Concluida esta semana una de las numerosas reuniones de los distintos gabinetes sectoriales que convocó el presidente Zedillo en Los Pinos (la más importante, la del gabinete de seguridad, seguramente para que ninguna provocación alterara el plebiscito universitario de ayer), el propio Zedillo se reunió con un pequeño grupo de sus hombres más cercanos y, dicen ellos, les leyó la cartilla.
Concluida esta semana una de las numerosas reuniones de los distintos gabinetes sectoriales que convocó el presidente Zedillo en Los Pinos (la más importante, la del gabinete de seguridad, seguramente para que ninguna provocación alterara el plebiscito universitario de ayer), el propio Zedillo se reunió con un pequeño grupo de sus hombres más cercanos y, dicen ellos, les leyó la cartilla.
Las instrucciones fueron órdenes y se relacionaban en forma directa con las famosas listas del PRI que ya se divulgan pero que, en realidad, todavía no existen. Las órdenes fueron: primero, que el presidente no va a poner a nadie en las listas del PRI. Que esas listas las está elaborando Francisco Labastida y que el candidato presidencial, y sólo él, será el responsable de las mismas. En otras palabras, el presidente Zedillo no se reservará una cuota entre los candidatos a diputados, senadores y asambleístas del tricolor. Se le preguntó porqué, si esa no es sólo una suerte de tradición en el priísmo sino también uno de los mecanismos clásicos para allanar (o protegerse) en las transiciones sexenales. Y el presidente Zedillo dijo que el intervenir así sería incongruente: que él no había designado a Labastida, que el sinaloense había sido electo en una consulta abierta y que entonces no había cuotas que negociar.
En otras palabras, como ya lo demostró en su momento la salida de José Antonio González Fernández de la presidencia nacional del tricolor (el presidente lo había puesto y el presidente lo quitó para que no se especulara con que ésa era una posición suya) en el PRI, recordando los viejos lemas leninistas, la consigna es “todo el poder a Labastida”.
El segundo punto de la recomendación presidencial a sus funcionarios es consecuencia de la anterior. Si el presidente no reclamará una cuota en las listas y no presentará recomendaciones al candidato de su partido, eso mismo se aplica a todos sus secretarios y demás miembros del gabinete. Los secretarios entonces no tendrán ya cuotas para la composición de las listas y el gobierno federal no realizará gestión alguna para que coloquen a sus hombres. Y con ello acaba toda una tradición.
Un tercer punto relacionado con el anterior se marcó en esa plática en Los Pinos. Se le preguntó al presidente Zedillo que hacían entonces los funcionarios que querían una candidatura a un cargo de elección popular o sus colaboradores cercanos, que quieran saltar de la administración pública a alguna instancia legislativa. La respuesta fue que comiencen a negociar directamente con el propio Labastida o con su gente, que se presenten en el partido, que digan que sí quieren y que hagan su lucha, pero no en Los Pinos sino en el edificio de Insurgentes Norte. Alguien preguntó en cuál de sus oficinas y la respuesta no fue muy explícita, pero a todo mundo le quedó muy en claro que quien está concentrando esa tarea es el secretario técnico del consejo político nacional, Emilio Gamboa Patrón, lo que explicaría, también, parte del golpeteo que ha sufrido en los últimos días.
Allí concluyó la plática, misma que en esa ocasión se explicitó que no tenía porqué conservarse en secreto. Entonces. el presidente Zedillo no intervendrá en las listas, no aceptará su tradicional cuota para colocar hombres y mujeres de su confianza o con los que haya adquirido compromisos y hace extensiva esa decisión a todo su equipo. La pregunta es obvia: se trata de una mera cuestión propagandística, formal, que luego, en los hechos, se reflejará de otro modo o será una decisión ingenua, donde no se comprende que esas posiciones no son graciosas concesiones sino una suerte de escudo de protección para la administración saliente, más aún cuando la elección será tan disputada que hasta el tricolor puede ser sorprendido y no llegar a la presidencia de la república.
La verdad podría ser otra. Hay algo que no se puede recriminar al presidente Zedillo a lo largo de este proceso de selección del candidato priísta y ese punto es la coherencia. La decisión de no participar en confección de la lista del PRI, de no pedir posiciones o cuotas, es absolutamente coherente con la lógica que ha manejado el presidente en toda esta historia. Sin duda, Labastida era el candidato preferido de Zedillo, pero no era el candidato del presidente (probablemente en un esquema de selección tradicional otro hubiera podido ser el ungido): alguna vez dijimos que, en todo caso, era el candidato del sistema, y la diferencia entre las dos cosas no es menor. Al contrario, si Labastida era el candidato del sistema, es porque tiene control y compromisos para con ese mismo sistema y la lógica indica que tiene que tener, para bien o para mal, manos libres para ajustar cuentas y asumir deudas. Insistimos, la señal que dejó la salida de González Fernández de la presidencia del PRI (una posición que tradicionalmente conservaba el presidente saliente) debe ser leída como “todo el poder a Labastida”.
Un segundo punto debe analizarse a partir de esas instrucciones presidenciales. El presidente Zedillo abandonará el poder y no tiene inquietudes por conservar parcelas específicas en él, pero no cabe duda que la enorme mayoría de los funcionarios que lo acompañan están en otra dinámica, en otra lógica, que buscarán continuar sus carreras políticas. Comenzarán a moverse y a hacer sus propias jugadas. ¿Cómo mantendrá el presidente en ese contexto la disciplina de todo su equipo: les dejará jugar o mantendrá cortas las riendas?¿les exigirá disciplina con la administración a la que pertenecen o aceptará que se disciplinen a los funcionarios entrantes?. Si el presidente sigue en la misma lógica, exigirá esa disciplina pero no ejercerá presión alguna para que se mantengan a su lado: permanecer o no será una decisión personal de los interesados.
Tercero. Por omisión, quedaría en claro que esas indicaciones incluyen a todo el gabinete federal, pero no se habló de los gobernadores. Por extensión, se tendría que pensar que los gobernadores tendrían que adoptar la misma filosofía: la pregunta es si creen, todos los gobernadores priístas, en lo mismo. Preguntarse si no tendrán los gobernadores la tentación, o si no querrán amarrar los compromisos que puedan adquirir con el priismo, a través de posiciones en las listas.
Archivos recuperados
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