Ha pasado un año desde que la Policía Federal Preventiva se encargó de desalojar a los dirigentes del Consejo General de Huelga de la UNAM. Ayer, lo que queda del CGH decidió reanudar su labor provocadora al agreder a profesores y académicos, además de un par demarchas marcadas por la poca participación social y por las agresiones que sufrieron quienes tuvieron la mala suerte de encontrarse con ellos. Las autoridades universitarias parecen, ahora sí, decididas a lanzar el Congreso y avanzar en una reforma universitaria que resulta imprescindible en muchos sentidos.
Ha pasado un año desde que la Policía Federal Preventiva se encargó de desalojar a los dirigentes del Consejo General de Huelga que tenían, literalmente secuestrada la universidad nacional autónoma de México desde hacía prácticamente diez meses. Ayer con motivo de ese primer aniversario de la recuperación de la UNAM (que, debemos recordarlo hoy cuando tan de moda se han puesto en ciertos círculos de poder las encuestas y las consultas, tuvo un índice de aprobación ciudadana superior al 85 por ciento), lo que queda del CGH decidió reanudar su labor provocadora.
En la madrugada tomaron las instalaciones de la facultad de ciencias políticas y literalmente encueraron a un grupo de académicos y profesores que allí se encontraban. Los profesores fueron “expuestos” durante algunas horas en la explanada de ciencias políticas sin pantalones, sin zapatos, agredidos, insultados y golpeados y el argumento dado por los dirigentes del CGH que encabezaron ese hecho, fue que ellos habían actuado igual que lo hizo la PFP hace un año con sus adversarios. Primero no fue verdad: ¿usted vio hace un año a alguno de los estudiantes del CGH exhibido sin ropas por los miembros de la PFP, agredido, insultado, durante la toma del 6 de febrero?. Lo cierto es que esa sola declaración demuestra la degradación ética de una organización que se dice de izquierda y hasta progresista.
Ayer, además, hubo un par de marchas, una desde el parque Hundido a Rectoría, la otra del Angel de la Independencia hasta el zócalo, generadas por la división que azota al CGH, pero marcadas por la poca participación social y por las agresiones que sufrieron quienes tuvieron la mala suerte de encontrarse con ellos. Tres escuelas fueron cerradas, al igual que algunos accesos a ciudad universitaria, en todos los casos con menos de un centenar de participantes. Y es que el CGH está dividido, es débil, se encuentra fragmentado y sin líderes representativos, y para amalgamarse intenta nuevamente jugar a la provocación (¿cómo comprender sino, la decisión de sus dirigentes, que están en libertad provisional, de no presentarse más a firmar en el juzgado cada semana, como los obliga la ley, sabiendo que, de esa forma, colocan a las autoridades en la disyuntiva de volverlos a detener o dejarlos hacer su voluntad?), todo ello ante una UNAM que los rechaza pero que aún busca su destino.
El momento sin duda es difícil para las universidades públicas en general y para la UNAM en particular. Las huellas que generó el paro del año pasado aún no han cerrado y el cambio gubernamental también debe haber generado dudas en la propia institución. El presidente Fox no apoyó la huelga, pero tampoco apoyó a la institución, tuvo, sin duda, una posición dubitativa, no quiso involucrarse en el conflicto y armó su gabinete sin la presencia de muchos egresados de la UNAM, otorgándole especial peso y presencia a funcionarios originarios del TEC de Monterrey, la Iberoamericana, el ITAM y, como universidad pública, sólo la autónoma de Nuevo León.
