Luego de 60 días de fracasos en casi todos los ámbitos, el jueves pasado el presidente Trump logró, lanzando misiles contra una base militar de Siria, su primera victoria política, mucho más que militar.
Los misiles sobre Siria dispararon mensajes simultáneos en diversos frentes y demostraron que, con la salida de Steve Bannon del Consejo Nacional de Seguridad, la línea básica de la nueva diplomacia en la Casa Blanca pasa por la conducción militar.
Los militares, los únicos realmente profesionales en el gabinete de Trump, han sacado progresivamente del poder en la Casa Blanca a los ideólogos improvisados de ultraderecha y han vuelto a colocar en el centro del poder a los intereses geopolíticos estratégicos de Estados Unidos.
El primer misil obviamente estuvo dirigido al régimen de Al Assad en Siria. La conjunción de distintos esfuerzos internacionales, incluyendo una abierta intervención rusa en favor del régimen sirio, han permitido reducir en forma notable las fuerzas del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) pero entonces las fuerzas de Al Assad se han dirigido cada vez más contra los rebeldes que luchan contra su gobierno, un frente diferente al de la guerra con ISIS (que también es enemiga de los rebeldes). El ataque a un poblado rebelde con gas mostaza, fue un acto criminal, un delito internacional y, también, una provocación.
La respuesta estadounidense les dio a entender al gobierno sirio (que había sido defendido muchas veces por Trump antes y después de la elección) que no tiene el respaldo de la Casa Blanca, al tiempo que envió otro mensaje a Rusia, de que los acuerdos de los que tanto se ha hablado pueden ser muy volátiles ante el choque con la realidad.
El segundo misil fue pues para Rusia. En un momento en que el gobierno de Trump está acosado, incluso judicialmente, por las acusaciones de una relación ilegítima con el régimen de Putin, cuando existe un pleno convencimiento de que el gobierno ruso intervino en las elecciones estadounidenses para apoyar a Trump, el misil del jueves en Siria le envió un mensaje a Rusia que resulta inocultable. Esa es la mano militar de la que hablábamos. El secretario de la Defensa, James Mattis, y los otros altos cargos militares que participan activamente en la administración (con cargos que generalmente ocupan civiles) siempre han insistido en que Rusia no es un aliado de Estados Unidos sino un adversario estratégico. Los intereses geopolíticos de largo plazo de Estados Unidos, que fueron vulnerados constantemente en las primeras semanas de la administración Trump, se impusieron en la decisión de atacar Siria y distanciarse de Rusia.
Otro misil fue para China. El ataque se dio mientras comenzaba la cena de Trump con el presidente chino Xi Jinping. En realidad no sabemos si el mandatario chino fue advertido con anterioridad, pero en un contexto en el cual muchas veces Trump ha hablado de una guerra comercial con China, donde ha puesto en duda el principio de una sola China, pero sobre todo de un enfrentamiento real con el régimen de Corea del Norte (cuyo único respaldo internacional es China), esos misiles en Siria fueron una advertencia de que si siguen las provocaciones y el programa nuclear en Corea del Norte, habrá una respuesta militar. La movilización de portaaviones hacia la zona es un mensaje claro en ese sentido.
Y si bien todo indica que en la compleja e interdependiente relación comercial entre China y Estados Unidos puede haber acuerdos que eviten la guerra comercial, si la nación asiática no logra atemperar los ánimos del régimen de Kim Jong Un, hacia allá se dirigirán los próximos ataques, antes de que Corea del Norte termine de completar su programa nuclear.
Aunque muy indirecto, en todo esto hay también un mensaje para México. Más allá de los agravios racistas y de las declaraciones destinadas a la propaganda interna contra los migrantes, México no está en el centro de las preocupaciones de la Casa Blanca, por lo menos no como un rival estratégico. Por el contrario, Estados Unidos necesita cada vez más a México en el ámbito de la seguridad regional y también en el económico y comercial. Hay y habrá retórica antiinmigrante, pero el TLC no desaparecerá, se adecuará, porque para mantener su competitividad global, Estados Unidos necesita a México y Canadá; y el famoso muro cada vez más parece ser una simple mejora arquitectónica de la valla que ya existe en un tercio de la frontera. Tenía toda la razón Paul Krugman: es mucho más probable que Estados Unidos se lance a un conflicto militar con Corea del Norte a que rompa el Tratado de Libre Comercio. Y los misiles sobre Siria, con todas sus repercusiones parecen confirmarlo.
Un último punto, marginal pero relevante. Los misiles en Siria y las amenazas a Corea del Norte son una advertencia también para el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela que participa con pleno derecho en esa lista del nuevo Imperio del Mal, como lo llamaría Ronald Reagan.