09-03-2016 El éxito, decía Colín Powell, ex secretario de Estado de la Unión Americana, es el resultado de la perfección, del trabajo duro, del aprendizaje de los fracasos, de la lealtad y la persistencia. Jesús Silva Herzog Flores fue un mexicano de excepción, un gran economista, una buena persona, un hombre leal y persistente. Pudo ser, incluso, presidente de la República: le faltó para lograrlo un equipo que lo acompañara y le sobró un poco de vanidad.
Cuando vemos lo que estamos viviendo hoy deberíamos compararlo con ese ayer no tan lejano en el que Silva Herzog fue protagónico. Jesús llegó al gabinete de José López Portillo para tratar de contener el derrumbe de una economía que iba a ser la peor herencia que el presidente que “administraría la abundancia” le dejaría a su sucesor, Miguel de la Madrid. No lo pudo evitar como tampoco pudo convencer a López Portillo de que no nacionalizara la banca y estableciera el control cambiario. Se quedó en la secretaría de Hacienda porque la lealtad y la persistencia eran la norma: y ellas estaban con De la Madrid.
Ya con Don Miguel, le tocó el proceso más complejo de renegociación de la deuda, en el momento en que parecía inminente la moratoria y tuvo que llevar una relación con el equipo de Ronald Reagan que en aquellos años no era incluso menos gentil con México que el de Donald Trump ahora, porque todo aquello se inscribía en la lógica de la guerra fría, de las dictaduras en Centro y Sudamérica, de los conflictos en Nicaragua y El Salvador, y las posiciones de México y Estados Unidos eran radicalmente opuestas en casi toda la agenda bilateral. Súmele a eso que Reagan y López Portillo se detestaban y que la crisis económica que vivíamos era abismal y se comprenderá lo mucho peor que era aquella situación que la que vivimos ahora.
Silva Herzog tuvo que dejar el gabinete de Miguel de la Madrid porque no era parte de su equipo real y quiso jugar su propia sucesión. Fue despedido de una forma impropia de su trayectoria y sus servicios, en el que fue quizás el único arranque reprochable del presidente De la Madrid que era un hombre particularmente cuidadoso de las formas.
Silva Herzog fue exhibido por el gobierno y por los medios en forma humillante, precisamente cuando estaba conformándose la corriente democrática que encabezarían Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Le ofrecieron a Jesús ser parte de esa corriente, incluso tener un lugar protagónico en la misma y hasta podría haber sido su candidato presidencial. Nunca lo aceptó. No ocultaba sus diferencias con De la Madrid y Salinas, pero tampoco sus lealtades e irse a la corriente democrática lo consideraba un error y una deslealtad.
Con Salinas fue secretario de Estado y un muy buen embajador en España, con Zedillo un firme, en un momento particularmente difícil, embajador en Estados Unidos. En el 2000 lo designaron candidato contra Santiago Creel y López Obrador en el DF, y quizás se le acabaron las ganas, porque su campaña estuvo por debajo de las expectativas, pero aceptó esa la última, casi imposible encomienda: tratar de ganar el DF para el PRI.
Más allá de acuerdos o desacuerdos, lamento muchísimo su fallecimiento. Fue un político serio, capaz, abierto, divertido, honesto y sobre todo congruente y leal. No hay muchos de ese nivel. Un abrazo para su hijo, Jesús Silva Herzog Márquez y todos los suyos.
Pasemos a Barbosa. El ahora ex líder del perredismo en el Senado, también es un hombre capaz, divertido, agradable, amigable. Pero no puedo entender, primero, su súbita decisión de apoyar a López Obrador y permanecer en el PRD. Segundo, el aferrarse a una coordinación parlamentaria que resulta incompatible con su compromiso electoral. Es, simplemente, un conflicto de lealtades que no resulta digno de un hombre como Barbosa.
Por supuesto que Barbosa tiene todo el derecho de respaldar a López Obrador, como lo tenía hasta hace unos días de apoyar a Mancera. Pero no puede seguir en un partido apoyando al candidato de otro y, además pretender seguir en la coordinación parlamentaria del partido que no respalda. Y eso se aplica a Barbosa y a otros legisladores del PRD. No pueden tener apoyos, prerrogativas, recursos políticos y materiales para apoyar a un rival del partido que los llevó a esas legislaturas.
Quizás el PRD se quedará con un grupo parlamentario que tendrá la mitad de los integrantes originales, pero serán suyos y seguirán la línea de ese partido y, me imagino, terminarán apoyando a sus propios candidatos. Es un problema, simplemente, de lealtades.
Regreso al 2006
Hablando de López Obrador. El candidato de Morena, en una visita a El Paso, Texas, designó a Rafel Espino de la Peña como su enlace con empresarios y sociedad civil de esa parte de la frontera. Espino de la Peña ya había construido en el 2006 las redes de apoyo a López Obrador con quien fue su jefe político, el fallecido Manuel Camacho.