30-06-2017 Dentro de exactamente un año estaremos en la víspera de los comicios federales del 2018. Elecciones que no es ningún secreto que definirán, en muy buena medida, el futuro del país.
No estamos en la situación de prosperidad que algunos esperaban hace cinco años, pero tampoco en una crisis tan profunda como otros ven. Llegaremos al proceso electoral del 2018, con una economía estable, incluso después del terremoto político que implicó la elección de Donald Trump, donde no se vislumbran turbulencias serias, con la posibilidad de que para fines del proceso electoral pueda estar renegociado el Tratado de Libre Comercio, y con un escenario político cambiante y en buena medida convulso, marcado sobre todo por la incertidumbre y el cambio, por la transformación que está viviendo el sistema y que puede ser mucho más profunda de lo que se cree.
Si debemos tener en mente tres cosas, tres capítulos, de cara al 2018, ellos son sin duda la inseguridad, la corrupción y una política social que no ha logrado reducir la profunda desigualdad que vive el país. Tres capítulos que se deben abordar sin perder la estabilidad lograda en dos décadas.
Un año es mucho cuando estamos ante una elección indescifrable. Las encuestas muestran escenarios, quizás tendencias pero para saber cómo estarán las cosas el primer domingo de julio del 2018, tenemos que tener candidatos; tenemos que saber cuántos fuerzas competirán y cómo estarán alineadas; si habrá frente PAN-PRD o no y cómo se configurará; debemos saber si el PRI se irá por una candidatura tradicional o si buscará ampliar su base aunque sacrifique su voto duro. Saber si los negativos de López Obrador, que son los que en dos ocasiones le han impedido llegar a la presidencia, se mantienen y siguen siendo mayores que su base de apoyo. Y esas son sólo las grandes líneas, los trazos gruesos de lo que se tiene que dibujar antes de la elección del año próximo.
Salvo Morena, un partido creado a imagen y semejanza de López Obrador, en todos los demás, incluso en los pequeños, todo está por definirse. En el PRI, Miguel Ángel Osorio encabeza las encuestas y sin duda sería el candidato más fuerte de lo que podríamos llamar el priismo duro. No es el más cercano al presidente Peña, al que lo une una buena relación pero muchos consideran que en su caso, la candidatura podría caer siendo casi el inevitable, algo así como ocurrió con Luis Echeverría y el entonces presidente Díaz Ordaz.
Pero Osorio no está solo: José Narró, es una opción que manteniendo el voto priista, podría presentar opciones más frentistas y tiene también amplias posibilidades. En el ánimo presidencial se mantiene Aurelio Nuño, que estuvo esta semana en visita previa a la de Peña Nieto por Alemania y Francia, mientras que José Antonio Meade, ante la estabilidad y los buenos números de la economía, pese a que en enero se pensaba que avanzábamos hacia el desastre, ha vuelto a aparecer. Hay otros nombres, como Enrique de la Madrid o Eruviel Ávila, pero por diferentes razones, no pareciera que ninguno de ellos pueda competir seriamente en la boleta electoral del año próximo. Ahí está Manlio Fabio Beltrones, pero la coyuntura tampoco lo favorece para ser candidato, pero se mantiene como una de las voces más influyentes dentro y fuera de su partido.
En todo esto el tiempo es un factor clave, particularmente porque las decisiones deberán tomarse en plazos cortos y el tipo de candidato que designe el PRI tendrá influencia en lo que hagan sus adversarios. Todos sabemos que en Morena, López Obrador es inamovible, pero para el hipotético frente PAN-PRD no es indistinto que el candidato priista sea Osorio, Narro, Meade o Nuño. Recordemos que los triunfos de esa alianza en los estados, en todos los casos, se dio en torno a una figura, y en la mayoría de ellos, la misma provenía de una ruptura añeja o reciente del priismo.
Los panistas por su parte saben que yendo en un frente crecen geométricamente sus posibilidades, pero también saben que si mueven con aciertos sus fichas sucesorias, incluso solos pueden tener posibilidades muy altas. Dos veces han ganado la presidencia. El PRD por su parte, también sabe que sin aliados es un actor menor, pero con buenos acuerdos, incluso más allá de que se concrete la alianza con el PAN, se convierte en un factor muy atractivo. Que la alianza opositora tiene charme lo muestra incluso la insinuación que hizo Pablo Escudero de que hasta el Verde podría analizar tratar de subirse en ella (aunque en ese caso podría ser más una carta de negociación con el PRI que un desmarque efectivo hacia la oposición). En una situación similar podría estar Nueva Alianza que ha ido aliado con el PRI, en otras ocasiones con el PAN y el PRD, pero que en las presidenciales de 2006 y 2012, han ido solos. No tienen ninguna decisión tomada al respecto, quieren ver primero cómo se alinean los astros.
Miguel Mancera tiene ya una ruta trazada. ¿Estaría dispuesto a sacrificarla por la alianza? ¿Tiene condiciones como para encabezarla cuando el PAN dobla en expectativas de voto al PRD? ¿Alguien puede estar seguro de qué sucederá con el PAN? Margarita Zavala, Ricardo Anaya y Rafael Moreno Valle no van a resignar fácilmente el enorme capital político que ya han invertido en la búsqueda de la candidatura panista pero incluso allí puede haber sorpresas. ¿O acaso alguien creen que el destape que hicieron las dirigencias veracruzanas del PAN y el PRD de Miguel Ángel Yunes como candidato presidencial es una simple ocurrencia de líderes locales?
Hay mucho por ver y además, son muchas las fichas que pueden jugarse e intercambiarse en el proceso, tomando en cuenta, además, que hay nueve gubernaturas en disputa e innumerables posiciones legislativas federales y locales. El 2018 está a la vuelta de la esquina, pero aún falta mucho para poder ver, realmente, cómo será el escenario electoral. En noviembre ya tendremos todo claro.
PD. Nos tomaremos unos días de descanso. Estas razones estarán con ustedes nuevamente el lunes 10 de julio.