su país, se derrumbaría sin el aporte de todo tipo que realizan más de 30 millones de mexicanos o mexico-americanos en la Unión Americana.
Que tenemos graves problemas con el narcotráfico y la violencia, pero que los mismos devienen, en un alto grado, del consumo de drogas de la sociedad estadunidense, consumo que crece día con día, y que va de la mano con el doble discurso de legalizar las drogas, al mismo tiempo dice estar persiguiendo ese comercio. Pero, sobre todo, nuestra violencia está ligada al tráfico de armas que se realiza de Estados Unidos a México, desde que en el 2004 la administración Bush liberó, por completo la venta de armas de asalto, la violencia, alimentada por esas armas, se disparó en nuestro país. Y Trump es un ferviente partidario de que esa venta indiscriminada de armas se mantenga sin cambios.
El alimento de la violencia es el dinero: nadie sabe cuánto dinero del narcotráfico se queda en Estados Unidos, según la mayoría de los especialistas es un 90 por ciento de todo lo que genera esa “industria” que, conservadoramente, se estima en 60 mil millones de dólares. Alguien le tiene que explicar a Donald Trump que mientras Estados Unidos pone los consumidores de drogas y proporciona las armas y el dinero que hacen fuerte a los cárteles, México está poniendo los muertos, más de 20 mil cada año, durante la última década.
Ésa es la realidad que hay que mostrarle a Trump. No creo que le interese, creo que lo que busca es una foto en México que le permita reencauzar su muy desencaminada campaña presidencial. No va a abandonar ni el discurso racista y antiinmigrante (como se debe haber comprobado la misma noche del miércoles en Arizona) ni su defensa de las armas ni tampoco la retórica proteccionista, pero no podrá decir que no se le ha tendido una mano para buscar una convivencia civilizada desde este lado de la frontera. Si la rechaza, como estoy casi seguro que la rechazará ni el gobierno ni la sociedad mexicana tendrán nada qué reprocharse, pero sí mucho por hacer para evitar que ese personaje llegue a la Casa Blanca.
Decía, también, Kissinger que “la tentación de América es creer que la política exterior es una subdivisión de la siquiatría”. En esa categoría se debe inscribir, también, al narcisista y arrogante candidato Trump.