05-03-2018 “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. La declaración de Donald Trump abruma por su sencillez e ignorancia. Pero asusta por las consecuencias de una política que va contra la marcha global de la economía internacional. Lo dice Trump para anunciar, vía Twitter, aranceles extraordinarios para la importación de acero y aluminio, sin comprender que esa medida al primero que afectará será al consumidor estadounidense por la sencilla razón de que su país no es autosuficiente en ninguno de esos productos.
El secretario de economía Wilbur Ross quiso demostrar lo contrario en un programa de televisión mostrando una lata de sopa y diciendo que esa lata era de aluminio, que sólo pesa unos gramos, que si se aumentaba 10 por ciento el precio del producto no pasaba nada, era un aumento marginal que podía absorber la empresa. Esa misma empresa, Campbells, no tardó ni cinco minutos en desmentir al funcionario y en insistir en que si se aumentaban los precios del aluminio también aumentarían los de sus productos que son los que consumen las personas con menores ingresos.
Pero las latas de sopa, son sólo un ejemplo, el costo de la medida para otros sectores como la industria automotriz estadounidense, será mucho mayor aún. Y como el nacionalismo económico es un camino que se sabe cuándo comienza pero no cuando acaba, para compensar el aumento de precio que tendrían los automóviles en Estados Unidos, Trump está planteando ya un arancel especial a los automóviles europeos. Y como ello se repetirá en todas las cadenas productivas, el costo será una regulación y un aumento general de precios que terminarán pagando los consumidores. Los precios más altos terminarán ahogando la economía, y la norma será la inflación y el endeudamiento globalizado.
Ese es el escenario si un tipo como Trump logra pasar sus ideas de Twitter por el congreso. No será sencillo. Al final, la economía real es la que tendrá que imponerse. Porque mientras Trump quiere hacer retroceder la historia, la verdad es que las naciones europeas, luego de que el fin de semana pasado Alemania logró conformar una gran coalición para un nuevo gobierno de Merkel con socialcristianos y socialdemócratas, rechazando cerrar su economía y fronteras; en Gran Bretaña reconocen que los costos del Brexit serán altísimos y los pagarán los consumidores que ya empiezan a dudar seriamente de su decisión; los países de la Cuenca del Pacífico, incluyendo México, avanzan en la conformación del acuerdo transpacífico aunque se haya ido Estados Unidos; China sigue avanzando con una visión global de la economía y el comercio.
Las tendencias nacionalistas, inherentes a cualquier populismo, se presente de derecha o de izquierda, necesitan como contraparte una extrema simplificación. Trump cree que las guerras comerciales son “fáciles de ganar”; los que impulsaron el Brexit creían que les iría mejor fuera de la comunidad europea y ahora descubren que les costará miles de millones de libras y que lo pagarán sobre todo las mismas zonas de la Gran Bretaña que votaron por la ruptura. En México, hay candidatos, como López Obrador, que simplifican hasta el ridículo la complejidad de los temas para demostrar que todo, como piensa Trump, es fácil. “¿Cuál es la dificultad de perforar un pozo petrolero?, se pregunta Andrés, “es lo mismo que perforar un pozo de agua”. ¿Para que importamos gasolina procesada en otros países, sobre todo de Estados Unidos?, mejor hagamos construyamos nuevas refinerías en México así la gasolina será más barata, dice el candidato de Morena que asegura que hará retroceder la reforma energética (lo que su asesor Alfonso Romo niega, aunque lo diga su candidato). Lo cierto es que construir nuevas refinerías costaría miles de millones de dólares y que lo sensato es enviar parte del crudo a refinerías como la de Texas, de la cual Pemex es uno de los propietarios, para que allí se procese y se transforme en combustible. Es mucho más barato, para el país y para los consumidores. Hacerlo en México sería muchísimo más caros, asumiendo además que la inversión para construir cuatro o cinco refinerías como dice el candidato de Morena sería una inversión millonaria que, para cuando estén concluidas, habrán pasado algunos años, quizás más que un sexenio.
Las soluciones simplistas son ocurrencias. Decir que se cancelará la obra del nuevo aeropuerto, por ejemplo, y que se reemplazará haciendo unas pistas en una base militar, en Santa Clara, Hidalgo, es un soberana tontería, aunque fuera simplemente porque cuando comience el próximo gobierno el nuevo aeropuerto estará en muy buena medida construido y se basa en una suma de contratos empresariales y acuerdos financieros que sería imposible romper sin asumir costos millonarios además de abandonar una inversión de miles de millones de dólares que genera, ya hoy, miles y miles de empleos.
Cuando se le pregunta cómo recuperará la seguridad dice que es fácil, que como acabará inmediatamente con la corrupción ya no habrá razones para seguir delinquiendo. También se acabará con el crimen organizado en forma fácil: se decretará una amnistía y ya. Pura paz y amor.
No hay soluciones fáciles, no hay guerras fáciles de ganar, no se puede pensar que simplemente con las ocurrencias se puede sacar adelante un país. Trump está siendo la mejor demostración de cómo un presidente sin preparación choca una y otra vez con la realidad, y lo hace a un costo cada día mayor para su país. En México no podemos repetir ese experimento.
López Obrador y los demás candidatos tendrán esta semana en la convención bancaria la oportunidad de presentarse por primera vez ante el sector financiero y los principales empresarios del país, uno tras otro, para hablar con seriedad de sus propuestas. En ese ámbito no debería haber lugar para las ocurrencias y si las hay será el momento para comenzar a exhibirlas como tal. Nada en la vida, en la economía y la política es fácil.