El jueves pasado cuando Felipe Calderón Hinojosa, dijo en la Cámara de Diputados que ni Marcos ni Fox mandaban, la fracción parlamentaria de ese partido votó, como en el Senado, en forma unánime para que los representantes del EZLN no utilizaran la tribuna de San Lázaro ni el pleno para sus planteamientos, se estaba abriendo una amplia brecha entre los legisladores blanquiazulez y su partido.
Cuando el coordinador de los diputados panistas, Felipe Calderón Hinojosa, dijo el jueves que en la cámara de diputados no mandaban ni Marcos ni Fox y la fracción parlamentaria de ese partido votó, como en el senado, en forma unánime porque los representantes del EZLN no utilizaran la tribuna de San Lázaro ni el pleno para sus planteamientos se estaba abriendo un amplia brecha entre los legisladores blanquiazules y su partido. Cuando el sábado en confernecia de prensa el coordinador de los senadores del blanquiazul, Diego Fernández de Cevallos, expresó sin tapujos sus diferencias con el presidnte Fox, cuando dijo que éste se ha convertido en el prinicpal promotor y publicista del subcomandante Marcos y que “hasta lo ha comenzado a querer” en una Asamblea Nacional del PAN en la que Diego volvió a confirmar que sigue siendo, después de Fox, la figura con mayor popularidad dentro de ese partido, la brecha abierta en la semana se había transformado en una distancia que difícilmente se podrá sortear sin grandes esfuerzos políticos.
Diego fue más allá. Dijo que había recibido “enormes presiones, todos los días, a todas las horas” de parte de la administración Fox para que cambiara el sentido de su voto, dijo que ellas se realizaron a través de Don Luis H. Alvarez (a quien le manifestó su respeto, a pesar de que en la noche del miércoles tuvieron en la secretaría de Gobernación una larga e inusual, por sus términos, discusión sin llegar a ponerse de acuerdo) y de Rodolfo Elizondo quien, según Diego, no cuidó las formas “porque tiene cuentas pendientes conmigo”.
Al momento de escribir estas líneas Vicente Fox aún no había particido en el cierre de la Asamblea Nacional del PAN en Guadalajara y sin duda tendrá el apoyo público de los representantes del blanquiazul, pero lo que resulta indudable, viendo cómo fue recibido Diego Fernández el sábado, es que la mayoría piensa que el que tiene razón en este debate es Diego y no el presidente y que la posición de los legisladores fue la correcta. En otras palabras, los panistas no entienden la posición de su presidente en el tema chiapaneco y llama la atención que en ambos grupos parlamentarios, la posición de los coordinadores, Felipe Calderón y Diego, no haya sido cuestionada, que el voto del jueves en ambas cámaras haya sido homogéneo y disciplinado.
Lo ocurrido debe ser un fuerte llamado de atención para el presidente Fox. El mismo sábado Diego declaró que le gustaría declarar que lo sucedido en el Congreso no afectará o contaminará la negociación de otros temas de la agenda nacional, pero aclaró que ello sería “solamnete un deseo, lo cierto es que en política todo cuenta, todo impacta, todo afecta para bien o para mal, esto es inevitable”. En otras palabras: el coordinador de los senadores del PAN le está diciendo al presidente de la república que lo ocurrido en el tema zapatista tendrá repercusiones en los demás temas de la agenda legislativa.
Una agenda legislativa muy compleja porque el principal punto de ella: la reforma hacendaria, tiene el visto bueno de los mercados nacionales e internacionales y de buena parte de los analistas económicos de dentro y de fuera del país, pero no de las fuerzas políticas y de importantes sectores de la sociedad. Y en el PAN, en particular, no están demasiado convencidos de que el gravar alimentos y medicinas sea una salida que le convenga al propio partido: las propuestas que se manejaron en el PAN matizaban y mucho la que presntará en los próximos días (cuando la agenda zapatista lo permita) el secretario de Hacienda, Francisco Gil Díaz. Giraban, por ejemplo, en torno al establecimiento de un IVA de 12 por ciento, incorporando allí a todos los productos.
En realidad, muy probablemente la posición del gobierno se ajusta más a la lógica de Estado, a la necesidad de ampliar la recaudación para darle salida a los disitntos programas en los que se encuentra comprometido desde la campaña. La propuesta va, también, en la dirección de una tendencia mundial en lo fiscal: aumentar el IVA, el impuesto sobre el consumo y disminuir el ISR, la generación de riqueza, con la expectativa que el primero sea castigado y se cargue más a quien más consume, mientras que la generación de riqueza o los ingresos sean impulsados, buscando, al mismo tiempo transparentar los ingresos reales de la población y fomentar el ahorro interno.
Pero la distancia que existe entre lo correcto en el ámbito estatal y las ambiciones de partido siempre es amplia, más aún cuando ni en el PAN (ni en el gobierno) se concibe al blanquiazul como lo que es: el partido en el poder. La cantidad de artilugios verbales que utilizan los panistas y los gobernantes para referirse a la relación PAN-gobierno y no decir esas cuatro palabras “partido en el poder”, es tan amplia como vergonzosa. En el PAN y en el gobierno deben comprender que estar en el poder implica una serie de compromisos, responsabilidades y costos que hoy no quieren, ni unos ni otros, asumir. Hsce unos días, durante una entrevista que manteníamos con el presidente Fox éste dijo que la presión que ejercía el partido oficial era muy fuerte, pero no hablaba del PAN sino del PRI. Puede ser un lapsus, pero en realidad va más allá: a más de nueve meses del 2 de julio, ni el PAN se asume como partido en el poder ni el presidente Fox lo termina de considerar en ese sentido.
Los panistas siguen pensando como una fuerza de oposición y en parte es lógico: más de 60 años de oposición crean algo más que una formación cultural en sus dirigentes. Pero, además, están marcados por una frase que dijo hace ya más de diez años Luis H. Alvarez y que Diego utiliza a menudo: si tantos años de oposición no destruyeron al partido que no lo destruya ahora el poder. Y siguen actuando como una fuerza política alérgica a éste y a sus compromisos. En el plano teórico y quizás hasta en el ético ello es correcto, pero a la hora de analizar cómo se están moviendo ls fuerzas internas y el apoyo real que tiene el gobierno de su propio partido, se pueden generar muchas sorpresas: hoy, se diga lo que se diga, el presidente Fox tiene muy poco respaldo legislativo. No sólo porque no cuenta con los respaldos del PRI y el PRD sino porque la votación de los panistas se ha dado en un sentido inverso al planteado por el poder ejecutivo y se están transformando en diversos temas en su principal oposición. Se podrá argumentar que el tema Chiapas y EZLN es sólo una excepción. Esperemos a ver qué sucede con la reforma hacendaria.
El tema es más complejo porque en buena medida el gobierno, cuando no obtiene el respaldo legislativo que requiere argumenta que, si los partidos no asumen la popularidad que tiene la administración Fox y las propuestas del presidente, terminarán pagando un costo en el 2003 y ello en buena medida es verdad: la pregunta es quién será el beneficiario de ello si el propio partido en el poder participa, también, de esa oposición a los proyectos gubernamentales. La consecuencia es lógica: quizás no se beneficie de ello ninguno de los partidos, ni en el poder ni en la oposición, pero quien sí se debilitará de continuar esta tendencia será el gobierno federal.
Las que vienen no son decisiones sencillas para el PAN: deberá decidir si se asume como lo que es, un partido en el poder, o quiere seguir manteniendo la distancia y la autonomía respecto a un gobierno que, por muchas razones, pareciera que no termina de considerar plenamente como suyo.