Cuando la semana pasada Javier González Rubio renunció a la coordinación de prensa de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, lo hizo con palabras de agradecimiento para el ingeniero a quien lo une una sincera amistad, pero también denunciando las diferencias y las limitaciones a las que someten al propio Cárdenas los hombres y mujeres de lo que llamó su primer círculo.
Cuando la semana pasada Javier González Rubio renunció a la coordinación de prensa de la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas, lo hizo con palabras de agradecimiento para el ingeniero a quien lo une una sincera amistad, pero también denunciando las diferencias y las limitaciones a las que someten al propio Cárdenas los hombres y mujeres de lo que llamó su primer círculo.
La verdad es que Javier jamás tendría que haber aceptado esa responsabilidad, independientemente de su grado de amistad o relación con Cárdenas: el manejo de la imagen y la prensa del candidato de la Alianza por México es parte de una agenda que manejan, como el propio González Rubio aceptó, los hombres del "primer círculo", en el que no estaba ni podría estar jamás un ex jefe de prensa de Ernesto Zedillo, como Javier, pero también los distintos grupos internos del perredismo que ya están luchando por la herencia, por lo que sucederá a partir del 3 de julio. Ello ha condicionado no sólo la capacidad de Cárdenas para moverse con soltura en su campaña, sino incluso ha inmovilizado al partido en una dinámica de rupturas y confrontaciones que tienen un costo un día sí y el otro también en la campaña perredista, llevando incluso a profundas divergencias con varios de sus principales aliados en la Alianza.
Los ejemplos son innumerables. En el Distrito Federal, que se ha convertido en el clarísimo objeto del deseo perredista (de mantener o no la jefatura de gobierno de la capital depende hoy casi todo para el futuro del partido del sol azteca), la lucha por las delegaciones es brutal, encontrándose el más claro ejemplo de ello, en la decisión de Salvador Martínez de la Rocca, El Pino, de buscar su reelección en Tlalpan, donde se ha visto violentamente confrontado por los grupos más radicales del partido y los cercanos a organizaciones como el Frente Francisco Villa. Y eso que guste o no su estilo, Martínez de la Rocca ha sido de los que mejores cuentas ha rendido en el trabajo delegacional. Pero la lucha interna por los espacios de poder en la capital son decisivos para saber cómo quedarán las cosas después del 3 de julio y espacios como Tlalpan, Iztapalapa, la Benito Juárez, la Cuauhtémoc o la jefatura del bloque de diputados locales son estratégicos para ello.
Si esa es la realidad del DF, no es más sencilla la que se vive en algunos estados, sobre todo en otro que es estratégico para el perredismo: Veracruz. En el estado del Golfo, la dirección perredista, que no es la que goza de las mejores calificaciones en ese partido, encabezada por Arturo Herviz, simplemente se ha negado a aceptar la candidatura a senador de Dante Delgado, presidente de Convergencia por la Democracia, el principal de los aliados del PRD, junto con el PT, en la Alianza por México. No es la primera vez que el perredismo veracruzano se niega a una alianza, en las últimas elecciones para gobernador se opusieron terminantemente a la candidatura de Ignacio Morales Lechuga (aunque en aquella ocasión con el respaldo implícito de Cuauhtémoc Cárdenas). Lo cierto es que les fue realmente mal en esos comicios. Pero después tuvieron una importante recuperación cuando fueron las elecciones municipales: la diferencia fue que entonces la alianza con la gente de Dante Delgado le dio espacios y alcaldías que, de otra forma, el PRD no hubiera alcanzado. Pero ahora, Herviz insiste en que si el ex gobernador encabeza la lista de senadores ellos no respaldarán las candidaturas de la Alianza en el estado.
