Los representantes del gobierno de Vicente Fox se abstendrán pasado mañana en la reunión de la ONU en Ginebra de votar en contra del gobierno cubano por la constante violación de los derechos humanos que se vive en ese país. La decisión del gobierno fue adelantada por el canciller Jorge Castañeda, la demanda fue precedida tanto por la mayoría de la Cámara de Diputados como de Senadores, incluyendo numerosos legisladores panistas. La política tradicional de México respecto a Cuba ha sido el apoyo, la solidaridad y el respaldo al régimen de Fidel Castro
Pasado mañana, el miércoles 16, los representantes del gobierno de Vicente Fox se abstendrán en la reunión de la UNU en Ginebra de votar en contra del gobierno cubano por la constante violación de los derechos humanos que se vive en ese país. La propuesta de condena fue presentada por los gobiernos de la República Checa y por Suecia (nadie podría calificarlos como títeres estadunidenses) y con el apoyo que está registrando en la Unión Europea podría finalmente ser aprobada.
La decisión del gobierno mexicano, adelantada por el canciller Jorge Castañeda la semana pasada, fue precedida por la demanda tanto de la mayoría de la cámara de diputados como de senadores, incluyendo a numerosos legisladores panistas, de que México vote en contra de la propuesta de condena, con el argumento de que así se respeta la política exterior tradicional de México de no involucrarse en asuntos de otros países y evitar, además, ser manipulada por intereses externos.
No me cabe duda que la política tradicional de México respecto a Cuba ha sido el apoyo, la solidaridad y el respaldo al régimen de Fidel Castro, pero me pregunto, en las actuales circunstancias, si la que se expondrá públicamente en Ginebra es la tradicional política exterior mexicana respecto a los gobiernos violadores de derechos humanos a lo largo de nuestra historia moderna como país. Y sinceramente no puedo reconocerla en la decisión de abstenerse, al contrario. Siendo un beneficario directo, familiar y personal, de esa tradición de respaldo a quienes sufren los abusos de poder de gobiernos violadores de los derechos humanos, recuerdo páginas magníficas de la historia de nuestro país al respecto: desde el asilo a León Trostky y muchos de sus seguidores hasta la apertura de puertas a los miles y miles de refugiados de la república española, desde el refugio para las víctimas de todos los colores ideológicos de la segunda guerra mundial, incluyendo en forma destacada a la comunidad judía, hasta el respaldo activo y público a todos los perseguidos por las dictaduras centroamericanas y del Cono Sur, las de Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Argentina, Chile y Uruguay, entre otros, otorgado a los largo de décadas.
Comprendo y comparto la posición que tuvo México durante años respecto a Cuba. Estados Unidos y sus sucesivos gobiernos trataron de partir el espinazo del gobierno de Castro desde los primeros días de 1960 a través de toda la parafernalia de la guerra fría: desde la invasión militar directa hasta la utilización de la mafia para tratar de asesinar a sus principales dirigentes, pasando por el vergonzoso bloqueo que se impuso en los días de la crisis de los misiles. Que la intención estadunidense tenía poco que ver con los derechos humanos o la democracia lo demostraban, en aquellos años, las acciones desarrolladas por esos mismos gobiernos para derrocar por la fuerza a cualquier administración latinoamericana que no considerara adicta, desde Jacobo Arbenz hasta Salvador Allende y el respaldo pleno a los peores tiranos que han surguido en nuestros países desde Augusto Pinochet o Rafael Videla hasta los Duvalier o Somoza. Eran, como dijeran algunas vez las propias autoridades estadunidenses, “unos hijos de puta, pero nuestros hijos de puta”. En ese contexto, marcado por la guerra fría, la posición de México y de otros gobiernos, como los socialdemócratas europeos, especialmente suecos y alemanes, de respaldar la posición cubana, tenía el objetivo claro, abierto, de resistir la presión estadunidense y no involucrarse en forma abierta, pública, con una de las partes que libraban la guerra fría. En nuestro caso, esa política de resistencia a los dictados estadunidenses en la región y de enfrentamiento a las distintas dictaduras militares que asolaron el continente, le permitió a nuestro país no sólo consolidar un fuerte prestigio internacional sino también a reafirmar sus propios espacios diplomáticos y contribuir, hay que reconocerlo sin embagues, a abrir una dimensión humanitaria y solidaria para las víctimas de aquellas catástrofes históricas.
