04-11-2016 El secretario de Finanzas del estado de Veracruz, Antonio Gómez Pelegrín lo explicaba en tono neutro, como si él no tuviera nada que ver en el asunto. La deuda del estado, decía, es de 87 mil millones de pesos, de los cuales 41 mil millones es de deuda pública de largo plazo: no lo dijo, pero si es así, la deuda de corto plazo por distintos rubros es de 46 mil millones. Decía en entrevista con Adela Micha que decidieron utilizar un sistema que se llama “la licuadora” básicamente para pago de nóminas, en un gobierno cuyo gasto aumentó en diez mil millones de pesos.
¿Qué es la licuadora? Un suerte de fondo común: todos los recursos federales se meten en el mismo costal y se van distribuyendo no de acuerdo a lo programado y destinado sino a las necesidades coyunturales. Según Gómez Pelegrín, la exigencia del gobernador Javier Duarte era que se pagaran las nóminas y luego lo demás. El problema es que ya no quedaba para “lo demás”. Por eso, explica, no se entregaron durante los tres últimos meses los recursos destinados a los municipios. Fueron a la licuadora y se gastaron en otras cosas.
Me asombra que el secretario de finanzas, que ocupa esa posición desde hace un año y nueve meses, se limite a decir que le recomendaba al gobernador no utilizar así los recursos y ya. Si estaba convencido de que se operaba de manera errónea y que la deuda era inmanejable, la pregunta es por qué diablos no renunció. No sólo no lo hizo sino que ahora explica qué fue lo que falló y lo hace cómo en lugar de ser un actor decisivo en el drama hubiera sido un simple espectador.
Escuchando a Gómez Pelegrín recordé una plática que tuvimos un grupo de periodistas con Javier Duarte cuando era gobernador electo. Pese a la fama que se ha ganado durante su gobierno, Duarte no es, ni remotamente, un hombre tonto, o con poca capacidad intelectual. Tiene una buena formación como economista, y llegó a la candidatura porque logró reordenar, aunque fuera un poco, el desastre financiero (el político siguió) que era la administración de Fidel Herrera. En aquel encuentro cuando alguien le preguntó a Duarte qué haría con la deuda del estado, dijo que simplemente patearía el bote. No decía que no la pagaría sino que la deuda con deuda se paga y que el estado tenía recursos suficientes para ser financiado. El sistema serviría, por supuesto, en una época de vacas gordas, cuando la situación cambiara o cuando financieramente fuera ya imposible financiarse de esa manera sobrevendría, como ocurrió, la crisis.
Los cálculos políticos de Duarte fallaron, todos. No logró sacar a su candidato; el PRI nacional no se alineó con él; convencido de que tenía una relación de hierro con el presidente Peña tardó demasiado en comprender que no era así; sus amigos y prestanombres fueron los primeros que lo traicionaron. Le ganó la soberbia y en ese camino se fue quedando solo; no tuvo, salvo contadas excepciones, buenos colaboradores (qué mejor demostración que un secretario de finanzas que sabe que se está tomando la vía incorrecta, se queda ahí y no hace nada) y tomó medidas cada vez más desesperadas, tan desesperadas como su fuga, que le costará política y judicialmente, muy cara.
Las operaciones de corrupción que se han divulgado por supuesto que trascienden todo esto, aunque me imagino que son producto no sólo de una voraz e inexplicable ansia de enriquecimiento de un hombre joven y que podría tener mucho por delante en el ámbito familiar, profesional e incluso político, sin necesidad de tanto dinero, sino también de esa soberbia.
En el 2004, cuando presentó su biografía, el ex presidente Bill Clinton fue interrogado en una entrevista con CBS sobre porqué, sin ninguna necesidad, había tenido un affaire con la becaria Mónica Lewinsky que pudo haber acabado con su presidencia. Su respuesta se puede aplicar perfectamente a lo que ha sucedido con Duarte. Lo hice, dijo Clinton, “por la peor razón posible. Sólo porque podía hacerlo. Creo que es la razón moralmente más indefendible por la que alguien puede hacer algo”. Y sí, las cosas se hicieron así en Veracruz porque Duarte sintió que podía hacerlo. Y si él lo hacía lo podían hacer los suyos.
Por lo pronto el encuentro, largo, de casi tres horas, que tuvieron el presidente Peña y el gobernador electo Miguel Ángel Yunes Linares, ha evitado el colapso del estado, ha podido evitar que espiral descendente terminara acabando con la gobernabilidad. En ese sentido, se han formado dos comisiones, una con Gobernación y la otra con Hacienda, para llevar a cabo, con ellos y en el ámbito federal, la transición en el estado. Es una buena noticia, es el reconocimiento de que, ante el vacío de poder, será desde la Federación donde se operará la transición con la administración entrante. Y es una importante señal que Yunes Linares haya reconocido ese gesto y entrado, de acuerdo con el presidente Peña, en un proceso de acuerdo político que pueda sacar adelante al estado.