Un tratado estratégico
Columna JFM

Un tratado estratégico

Lisboa, 23 de marzo.- El acto de la firma de la Declaración de Lisboa, mediante la cual, México y los países de la Comunidad Europea iniciaron formalmente la implementación del Tratado de Libre Comercio con Europa, fue al estilo local: austero, sencillo, mostrando avances tecnológicos pero, sin duda, asumiendo, de ambas partes, la importancia que el mismo reviste. Es más, aunque parezca un mero formalismo, la firma del tratado sirvió como excusa para que ?la familia europea? no se mostrara dividida y todos posaran en la foto oficial, junto al presidente Ernesto Zedillo para conmemorar la ocasión.

Lisboa, 23 de marzo.- El acto de la firma de la Declaración de Lisboa, mediante la cual, México y los países de la Comunidad Europea iniciaron formalmente la implementación del Tratado de Libre Comercio con Europa, fue al estilo local: austero, sencillo, mostrando avances tecnológicos pero, sin duda, asumiendo, de ambas partes, la importancia que el mismo reviste. Es más, aunque parezca un mero formalismo, la firma del tratado sirvió como excusa para que "la familia europea" no se mostrara dividida y todos posaran en la foto oficial, junto al presidente Ernesto Zedillo para conmemorar la ocasión.
Usted se preguntará cuál es la importancia de una foto, sin embargo ésta la tuvo: la firma de la declaración de Lisboa entre la CE y México fue la excusa para que los líderes europeos pudieran sentarse y tomarse la foto con los representantes de la Austria de la derecha ultra que tanta preocupación ha causado en este continente por sus veleidades neonazis. Y allí estaban, en un momento para recordar, Tony Blair, Gerard Schoereder, José María Aznar y Antonio Guterres entre los quince jefes de gobierno de la Comunidad, junto con el presidente Zedillo, y mezclado entre ellos Herminio Blanco y Rosario Green.
El día lo ameritaba. En realidad, en nuestro país no le hemos dado la importancia que tiene al Tratado con Europa: simplemente, como se recordó una y otra vez por estos lares, México tiene un intercambio comercial con Europa que es veinte veces menor al que sostiene con Estados Unidos (que a su vez se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años, desde que entró en vigor el TLC con América del Norte), siendo el europeo un mercado real y potencialmente mayor al de nuestros vecinos del norte.
Como le ha ocurrido en muchas ocasiones a este gobierno, no ha sabido divulgar y "vender", en el mejor sentido de la palabra, sus logros y éste, sin duda, lo es. Mientras se negoció el TLC con América del Norte, la opinión pública estuvo enterada de cada paso que se daba, de lo que se avanzaba y los que se trababa en las negociaciones, cualquiera recordará, incluso, la transmisión, en cadena nacional, de la votación del Congreso estadunidense para aprobar el Tratado.
Ahora todo ha sido diferente: la negociación con la Europa comunitaria ha llevado cinco años, durante el último de los cuales esa negociación estuvo encabezada por Jaime Zabludovsky, que logró algo que los propios europeos consideraban imposible hace un año: romper todos los resquemores, llegar a acuerdos con todos y cada uno de los quince gobiernos de la comunidad por separado y luego con el Consejo de Europa para el acuerdo global: fue, en los hechos una negociación mucho más difícil, compleja y dura que la que se llevó a cabo con Estados Unidos. Pero la gente no se enteró. Pese a que la magnitud de los acuerdos es notable. Dicen los negociadores que eso fue así para no entorpecer las negociaciones.
Puede ser, pero lo cierto es que la liberalización es muy amplia. Pero, más importante aún es que se trata de acuerdos inéditos y que incluso, en muchos capítulos, como el del jugo de naranja, la propia comunidad establece con claridad que se trata de convenios que no sientan precedente para aplicarse con otras naciones que mantengan una negociación similar en el futuro. Ha habido habilidad de los negociadores mexicanos pero, también, condiciones objetivas y éstas se basan en los resultados del TLC. Se debe asumir algo: este jueves y viernes están reunidos aquí en la capital de Portugal, todos los jefes de gobierno de la Comunidad con un objetivo explícito y otro, como siempre sucede en estas cosas, implícito. El primero es buscar soluciones al mayor problema social y económico de la Comunidad, el paro, que en todos los países miembros supera con holgura el 10 por ciento. Pero el objetivo implícito de la reunión es el rezago económico que está mostrando la CE respecto a Estados Unidos.
