Mara: lo terrible es la banalidad, lo normal
Columna JFM

Mara: lo terrible es la banalidad, lo normal

19-09-2017 Los datos son inapelables: en 2015 fueron asesinadas por lo menos cinco mil 500 mujeres en México. En el estado de México, por ejemplo, desaparece, en promedio, una mujer al día. Apenas 25 países acumulan la mitad de todos los crímenes de mujeres en el planeta y los índices de violencia contra ellas se han incrementado en esas naciones en la última década. América Latina es la región de mayor violencia en contra de las mujeres. De esos 25 países con la mayor tasa de feminicidios, diez se encuentran en esta región. México es uno de ello, y junto con Honduras y El Salvador, los tres están entre los cinco países del mundo con el mayor crecimiento en las tasas de homicidios de niñas y mujeres.

 

Los datos podrían seguir multiplicándose hasta el infinito, pero lo cierto es que de poco sirven cuando se confrontan con una realidad tan terrible como el asesinato de Mara Fernanda, la joven que fue secuestrada, violada, asesinada por el chofer de un automóvil de alquiler el pasado 8 de septiembre. El caso de Mara es escalofriante por lo que Hannah Arendt describió como la banalidad del mal. El chofer del automóvil era un personaje cualquiera, el auto era propiedad de su madre y él lo manejaba para ayudar en la economía familiar. Esa noche se encontró con que la joven a la que estaba llevando a su casa se había quedado dormida en el asiento trasero. Tardó, según lo que se vio en las cámaras de vigilancia, apenas 20 minutos para decidir llevarse a Mara, todavía dormida, a un hotel de paso, abusar de ella, asesinarla, envolverla en una sábana y arrojar su cuerpo a la vera de una carretera. Regresó a la casa de su mamá y ahí conservó, incluso, el celular y objetos, prendas,de su víctima.

El asesino era una persona “normal”. Como dijo Arendtde Eichmann, el líder nazi a cuyo proceso asistió en 1961, el personaje no era Satanás, sino una persona “terriblemente y temiblemente normal”, un producto de su tiempoSon los más peligrosos, los más representativos de una etapa, de una época, de una realidad.

Ese chofer decidió secuestrar, violar y matar a Mara porque pensó que podía hacerlo. Porque miles de mujeres mueren cada día y no pasa nada, porque además nació y vivió en una región (parte de Tlaxcala y Puebla) donde la trata de mujeres es una realidad cotidiana, que suele, además, quedar impune. ¿Quién no ha oído hablar de los padrotes de Tenancingo, por ejemplo? Cuatro de cada cinco mujeres han sufrido algún tipo de violencia, en la mayoría de los casos dentro de su propia familia. Ahí es donde se engendra la discriminación y machismo, donde el mal se torna banal por cotidiano, por ser parte de esa normalidad. Las autoridades lo solapan porque dejan que crezca en un entorno de impunidad. 

Si unas seis mil mujeres al año son asesinadas en nuestro país; si la trata de mujeres (y no estamos hablando siquiera del fenómeno en sí de la prostitución, sino del secuestro de una mujer para forzarla a ejercerla) no termina de tener un combate serio y contundente (que no pasa por realizar un operativo en un centro nocturno, sino por desmantelar las redes que comercian con mujeres en distintas zonas del país y desde aquí hacia el mundo); si en los propios ajustes de cuentas entre los grupos criminales las víctimas favoritas son cada vez más las mujeres y en ese terreno ya no existe regla alguna, ¿cómo nos vamos a asombrar de que un chofer cualquiera “decida” que una mujer a la que transporta puede ser su objeto y como tal puede ser utilizado y desechado?.

La violencia de género, racial, religiosa, política, siempre se viste de normalidad, siempre termina siendo entendida como un fenómeno que es inherente a una época, a una sociedad, a un momento. Eso es lo terrible. La discriminación y el abuso no son normales, como no lo es la violencia de género o racial, política o religiosa. No es normal que en un programa de televisión, a las tres o cuatro de la tarde, una novela muestre como violan, matan o abusan de una mujer. No es normal que una canción de moda, o muchas, traten a las mujeres de perras. No es normal que algunas religiones consideren a las mujeres inferiores y pecaminosas.

El asesino de Mara debe recibir la peor de las condenas, pero eso no alcanza. Si se quiere por lo menos reducir la violencia de género se debe comenzar a operar contra esa “normalidad” que la hace cotidiana. Debe haber castigos ejemplares, pero también familias donde nada pueda ser más condenable que esa forma de violencia y discriminación cotidiana. No tengo, no creo que nadie la tenga, la fórmula ideal para erradicar el machismo y la violencia de género. Pero, por lo menos, además de indignarnos por la muerte de Mara, podríamos comenzar a trabajar para acabar con esa violencia y discriminación en nuestro entorno, con nuestra gente, en nuestras familias, con nuestros hijos, en nuestros centros de trabajo, mientras exigimos que las autoridades, todas, comprendan que asesinar a una mujer no es parte de la normalidad. El mal puede ser banal, pero no exime a nadie de su responsabilidad.

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