06-03-2018 El pasado domingo, con motivo del 89 aniversario del PRI, José Antonio Meade dio el que seguramente fue el mejor discurso desde que es precandidato presidencial. Lo fue por la forma y por el fondo. Porque más allá de que estuvo muy bien dicho, encontró el espacio idóneo para poner distancia con la actual administración sin romper con ella, para deslindarse sin crear un cisma, y, como lo definió muy bien Ricardo Raphael, para lograr el injerto entre la aspiración ciudadana y la candidatura priista.
Un discurso que, obvia y explícitamente, tuvo reminiscencias de aquel de Luis Donaldo Colosio en 1994, que tuvo mucho también de deslinde y continuidad, magnificadas artificialmente las primeras mucho más tarde, cuando Mario Aburto acabó con la vida de Donaldo. Coincidían la fecha y el espíritu aunque la diferencia es de época y de realidad, comenzando por el hecho de que Meade es un no priista que se postula por el PRI y Colosio era un exitoso ex presidente del partido que sufría una oposición tenaz de otra parte del PRI representada por Manuel Camacho. Pero lo importante de aquel discurso de Colosio y éste de Meade es que ambos miran hacia adelante en lugar de regresar hacia un pasado del que son también severos críticos.
¿Alcanza con eso? Obviamente no, pero es una buena base para construir, aunque se debe asumir que para avanzar en esa construcción Meade tiene cada vez menos tiempo. En estosdías, más allá del discurso, se tiene que poner otra piedra en ella: la lista de candidatos a senadores y diputados, sobre la que se tendrá que asentar en mucho la campaña presidencial.
Pero el tercer cimiento de esa construcción está pasando por el descarnado enfrentamiento con Ricardo Anaya. Para el futuro de Meade (y el de Anaya) la pregunta es saber si luego de las acusaciones que se han hecho contra el candidato de la alianza PAN-PRD-MC realmente se debilita o si Anaya resiste a esa y otras presiones, como el inminente lanzamiento de la candidatura de Margarita Zavala o las diferencias internas dentro del Frente.
Anaya no ha logrado hasta ahora deslindarse de las acusaciones en su contra. Sus explicaciones han sido muy débiles y en los hechos lo que dice, más que aclarar si es responsable o no de esas acusaciones, es denunciar la intervención del Estado en su contra. Mientras unos le preguntan cómo fue que realizó sus inversiones, de dónde salió el dinero, si hubo un esquema de lavado o no, Anaya le exige al presidente Peña que saque las manos de la elección.
En este enfrentamiento que no se ve que vaya a acabar pronto, serán los electores los que se tendrán que decantar por una u otra versión y cuando comience oficialmente la campaña, ya en abril, tendremos que ver si existe una opinión formada en uno u otro sentido.
Lo que no deja de llamar la atención es la ausencia de una defensa en toda la línea de Anaya por parte de muchos panistas, comenzando por los gobernadores de su partido y de muchos de sus aliados perredistas. Una cosa es tomarse una fotografía o video, otra diferente es la defensa real: hasta ahora, de personajes de peso, sólo la de Diego Fernández de Cevallos y la de Dante Delgado. Lo demás es demasiado silencio ante un tema que sin duda le pega al candidato del Frente.
El que disfruta del momento es López Obrador que hace malabares con las nuevas incorporaciones de Morena. Del Consejo Asesor de cinco personas que dio a conocer el domingo para la defensa del voto, tres son ex panistas, dos de ellos sin demasiada experiencia electoral y los tres en el pasado fervientes antilopezobradoristas. Germán Martínez (que fue el que defendió en el extinto IFE la votación de Felipe Calderón en 2006 y que ahora defenderá los votos de López Obrador), José María Martínez, que acaba de dejar el ala más conservadora del PAN guanajuatense para irse a Morena, y Gabriela Cuevas, la senadora ex panista que no es precisamente una especialista en temas electorales.
López Obrador los presentó con mucha pompa pero de paso les dio un golpe: dijo, en otras palabras, que estaban ahí porque eran los tramposos del pasado que sabían todas las trampas que iban a tratar de hacerle ahora. O sea que eran tramposos redimidos por haberse acercado a su candidatura. Nadie lo cuestionó porque el PRI y el PAN están demasiado enfrascados en su propia lucha a muerte. Morena lo agradece.
El Oscar de México
Fue la del domingo una gran jornada para México en la gala de los Oscar en Los Ángeles. Por la presencia del país en el evento, por los premios ganados por Guillermo del Toro, y las películas La Forma del Agua y Coco. Gael García demostró que lo suyo no es cantar y Eugenio Derbez que no sabe hacer chistes para el público anglosajón pero ese es otro tema.
Lo importante, en pleno proceso de desacreditación de México por el Presidente Trump es todo lo demás. Que no se diga, por supuesto, que ganó México o el cine mexicano. Ganó Del Toro, un cineasta nuestro pero con enorme influencia en el cine internacional, con una película emparentada sobre todo con la fantasía pero que rescata mucho del racismo y la intolerancia que se vive en la sociedad estadounidense, así en los 60 como hoy en día. Y ganaron los productores del Pixar que con Coco hicieron un homenaje a la cultura mexicana que muchas veces nosotros mismos ignoramos. De eso debemos enorgullecernos: del México y de los mexicanos globales que saben ubicarse ellos, y ubicar a nuestro país, en el mundo.
Por supuesto que el único que podía denunciar a Coco como una muestra más de los paradigmas imperialistas sobre México era el ínclito asesor de López Obrador, John Ackerman. Ahí va de la mano de la intolerancia con su compañera de partido, Carmen Bojórquez, que pidió que se quemaran los libros de Mario Vargas Llosa porque había criticado a su candidato.