Pero desde entonces las cosas han cambiado, no sólo por la caída del Muro de Berlín en 1989, sino por las propias transformaciones que han sufrido México y el resto de la región. Desde hace años, y particularmente desde el 89, ha quedado en claro que el gobierno cubano con guerra fría o sin ella, con democratización o no del continente, con el comandante Fidel Castro utilizando uniformes militares o elegantes trajes azules de Armani, no modificará su política interna, la misma que ha logrado amplios índices de educación popular, una servicio médico extendido a toda la población y sobreponerse con unos costos sociales enormes al bloqueo económico estadunidense, pero que también ha conculcado la libertades más elementales de su pueblo: en Cuba no existe y ello es cada vez más notable en el ambiente en el que se desarrolla toda América Latina, la más mínima libertad política si no se es partidario del régimen e incluso entre sus simpatizantes, no existe libertad de reunión, de asociación, de prensa y de libre expresión: es increíble como en el mundo de la comunicación, por ejemplo, muchos de quienes reclaman, con razón, una continua y cotidiana libertad de expresión, puedan olvidar que, desde hace 40 años en Cuba existe sólo un periódico, el oficial, una emisora de radio y televisión y están prohibidas las circulación o trasmisión de cualquier medio que no esté controlado exclusivamente por el Estado. Lo pude comprobar en alguna ocasión personalmente: en 1990, fui enviado por el unomásuno a cubrir la crisis de la toma de la embajada española y, de paso a investigar qué había sucedido con los fusilamientos de Arnaldo Ochoa y otros militares cubanos. Me acredité, me alojé en el Habana Libre, fui al acto del 26 de junio donde Castro anunció una época de extraordinaria austeridad y donde aseguró que no abría apertura política alguna pero también hablé con familiares de Ochoa y de la familia De la Guardia, que habían sido fusilados no por su participación en negocios ilegales, sino por su oposición a Castro. En cuanto esto ocurrió mis telefónos, como los de otros periodistas, en el hotel fueron cortados, comenzamos a tener personas que nos vigilaban constantemente y fue, en forma literal, imposible recoger una sola opinión diferente a la oficial sin poner en peligro a las fuentes que proporcionaran esa información. Hasta esa fecha había estado política y espiritualmente mucho más cerca del régimen cubano que de sus opositores. Desde entonces comprendí que el rechazo que se puede sentir por la actitud política troglodita de la mayoría de los dirigentes anticastristas de Miami o por el inhumano bloqueo estadunidense (que es, paradójicamente, la mayor fuente de justificación histórica de Castro) no pueden ir de la mano con el respaldo a un gobierno que viola todas las exigencias que los sectores progresistas y liberales del mundo han reclamado en el último siglo, comenzando por la libertad de expresión.
Los gobiernos mexicanos, desde Carlos Salinas hasta Vicente Fox, no lo han comprendido así, incluso cuando es palpable que los intereses que respalda el gobierno cubano están lejos de los nuestros, incluso en temas tan complejos como el narcotráfico o la corrupción. El miércoles, la administración Fox y el canciller Castañeda no se atreverán a dar el paso que permitiría a México mantener ahí sí, la tradicional política exterior mexicana: condenar los abusos a los derechos humanos en Cuba, reclamar la vigencia de las libertades políticas y sociales elementales en ese país y exigir, simultáneamente a Estados Unidos el levantamiento del bloqueo económico a la isla. Pero, nuestro gobierno ha preferido optar en este caso, por otra política tradicional: la política del avestruz.