Hay una verdadera confrontación que no se ve cómo puede resolverse en ese estado que podría darle realmente muchos votos a Cárdenas y allí, una vez más, la disputa está puesta en el futuro, por la sencilla razón de que la supervivencia del perredismo en el estado depende, en mucho, de encabezar la lista de senadores, porque todo hace suponer que a pesar de los desatinos de Miguel Alemán y de los errores cometidos con las listas de diputados, el PRI ganará ese estado gracias a los amarres que provienen de su propia fórmula de senadores, entre Fernando Gutiérrez Barrios y Fidel Herrera. Entonces la representación partidaria quedará en manos de quien quede segundo y obtendrá así una plaza en el senado: ahí está planteada la lucha entre Delgado y Herviz. Con un peligro que ninguno de ellos parece haber contemplado: el PAN es también una fuerza real en Veracruz y si se profundizan las divisiones del cardenismo, esa posición, finalmente, podría ser ocupada por los representantes del blanquiazul.
La pugna entre la dirección del partido y los gobernadores, también es y ha sido dura. Incluso en su reciente gira por Estados Unidos la mayoría de los mandatarios perredistas volvieron a insistir en algo que Cárdenas ha rechazado, sobre todo en las últimas semanas, con contundencia: la declinación de la candidatura cardenista para fortalecer un polo opositor en torno a Fox. Lo cierto es que esas presiones se redoblarán en mayo. Primero, porque sería la última oportunidad para un acuerdo de ese tipo, segundo porque el crecimiento de Fox parece haberse estancado (lo mismo que el descenso de Labastida) y va a ser evidente en esa recta final que al ex gobernador de Guanajuato requerirá para el triunfo de esos 12-15 puntos que Cárdenas tiene ahora en las expectativas electorales, si quiere obtener el triunfo. Pero no se trata sólo de estrategias electorales: el grupo de gobernadores, está enfrentado, de cara al futuro, con la corriente que representan Andrés Manuel López Obrador y Rosario Robles. Allí hombres como Ricardo Monreal saben que tienen una oferta propia que hacer y, desde ahora, quieren desmarcarse de una estrategia política que, primero, no los toma demasiado en cuenta porque no les tiene la suficiente confianza; y segundo, porque los ve como sus adversarios naturales. Su apuesta está en el sur, en Pablo Salazar, candidato de unidad de la oposición. Esa es una jugada que perciben como propia y que querrán confrontar con la estrategia nacional diseñada por "el primer círculo". Y mientras tanto, otras corrientes con peso nacional, como la que encabezan Jesús Ortega y Jesús Zambrano, los sacrificados en la elección interna del partido del año pasado, esperan para ver cómo juegan sus cartas: por lo pronto, ajustaron, así sea mínimamente, cuentas con la gente de Amalia García en la reciente lista de candidatos a senadores.
En este sentido, Cárdenas declaraba el fin de semana a Milenio que su campaña había sido afectada por las dificultades que surgieron en la elección interna de abril del año pasado y que debieron ser anuladas por la suma de irregularidades que allí se registraron. Es verdad, pero esa elección interna lo que puso de manifiesto es la profunda división en el partido, división que subsiste e incluso se ha profundizado en los últimos meses, haciendo girar al sol azteca en torno a algo difuso e inaprehensible que no es, definitivamente, la campaña de Cárdenas, que parece ser un barco que navega con una brújula distinta a la del resto del partido. Queda en el aire una pregunta ¿debía volver a presentarse Cárdenas a la candidatura presidencial?. Muchos opinarán que no, pero quizás, esta tercera aventura de Cárdenas -quizás realizada con la conciencia de que no llegará a la presidencia- tiene un objetivo que no hemos percibido con claridad: hacer un último esfuerzo para, a través de ella, tratar de galvanizar un partido, cuyas fracturas internas ya son públicas.
En este contexto, uno no puede menos que preguntarse en qué pensaba Javier González Rubio cuando decidió que, viniendo de fuera, podría hacerse cargo de una posición tan estratégica como la imagen y la prensa de Cárdenas. Lo destrozaron las presiones internas: no existía otra posibilidad.