No es posible aceptar la vieja fórmula mediante la cual un político decía no hablo como funcionario sino como ciudadano. Ahora resulta que el secretario del Trabajo Carlos Abascal, presiona a la escuela donde estudia su hija, la escuela católica Félix de Jesús Rougier, para que no se permita que la maestra Georgina Rábago, utilice como lectura en las clases de literatura a Carlos Fuentes y a Gabriel García Márquez. Sobre todo le molesta un párrafo de Fuentes donde el funcionario entiende que se entremezclan la fe religiosa, un cristo negro y un acto erótico.
No es posible aceptar la vieja fórmula mediante la cual un político decía “no hablo como funcionario sino como ciudadano” o aquellas fórmulas retóricas para decir que en una esfera de la realidad se podía tener opiniones diametralmente diferentes a las que tendría como dirigente político o funcionario gubernamental. Es como si yo le dijera a usted que estas opiniones valen para el periodista pero que en lo privado, el autor piensa diferente. Por supuesto tampoco es aceptable decir que se actúa de una forma como padre de familia y de otra como funcionario. Decía Thomas Jeffersson (para algunos uno de los grandes padres de la democracia contemporánea, para otros un pecador que tenía una esposa y demasiadas amantes, entre ellas, para su predilección, algunas de sus esclavas con las que tuvo numerosos hijos fuera del matrimonio) que “cuando un hombre asume un cargo público, debería considerarse a sí mismo como un objeto público” y lo afirmaba precisamente en torno a las acusaciones que se vertían sobre su vida privada.
Ahora estamos viviendo un espectáculo verdaderamente insólito en este sentido: el secretario del Trabajo, Carlos Abascal, presiona a la escuela donde estudia su hija de quince años, la escuela católica Félix de Jesús Rougier, para que no se permita que la maestra de 23 años, Georgina Rábago, utilice como lectura en las clases de literatura la novela Aura de Carlos Fuentes, y algunos de los cuentos contenidos en el volumen Doce cuentos peregrinos de Gabriel García Márquez, entre ellos el célebre Ojos de Perro Azul. Sobre todo les molesta un párrafo de Fuentes donde el funcionario entiende que se entremezclan la fe religiosa, un cristo negro y un acto erótico. Por supuesto que nada de esto es explícito en ese párrafo pero ese, insistimos, es el sentido que le encontró el funcionario a ese texto.
El funcionario, que dice que actuó en su papel de padre de familia y no de autoridad pública y que jamás se dignó hablar con la maestra responsable de la clase de su hija sobre el tema, presentó oficialmente su queja a los directivos de la escuela y éstos simplemente despidieron a la maestra, aunque días después, estallado el escándalo, se hayan apresurado a declarar que en realidad nunca habían dado de baja a la docente. Una vez que se hizo pública la historia, el caudal de justificaciones que se han vertido para tratar de distorsionar los hechos es impresionante: por ejemplo, el propio Abascal, que nunca negó el hecho de que hubiera demandado que no se utilizaran esos libros para la educación de su hija, aseguró que con ello no menoscababa la obra de Fuentes o García Márquez: falso, si el secretario del Trabajo cree que considerar que un libro de esas características no puede ser leído por adolescentes que además se consideran educados y con una formación familiar sólida, no es menoscabar ética y moralmente a su autor, simplemente está equivocado o no está diciendo la verdad.
Abascal argumentó que la maestra de 23 años y estudiante del 8 semestre de literatura en la UNAM no tenía capacidad académica: lo descubrió dos años después de que hubiera comenzado a dar clases en esa misma escuela y sólo porque impulsó lecturas que no eran de su agrado. Dijo que Aura no es un libro aceptado por la SEP: tampoco es verdad. Es más: la propia maestra descubrió ese libro y a Fuentes (como la enorme mayoría de los adolescentes mexicanos que estudian secundaria o preparatoria) en otra escuela religiosa, cuando cruzaba la secundaria, a los quince años, a la misma edad que casi todos nosotros comenzamos a leer a Fuentes, a Cortázar, a García Márquez, a Vargas Llosa (¿se imagina si la maestra hubiera propuesto en su cátedra la lectura de La Casa Verde o Pantaleón y las visitadoras o La Tía Julia y el Escribidor , no hablemos ya de Elogio de la madrastra o Los cuadernos de don Rigoberto?). El secretario del Trabajo falseó la información, o se la falsearon, al decir que la maestra tenía ya varias actas administrativas en su contra por introducir libros fuera del plan de estudios y por agresiones a sus alumnas. En realidad sólo tenía dos: una por los cuentos de García Márquez y otra por haber alzado la voz en el salón y que le fue obligada a firmar por las autoridades de esa escuela con la amenaza de que si no era así se le retiraría el permiso para ejercer la docencia.
