08-06-2017 El PAN no hizo una buena campaña ni tuvo los resultados que esperaba en las elecciones del domingo. Tampoco son una catástrofe, pero podía haber tenido resultados mucho mejores sobre todo en el estado de México y en Coahuila. En los dos estados hubo problemas internos para sacar las candidaturas, en los dos, las distintas corrientes bloquearon en algún momento las campañas, en los dos la dirigencia nacional jugó sus cartas pero no terminó de cerrar heridas y realizar amarres y eso se puso de manifiesto en los resultados.
En el estado de México, en febrero, cuando los índices de popularidad de Josefina Vázquez Mota estaban en lo más alto, bastante por encima de cualquier aspirante priista, la candidatura se retrasó durante semanas por distintos conflictos internos, incluyendo una larguísima y costosa impugnación de la corriente de Ulises Ramírez, que detuvo durante más de un mes el inicio de la campaña, dividió internamente al partido y, una vez iniciada, esa corriente (una de las dos principales en el panismo estatal), simplemente quitó las manos, no participó. Ricardo Anaya, el presidente nacional que fue muy insistente en la designación de Josefina y que fue quien la convenció de que participara, no cumplió sus compromisos internos: estuvo relativamente ausente de la campaña, muchos de los gobernadores albiazules no dieron más que apoyo nominal, el CEN no aportó todos los recursos que prometió y por ende la campaña, que también tuvo errores de diseño y concepción, terminó cayendo sin que el PAN se beneficiara de los cientos de miles de votos que perdió el PRI en el estado. Todos se fueron para Morena. En los hechos, en 2017, el PAN tuvo casi los mismos votos que en la elección de seis años atrás, en el 2011.
En Coahuila, la dirigencia nacional impulsó y mucho al senador Guillermo Anaya, desplazando al también senador Luis Fernando Salazar. Ambos eran buenos candidatos pero Salazar parecía tener más popularidad, mejores posibilidades, podía amarrar una serie de alianzas más amplias y contar con mayores apoyos en el ámbito nacional. Pero Anaya se decantó por Guillermo y la decisión dejó herido internamente al partido. El PAN tenía todo para ganar la elección en Coahuila y, hoy, es más probable que Miguel Riquelme se siente en la casa de gobierno de Saltillo que Guillermo Anaya. Gane o pierda después del recuento no fue la de Coahuila una buena campaña.
En Nayarit, Antonio Echevarría era el candidato de la alianza con el PRD y con Guadalupe Acosta Naranjo. Al igual que su padre años atrás (fue el primer candidato aliancista, cercanísimo a Vicente Fox), Toño no es un militante panista, pero sí una figura que aglutina y que se ha beneficiado del pésimo gobierno de Roberto Sandoval, incluida la vergonzosa historia del fiscal Edgar Veytia. Allí la alianza tuvo una victoria inobjetable. Como la tuvo en Veracruz, pese a que perdió varias ciudades importantes con Morena. Pero se quedaron con la enorme mayoría de los municipios, con el puerto y Boca del Río y tuvieron más del doble de los votos que Morena o el PRI. Pero como decíamos esta semana, también se debe asumir que ese fue un triunfo claro del gobernador Miguel Ángel Yunes, cuyo peso específico en el PAN sigue creciendo y tendrá voz y voto de cara al 2018, en su estado por supuesto, pero también en el ámbito federal.
En otras palabras, los resultados y el balance electoral del PAN está lejos de la celebración que hizo Anaya, junto a miembros de su equipo, a las seis de la tarde del domingo pasado. Claro que el PAN ha crecido y está en muy buena situación para encarar el 2018, pero sería por lo menos ilógico deducir que eso se debió exclusivamente a la labor de Anaya.
No soy de los que cree que la presidencia de Ricardo Anaya sea sinónimo de una debacle interna como algunos panistas opinan, pero tampoco se puede sobrestimar sus resultados, que en muchos casos son consecuencias de procesos internos y liderazgos locales que no pasan por el CEN panista. Anaya tuvo y tiene un mérito que no se puede negar: ha apostado en muchas ocasiones por una alianza PAN-PRD que le ha dado a su partido y sus aliados buenos resultados. Una opción que no se debería desechar para el 2018.
Pero no ha logrado articular un partido realmente operativo y ha ahondado la división interna desde el mismo momento en que desde la presidencia partidaria busca la candidatura presidencial. Claro que tiene derecho Anaya de estar en la boleta presidencial, pero no puede hacerlo desde la presidencia del partido, cuando hay otros aspirantes y cuando tiene el monopolio del manejo de los recursos, los espacios publicitarios y el padrón, además del control directo sobre los jefes de los grupos legislativos.
De esa forma no hay piso parejo pero, además, sus aciertos y errores son leídos por propios y ajenos como parte de una campaña política personal y no de una administración justa y equitativa del partido que lidera. Y ahí yace la crisis que, si no es resuelta, puede hundir al PAN en el 2018.