El nuevo jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador sí apoyó la huelga y si bien acompañó a regañadientes a Cuauhtémoc Cárdenas en el cierre de campaña a la UNAM, hoy se encuentra en una situación difícil porque sabe que no puede deslindarse de los cegehacheros, pero también que el de éstos puede ser el beso del diablo para su administración. Por eso, López Obrador anunció la creación de una universidad de la ciudad de México que no se sabe si, como prometió, podrá entrar en funciones en septiembre próximo (lo que se ve francamente difícil) pero que, por lo pronto, indica que el jefe de gobierno buscará crear una alternativa a la universidad nacional que no se sabe bien hacia dónde se dirigirá. Y por eso también, ayer se vio mal, porque pese a que había anunciado con bombos y platillos los resultados de la consulta sobre las manifestaciones y los bloqueos, permitiendo las primeras pero anunciando que rechazaría los segundos, ayer permitió unas y otros y no colocó, siquiera, un dispositivo policíaco para evitar los desmanes que se dieron en ambas marchas. Todo en un marco en el cual el CGH está apostando a la llegada del EZLN a la capital, mientras que éstos obviamente han decidido apostar a movilizar para esa ocasión a las bases perredistas y Andrés Manuel se debate entre sus declaraciones del pasado, su respaldo al CGH y el EZLN, y la exigencia de otorgarle gobernabilidad una la ciudad, donde ni unos ni otros tienen índices de popularidad demasiado altos.
En todo esto, la Universidad, sus autoridades, su cuerpo académico y la enorme mayoría de sus estudiantes, aparecen como confundidos y buscando su propio espacio, mismo que terminará marcando, sin duda, el destino de la educación pública superior en el futuro del país. Por lo pronto, la apuesta, como hace un año, está en el Congreso, cuya organización no ha tenido, hasta ahora, avances sustanciales, en buena medida porque las autoridades parecen haber decidido esperar a que el nuevo gobierno federal tuviera una posición definida para la universidad y, segundo, porque algunos grupos internos, como el citado CGH, se han dedicado a intentar boicotear el Congreso sabiendo que su posición será naturalmente minoritaria en el mismo.
Las autoridades universitarias parecen, ahora sí, decididas a lanzar el Congreso y avanzar en una reforma universitaria que resulta imprescindible en muchos sentidos, más aún porque como consecuencia del movimiento parista y de las concesiones que se hicieron para tratar de levantarlo en forma pacífica, se generó un fuerte retroceso en términos académicos, curriculares y de prestigio de la UNAM. Pero más importante aún es para la UNAM lograr que las universidades públicas tengan una voz propia, una propuesta que hacer en un contexto en el cual se estará discutiendo una nueva arquitectura constitucional, y donde el tema de la educación pública superior deberá, sin lugar a dudas, ser revisado. El tema es demasiado importante para que la comunidad universitaria lo deje en manos, simplemente de los partidos, del congreso o del gobierno.
En todo caso, este Congreso Universitario tendrá que ser diferente al de 1990: aquel sirvió para descomprimir el ambiente político luego de las movilizaciones del CEU dos años atrás, pero no avanzó en una verdadera reforma universitaria. En esta ocasión la reforma debe ser el eje, la razón de ser de ese congreso, porque de otra forma lo que estará en peligro será el futuro de la propia universidad.
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Dos datos respecto a la relación medios-poder: por una parte, en las próximas horas será designado el nuevo director de RTC. No se trata de nadie ligado en el pasado al manejo de medios, la designación recaerá en Carlos Fernández Collado, rector de la Universidad de Celaya y ni lo dude usted que es una pieza cercana a Martha Sahagún. Por otra parte, hoy se reúnen los integrantes de la Cámara Nacional de la Industria de la Radio y la Televisión con el presidente Fox con el fin de proponerle que apadrine la convocatoria de un consejo de autorregulación de la propia industria y que estaría integrado por representantes de diversas organizaciones, entre ellas la asociación a favor de lo mejor, el consejo nacional de la publicidad, la anuies, el consejo coordinador empresarial, miembros de la CIRT, de Televisa y TV Azteca, además de representantes sociales. El objetivo es trabajar, evidentemente, sobre la autorregulación para evitar las tentaciones de regulación externa a los propios medios, hoy tan en boga, entre otros temas, por la disputa por los talk shows.