Comienza el congreso nacional del PRD, mayores oportunidades se abren para la consolidación de un partido de centroizquierda fuerte y poderoso. El PRD llega al congreso de Zacatecas con algunos triunfos y varios fracasos. El 2 de julio se produjo el fín de una era para el partido del sol azteca y la tercera derrota electoral de Cuauhtémoc Cárdenas, una caída electoral importante de más de cinco puntos con respecto a la elección anterior.
Comienza el congreso nacional del PRD en el que es, quizás, el momento en que mayores oportunidades se abren para la consolidación de un partido de centroizquierda fuerte y poderoso en nuestro país, pero también y paradójicamente, en el cual son mayores las presiones internas y externas que pueden llevar al desmembramiento de esa organización.
El PRD llega al congreso de Zacatecas con algunos triunfos y varios fracasos en su haber en su historia más reciente. En realidad el dos de julio tendría que significar el fin de toda una era para el partido del sol azteca: ese día se produjo la tercera derrota electoral en la búsqueda de la presidencia de la república de Cuauhtémoc Cárdenas, más dolorosa aún luego de las expectativas que había generado el triunfo en el DF en 1997; se produjo una caída electoral importante de más de cinco puntos respecto a la elección anterior, que se convirtió en aún mayor por una errática política de alianzas que le llevó al PRD a financiar política y económicamente a partidos como el PAS y Sociedad Nacionalista sin beneficio alguno para el cardenismo, mientras que el resultado fue que el grupo parlamentario del PRD se redujo a casi la mitad del que tenía tres años atrás e incluso el Distrito Federal estuvo a punto de ser perdido por el PRD en el marco de la ola azul del foxismo.
Pero esa derrota electoral (que no pudo ser amortiguada por el hecho de que el vencedor en lugar de un priísta haya sido el neopanista Vicente Fox) se entremezcló con la resurrección provocada desde el poder del zapatismo. Y ello ha provocado un doble fenómeno: por una parte, el endurecimiento de los sectores ya tradicionalmente duros, de la mano con la búsqueda de un nuevo liderazgo de tipo personal en el propio partido. Y por otro, el fijar desde el PRD, la vista en el zapatismo, en un EZLN que busca consolidar su propia alternativa a costa de las propias bases perredistas. Que el público cautivo de ambos, PRD y EZLN, es el mismo, lo demuestra la comparación de los auditorios que se reunieron en los mítines del ingeniero Cárdenas durante la campaña del 2000 con los que se encontraron con Marcos en el zapatour, y se podrá comprobar que en número y composición, son casi exactamente iguales. Y nadie debería tener dudas de que las opciones que representan el PRD y del EZLN son, o deberían ser, muy diferentes.
Pero en medio de todo queda una mayoría partidaria que lo que quiere es una opción política y partidaria real con instrumentos políticos claros y, sobre todo con un rumbo que, hoy, simplemente, no se sabe cuál es. La pregunta sin embargo es obvia: ¿puede definir un perfil propio un partido de centro izquierda que, por ejemplo, al mismo tiempo ayuda a financiar y organizar la gira zapatista y que simultáneamente lanza como candidato a gobernador en Yucatán a un hombre como el senador Patricio Patrón Laviada, que tiene sin duda sus méritos cívicos pero cuyas convicciones ideológicas están alejadísimas de las que ostenta el PRD?. Evidentemente no.
Y no se trata de debates circunstanciales: las posiciones duras, que colocan al partido en el límite de la lucha política electoral, siempre han estado vivas en el PRD (e incluso han propicado su infiltración por grupos políticos ultrarradicales, como ocurrió con los miembros del EPR que se infiltraron en el PRD de Acapulco en el pasado), pero también las decisiones incomprensibles a la hora de las designaciones de candidatos: ahí está Antonio Echevarría en Nayarit, o incluso candidatos que han resultado positivos en sus estados pero que no terminan de ser identificados con el PRD como el propio Ricardo Monreal en Zacatecas o Pablo Salazar Mendiguchia en Chiapas, o incluso Alfonso Sánchez Anaya en Tlaxcala y Leonel Cota en Baja California Sur. En otras palabras: el PRD debe colocarse en un punto intermedio entre la tendencia histórica de ese partido de ser visualizado como un factor netamente antipriísta, antisistema (lo que justificaba cualquier tipo de alianza que llevara a la derrota del PRI) y la tendencia, también histórica, de desconfiar de la vía electoral o, mejor dicho de colocar en la canasta política la vieja tesis de la combinación de las distintas formas de lucha. ¿Qué mejor ejemplo de ello que la reciente incursión de Dolores Padierna, jefa delegacional en la Cuauhtémoc y una de las principales dirigentes del PRD en el DF, entrando al frente de una manifestación bastante agresiva al recinto de la Asamblea Legislativa del DF para oponerse a la aprobación de un reglamento de establecimientos mercantiles y centros nocturnos, buena parte de los cuales se encuentran precisamente en la delegación que la señora Padierna debe gobernar?. Ser gobernante y parte de uno de los poderes, en este caso del ejecutivo, implica el respeto de los otros poderes y es absolutamente contradictorio con la ambición de convertirse en un factor de movilización y presión social precisamente sobre los otros poderes.