Pero lo más grave es cuando se dice que el secretario Abascal no pidió que se expulsara a la maestra sino que sólo se la censurara y se prohibiera la lectura de esos textos. Es verdad, la propia damnificada por estos hechos, la maestra Rábago, reconoce que esa solicitud expresa no fue presentada por Abascal, pero allí debemos regresar a los papeles de los personajes públicos cuando ejecutan acciones privadas: ¿qué esperaba Abascal que hicieran las autoridades de la escuela, una escuela además con esas características, cuando un miembro del gabinete que es además secretario del Trabajo, pero que es también un líder empresarial y uno de los personajes de mayor peso en las organizaciones religiosas del país, cuando éste censura a una maestra y pide que se prohiban los textos que ésta utiliza?. Por supuesto que se apresuraron a correr a Rábago, como se apresuraron a decir que estaba reincorporada cuando eso lo adelantó Abascal, con varias horas de anticipación, mucho antes, que lo informaran las autoridades escolares.
Pero, además, la historia no puede ser más desafortunada. Se da precisamente cuando el gobierno federal está impulsando una iniciativa de ley que no sólo quita privilegios fiscales, respecto al ISR a las empresas editoriales, en el aspecto específico de la producción de libros (porque el resto de la actividad editorial no goza de privilegios especiales en este sentido) y cuando se está proponiendo gravar con un IVA del 15 por ciento a los libros, los periódicos y las revistas. Pero, además, cuando no se está proponiendo en contraposición con ello, un solo proyecto o propuesta para el impulso de la lectura o de una industrial editorial mexicana que languidece y se apaga en silencio, un día sí y el otro también.
El mismo día que estallaba el caso Abascal le preguntaba a un funcionario del SAT qué alternativas se contemplaban para las empresas editoriales y para impulsar la lectura (tenemos los índices de lectura similares a los países africanos más pobres o en nuestro continente estamos en el mismo nivel que Haití) y no tenía respuesta alguna, sólo dijo que quizás se podrían mejorar las bibliotecas. Las autoridades de la SEP no han abierto la boca al respecto ni parecen tener la menor intención de hacerlo. Pareciera que lo que priva es el desprecio sobre el tema: ¿qué importa que los sistemas de distribución de periódicos, revistas y libros estén controlados por muy pocas manos que se llevan la parte del león de las magras utilidades del sector? ¿qué importa (y lo digo por experiencia propia) que cualquiera que intente crear una editorial pequeña esté, por más éxitos editoriales que tenga, condenado a la quiebra financiera? ¿qué importa que el mercado editorial mexicano esté siendo ocupado ya no por casas editoriales originarias en otros países sino inundado por escritores que no son mexicanos, porque es más sencillo, barato y práctico importar libros que publicarlos en México? ¿qué importa en última instancia si, como han dicho las autoridades económicas, con IVA o sin IVA, los que leen en México son muy pocos?
La incapacidad para comprender estos problemas y para establecer un proyecto nacional en este sentido no es más que una expresión de desprecio (o si usted prefiere de poco aprecio) por la cultura y todo lo que ella implica. Sobre todo por una palabra: tolerancia.
Lo único gratificante de todo esto es un mail que recibí de un joven de quince años de León, Jesús Erasmo Batta Quintero, estudiante del instituto Lux, de filiación jesuita y donde estudió el propio Fox, que le agradecía Abascal haber criticado Aura porque ello lo llevó a buscar la obra, leerla y conocer un libro que considera excelente. Le pide a Abascal, y no es mal idea, que, por favor, cada semana prohiba alguna novela o ensayo para saber qué sí se debe leer.