21-09-2016 “La facilidad con la que hoy se disparan rumores, conclusiones precipitadas, insultos y acosos a los medios o a aquellos que no son de la cuerda de los que se sienten en posesión de la verdad, genera, por desgracia, esa sensación de que el periodismo es otra cosa, un grito, un insulto o un puñetazo. Y no es otra cosa. Sigue siendo aquello que definía Eugenio Scalfari: “Periodismo es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente”. Nos están vendiendo una mercancía averiada, y además el público la está comprando gratis, porque no sólo es gratuita sino porque están haciendo que no valga nada”. Lo escribió la semana pasada el periodista español Juan Cruz, en una reflexión que se ajusta a ese periodismo que toma de las redes sociales tanto la inmediatez como la inexactitud y que confunde la información “con un insulto y un puñetazo”.
La semana pasada ese tipo de periodismo proselitista, militante y desestabilizador sufrió tres duros golpes. El principal, el reconocimiento de The Guardian de que la información sobre el departamento de Angélica Rivera en Miami era, sencillamente, falsa. Cuando se dio a conocer esa información, en agosto pasado, aquí dijimos que “se sabía, era público, que Angélica Rivera era la dueña de esa propiedad en Miami donde incluso vivió algún tiempo con su hija. El “posible” contratista que tiene una propiedad adjunta, no es tal: no tiene un solo contrato con el gobierno federal, no lo ha tenido antes y no está participando en ninguna licitación. La documentación presentada por el reportero José Luis Montenegro en The Guardian, se basa en dos llamadas telefónicas con una empleada doméstica llamada María que confirma que ese domicilio es de la señora Rivera. Y muestra un predial de un departamento adjunto a nombre de ese empresario. Nada más.
“El profesionalismo con que ese periódico londinense trata los temas en México, insistíamos, deja muchísimo que desear. Hace unos meses el mismo corresponsal, José Luis Montenegro, conmovió al país y al mundo con una “entrevista exclusiva” con la hija de Joaquín el Chapo Guzmán, la joven Rosa Icela, que entre otras cosas decía que el Mayo Zambada, su socio, había entregado al Chapo, que había habido acuerdos para que Guzmán se fugara del Altiplano, que “ella y su familia” estaban analizando dar a conocer los “cheques” que el capo entregó para campañas políticas (¿se imagina a un capo del narcotráfico entregando cheques a candidatos?). Es más, el Chapo, decía Rosa Icela, había visitado en dos ocasiones Estados Unidos mientras estuvo prófugo”.
Todo estaba muy bien salvo por un pequeño problema: nadie sabía de dónde había salido Rosa Icela, porque no era hija del Chapo Guzmán. Luego supimos que, además, las entrevistas no eran tales sino un intercambio de comunicaciones. Una violación a cualquier norma profesional en el periodismo de investigación.
Como en el caso del departamento de Miami, no había datos comprobados, no había documentación creíble, no había declaraciones, no había nada que se pudiera confrontar con la realidad. Luego del caso Rosa Icela, The Guardian ratificó su fe (de eso se trataba, de una asunto de fe) en su reportero y nunca aceptó rectificar su información, pese a que fue desmentida hasta por la propia familia de El Chapo. De Rosa Icela, nunca se volvió a saber nada. Ahora, por lo menos en el caso del departamento de Miami, The Guardian ha rectificado, retirado la información y espero que revise lo que le envían desde México, ligado siempre a un portal de noticias muy exitoso, del que se nutre también un periódico. Ninguno de los dos difundió la rectificación, más que en una nota casi de pie de página.
Si lo de The Guardian fue una derrota también lo fue la marcha pidiendo la renuncia de Peña. Nadie duda que la popularidad presidencial ha caído dramáticamente, pero lo de la marcha, que algunos pretendían mega, era una ocurrencia, un intento de repetir el proceso de Brasil y Venezuela, impulsado, paradójicamente, por quienes más han apoyado a Dilma Rousseff y Nicolás Maduro. Fue un invento de las mismas redes sociales que difundieron lo del departamento de Miami y la entrevista con la hija del Chapo y que no quieren esperar que la gente decida el futuro del gobierno en los comicios del 2018.
Y finalmente hubo Grito el 15 de septiembre. ¿Qué hubo acarreados? Seguramente, como siempre en todos los Gritos de todos los presidentes. ¿Qué la zona debajo del balcón estuvo ocupada? Sí, pero eso ocurre desde que un predecesor de los de la Coordinadora y aliados, arrojó una bomba molotov al balcón presidencial en un desfile del primero de mayo, en el gobierno de De la Madrid. Hubo miles en el Zócalo y muchos más que pudieron ver la ceremonia donde estuvieran. Algunos aplaudieron, otros abuchearon, todos estaban en su derecho a hacerlo. Para muchos fue indiferente quién daba el Grito, lo que importaba era que la ceremonia cívica se cumpliera. Y eso es lo que los de la marcha y del departamento, no querían.