Los negociadores españoles lo dicen con claridad: mientras Estados Unidos está creciendo al 5 por ciento anual, Europa apenas crece a la mitad, con un mismo nivel de inflación y con tasas de desempleo que en algunos casos son tres veces mayores a la de nuestros vecinos del norte. Para muchos analistas, el TLC de América del Norte, es clave (aunque por supuesto que no en forma definitiva) para explicar parte de esos resultados. El objetivo de esta cumbre es dar un viraje a la construcción de la unidad europea, de forma tal que la CE estar en condiciones de competir con su principal adversario a nivel internacional.
Y resulta que encerrados como estamos en nuestra más estrecha agenda nacional, como país hemos perdido de vista que, pese a todos nuestros males, nos hemos convertido en el tercer socio comercial de Estados Unidos, con el que tenemos un comercio ampliamente superior a los cien mil millones de dólares, que somos uno de los principales exportadores e importadores del mundo y, sobre todas las cosas, que somos el único país que mueve recursos de este tipo y que tiene un tratado de libre comercio con ese mercado enorme y en expansión.
Para los europeos, el comercio vía México hacia Estados Unidos, y sobre todo, la inversión para, respetando las complejas reglas de origen, poder vender hacia nuestros socios del norte, es una tentación demasiado alta. Europa no sólo buscará comerciar, invertirá y mucho, para localizar sus productos en el norte. Simplemente, al hacerlo vía México, los europeos obtienen una desgravación, a partir del primero de julio próximo, de aproximadamente entre 15 y 10 por ciento respecto a si vendieran directamente hacia EU. El tratado se ha negociado de tal forma que para que los estadunidenses se beneficien de esa misma ventaja, como los europeos, tendrán que exportar con productos manufacturados, en su mayoría, desde México. La triangulación no es superable por ningún otro mercado: simplemente, salvo el caso de Irlanda, ninguna otra economía del mundo puede ofrecer esa doble ventaja de un doble acuerdo comercial con los dos principales mercados internacionales, que no tienen un convenio similar entre sí.
Sin duda que en algunos aspectos este convenio tendrá desventajas para sectores específicos, pero tampoco es verdad, como se dijo durante el debate en el senado para su aprobación, que México podría haber negociado con la Europa comunitaria como una nación en desarrollo, en los mismos términos de sus ex colonias o pidiendo impuestos o cuotas compensatorias como los países más pobres de la comunidad, como el propio Portugal, Grecia y en menor medida España.
Es una falacia: esos países obtienen esas cuotas y esos impuestos porque son parte de la Comunidad Europea con todo lo que eso implica, desde el establecimiento de una política militar de defensa común hasta el tener una sola política monetaria continental, una sola moneda y un solo banco central que no está ubicado en ninguno de los países en desarrollo sino en Alemania, con políticas dictadas por los socios más poderosos de la propia comunidad: el total de esos impuestos compensatorios para Portugal, por ejemplo, es de apenas 5 mil millones de dólares anuales, una cantidad pequeña si la comparamos con la magnitud de la economía mexicana, pero incluye el establecimiento de cuotas, por ejemplo, para la exportación de sus principales productos, como el vino, y la exigencia de reconvertir en unos pocos años a Portugal de una economía agrícola en una de servicios. México ni puede ni debe tener un acuerdo de ese tipo y el plantearlo vulnera la soberanía mucho más que cualquier acuerdo como el firmado. Con un agregado: es un convenio con una fuerte base política: exige el compromiso con mayor democracia, mayor igualdad y mayor respeto a los derechos humanos. Y un poco de contagio de política europea, cuando estamos tan contaminados, para mal y para bien, de la cultura política estadunidense (y ahí están nuestras campañas para demostrarlo) no está nada mal.

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