Esa es la verdadera definición que deben buscar los perredistas. Es una falsa disyuntiva pensar que el debate central en el peredismo debe darse, como se ha dicho, en establecer si se debe mantener la independencia respecto al gobierno o si se deben realizar ciertas alianzas con el foxismo o, como proponen algunos otros, con sectores del priísmo contra el PAN. Esas son tácticas políticas que pueden debatirse y compatibilizarse si se tiene claridad respecto al posicionamiento estratégico desde el cual se realizan esos movimientos. Y allí es donde el PRD no tiene claridad: cuál es su posición estratégica, cómo quiere llegar al poder, cuáles son sus convicciones y compromisos profundos con el sistema político en el que se desempeña. Y allí está la amenaza de la ruptura.
Ello se refleja en la virulencia de las luchas internas perredistas, incluso en muchas ocasiones entre corrientes que, aparentemente, tienen muchas afinidades ideológicas, y en la ambición de conservar posiciones internas de poder para, desde allí, tratar de definir esa disputa estratégica. El mejor ejemplo de ello fue el proceso de elección de la dirección nacional del partido en 1999, donde el proceso tuvo que ser finalmente anulado por el cúmulo de denuncias respecto a irregularidades que se presentaron en esa ocasión. La elección interna tuvo que repetirse, así y todo tampoco hubo demasiada claridad en la misma y, finalmente, el desprestigio que cubrió al PRD tuvo consecuencias indudables en los resultados electorales del dos de julio. Como lo tuvieron los debates que se produjeron en torno a la elección de Andrés Manuel López Obrador como candidato al gobierno del DF, cuando Pablo Gómez y Demetrio Sodi afirmaron públicamente que se estaba violando la ley porque Andrés Manuel no tenía la residencia necesaria en el DF, un enfrentamiento que demostró la profundidad de esas diferencias internas. Y ellas se volvieron a poner de manifiesto, en estos días, en todo el debate que se suscitó en torno a Rosario Robles y las presuntas irregularidades que se presentaron en la cuenta pública del DF en el año 2000, denuncias que (independientemente de que se establezca cuánto hay de mentira y cuánto de verdad en ellas), parecen confirmar que se trató de una filtración destinada a debilitar a la corriente que encabezan la propia Rosario y Cuauhtémoc Cárdenas, abiertamente enfrentada con la que representa el jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador.
Y de la misma forma que en el pasado, el PRD tuvo que definir una y otra vez cuál era el margen que tenía respecto al propio partido su fundador y líder histórico, Cuauhtémoc Cárdenas, ahora debe definir qué espacio le dará a quien tiene la principal posición de poder en el partido, el propio López Obrador. Sin embargo hay una diferencia enorme: Cárdenas, gustaran o no sus decisiones, era en muchas ocasiones el único factor de cohesión en el perredismo. Sin la presencia de Cárdenas en muchas ocasiones la ruptura del PRD hubiera sido inevitable: es verdad que por Cárdenas hubo también desprendimientos y salidas de militantes, muchos de ellos notables y muy costosos para la causa perredista, pero el partido continuó con vida y el aporte de Cárdenas, finalmente, a la democratización del país, no puede ser negado. En el caso de López Obrador, se trata, sin duda de un militante muy destacado, de una opción futura para el PRD, pero que encabeza una más de las corrientes perredistas y quizás no se termina de comprender que en la evolución de ese partido, sería inviable el intento de reemplazar un liderazgo unipersonal (producto de muchas circunstancias históricas) por otro generado artificialmente por la búsqueda de una candidatura presidencial adelantada para el año 2006.
El PRD debe decidir qué posición tiene en el partido López Obrador. Debe decidir si pone desde ahora al partido tras una opción personal y definida (que es una posibilidad tan válida como cualquier otra) o si va a apostar por institucionalizar al partido, por fortalecer sus estructuras internas y colocar sus liderazgos en beneficio del propio partido. Un ejemplo: ¿cómo se puede entender que el PRD presente oficialmente una propuesta de reforma fiscal, la entregue al Congreso, hable sobre ella y la propagandice y días después, el jefe de gobierno del DF, presente su propia propuesta de reforma fiscal, que asegura que no es la misma que la de su partido, se la envía a Fox y también el hace publicidad?. El punto no es analizar cuál de las dos es mejor o más adecuada, cuál es la táctica más coherente, sino que ningún partido que se considere serio y opción de poder, puede presentar oficialmente dos propuestas de reforma fiscal diferentes, una impulsada por sus grupos parlamentarios y la otra por quien ostenta su principal posición de poder y pensar que la gente no se dará cuenta de que ello demuestra una evidente división interna y provoca (como todo lo sucedido en torno al caso Robles) desconfianza en ese mismo partido, con costos, en última instancia para todos sus actores. En otras palabras, si el PRD no quiere repetir en forma mecánica el pasado priísta, sus opciones son sólo dos: Andrés Manuel (o cualquiera que quiera tener un liderazgo unipersonal) se disciplina a las líneas políticas de su partido, o su partido, le guste o no, terminará disciplinándose ante el peso de Andrés Manuel (o cualquier otro dirigente con poder) para ser arrastrado por éste al triunfo o a la derrota. Sin olvidar, por supuesto, que antes del 2006, el PRD deberá enfrentar el desafío electoral del 2003.
Ojalá el PRD logre encontrar el punto medio entre todas estas tendencias centrífugas que lo aquejan. Ojalá logre encontrar su propio equilibrio y claridad conceptual en este encuentro de Zacatecas. Porque el país requiere que alguien ocupe con certidumbre la centroizquierda del escenario político. Y si no lo ocupa el PRD, esa posibilidad será para el PRI, y si ninguno de los dos sabe cómo hacerlo, allí se ubicarán nuevas opciones partidarias, porque en política los vacíos indefectiblemente se llenan.