30-01-2017 En la negociación con Donald Trump sobre el TLC, el muro, la seguridad y la larga agenda bilateral, lo principal era y es saber manejar los No, las cosas que no son aceptables. La negociación, decíamos desde días atrás, debe basarse en los principios y a partir de allí utilizar el pragmatismo para llegar al objetivo planteado.
En ese sentido, el gobierno de Enrique Peña ha actuado, en este tema, con notorio acierto. El discurso de la semana pasada refrendó principios, trabajó para tener un encuentro con Trump y quien terminó bloqueando el proceso fue el propio mandatario estadunidense con la firma de la orden ejecutiva del muro y sus declaraciones, una verdadera provocación el mismo día de la llegada de la delegación mexicana encabezada por Luis Videgaray a Washington.
La respuesta de la Presidencia que le ha ganado el reconocimiento dentro y fuera del país fue el primer y sonoro No que se ha ganado Trump en su frenética y alocada semana en la Casa Blanca. Y ese No ha tenido repercusión en México, pero también, y mucha, en Estados Unidos, porque en los hechos ha demostrado que Trump no tiene respuestas que vayan más allá de sus declaraciones.
No las ha tenido con México, no las tiene con el tema de los musulmanes, a quienes les ha prohibido el ingreso al país; no las tiene con una Europa que no está dispuesta a ver cómo Trump habla con Vladimir Putin de una nueva repartición de “esferas estratégicas”. Y buena parte de esa resistencia se ha escenificado y ha tomado sentido a partir del No de Peña.
Tampoco nos engañemos, el No a la reunión del 31 de enero no es el final de la negociación. Es el primer paso de ella, de una negociación que, en los hechos, tendrá que realizarse ahora fuera de las condiciones que intentaba imponer Trump de franca subordinación. Una de las consecuencias del No es que Trump parece haberse acercado a Canadá para romper la negociación trilateral. Habrá que ver si lo que vale con Canadá es la palabra de Justin Trudeau o la de sus funcionarios comerciales. Si impulsarán una negociación trilateral o asumirán, como les dijo Trump, que con ellos no había problemas. Por lo pronto, en la crisis de los refugiados sirios, Canadá se ha ofrecido a recibir a quienes está rechazando Trump, a quien un juez federal, en el segundo No que recibe, está obligando a revisar esas medidas.
Pero México tiene muchas otras cartas por jugar. La primera, insistimos, es la propia seguridad fronteriza. Luego del No de Peña, Trump declaró, entre otras cosas, que México no había dado nada a cambio de los beneficios que había logrado con el TLC, incluyendo una “débil ayuda en la frontera”. Es una mentira descarada, que México puede exhibir: si no ha habido atentados importantes en Estados Unidos desde el 11-S ha sido, en parte, por la colaboración de México. Aquí se han establecido medidas espejo y de estrecha colaboración con EU en toda la agenda antiterrorista, desde el control del espacio aéreo y la frontera hasta la detención de terroristas que estaban planeando ataques en Washington. Los terroristas que han atacado Estados Unidos han entrado a ese país por Canadá, ninguno por México. Es verdad que la frontera es porosa, lo es para las drogas que se consumen en EU, pero también para las armas y el dinero que alimentan aquí a los grupos criminales.
En el tema de la lucha contra el narcotráfico, ambos países han contribuido con inteligencia en casos muy específicos, pero no cabe duda que el compromiso en el tema es disímil. Mientras la Casa Blanca mantiene una posición de prohibición de las drogas, la mitad de Estados Unidos, incluyendo todos los estados más poblados, ha legalizado la mariguana, incluso para uso recreativo. Es verdad que están preocupados por el aumento del consumo de heroína, que ha dejado 13 mil muertos por sobredosis en el último año, pero se tendría que comprender que esa droga que, efectivamente, se produce en México, primero ocasiona por lo menos la misma cantidad de muertos por la violencia criminal cada año en la zona de producción; y segundo, que esa producción se da por el consumo estadunidense. Aseguran que, en cuanto cruza la frontera, la droga termina, como me dijo alguna vez el zar antidrogas de Bill Clinton, Barry McCaffrey, “pulverizándose” para llegar a las grandes ciudades. En realidad la droga se pulveriza después de que se concentra en ciudades estadunidenses, sobre todo de Texas, y de allí se distribuye a ciudades y en un lejano tercer paso a los traficantes callejeros, quienes tampoco parecen estar particularmente perseguidos. El problema con la heroína no es nuevo, la diferencia es que en el pasado era la droga que consumía la comunidad afroamericana, y ahora la están consumiendo blancos de clase media.
Ésa es una gran carta de negociación, pero no sólo con Trump, sino con la sociedad estadunidense. Como lo es exhibir el costo que tendría para sus consumidores que Trump cumpla con sus amenazas: sólo cinco estados de la Unión Americana concentran el 63% de las exportaciones hacia México, que suman 149 mil millones de dólares al año: sin el comercio con México, las economías de Texas, California, Michigan, Arizona e Illinois se verían seriamente dañadas. No olvidemos los servicios que permiten ese comercio y las empresas que además están integradas entre ambos países y el costo sería mucho mayor. Dice Trump que castigará con un 20% a los productos que se importen de México. Puede hacerlo si el Congreso se lo permite, pero ¿quién lo pagará? Finalmente, también el consumidor estadunidense que requiere de esos productos o que no, los tendrá.
El No de Peña es el inicio de una negociación que debe realizarse entre gobiernos, pero en la que deben participar todos, aquí y en Estados Unidos. La oportunidad que con sus medidas ha abierto Trump no sólo es interna, sino también entre la sociedad estadunidense: es la primera vez que México puede llegar con argumentos y ser escuchado, atendido y comprendido en estos y otros temas. Y hoy más que nunca se debe hacer un trabajo intenso del otro lado de la frontera, asumiendo que es sólo uno más, por más importante que sea, de la amplia constelación del poder en la Unión Americana. Una constelación en la que México cuenta.