23-03-2018 Es propio de los necios ver los vicios ajenos y olvidar los propios. Cicerón
En el documental publicitario que Epigmenio Ibarra hizo sobre Andrés Manuel López Obrador, su esposa Beatriz le canta una canción de Silvio Rodríguez llamada El necio.
Es una loa que Silvio le dedicó a Fidel Castro cuando, tras la caída del muro de Berlín, el eterno mandatario cubano, en lugar de aceptar algún tipo de apertura política y económica en la isla, decidió apostar por el periodo especial y una cerrazón aún mayor de su gobierno. Las consecuencias las siguen pagando hasta el día de hoy los cubanos, salvados de una debacle aún mayor por el petróleo que años después les regalaba Hugo Chávez.
La necedad no es ningún atributo positivo, aunque los necios consideren una virtud. Según la definición, la necedad consiste en “la falta de inteligencia y de acierto en las acciones o en las palabras”. Más allá de lo que cante la señora Muller, lo cierto es que su esposo es muy necio, como lo era Fidel Castro. En la larga entrevista que tuvo en Milenio, creo que Jesús Silva Herzog Márquez le preguntó si él se consideraba falible y dijo sencillamente que no, en otras palabras, se cree políticamente infalible. Luego sostuvo que “sin ego”, se consideraba a la altura de Juárez o Madero, además de considerar que encabezaba “el movimiento social más importante del mundo“.
Tener tan alta autoestima me imagino que es bueno para un político en campaña, pero no lo es a la hora de gobernar. Mucho menos lo es aferrarse a ideas equivocadas, incluso en contra de las opiniones de los expertos en temas donde su conocimiento es nulo. La necedad de López Obrador en el tema del aeropuerto es difícil de concebir. Todos los especialistas serios a nivel internacional han dicho (y no de ahora sino desde la época del gobierno de Vicente Fox) que no es viable construir un aeropuerto civil en donde está ahora la base militar de Santa Lucía, mucho menos mantener en operación dos aeropuertos simultáneos, el de Santa Lucía y el actual. Simplemente no se puede por la configuración de nuestro espacio aéreo. Acaba de insistir en ello la principal empresa consultora del sector en el mundo, Mitre, originada en el Tecnológico de Massachusetts. Mitre es una autoridad tan importante que cualquier aerolínea suspenderá sus vuelos internacionales a un aeropuerto donde esa empresa considere que no se cumple con las normas básicas de seguridad aérea.
Y Mitre ha dicho con todas las letras que Santa Lucía y el actual aeropuerto son incompatibles. No lo ha dicho ahora, lo dijo desde el 2002. Entonces, como ahora, López Obrador, que apoyó y respaldó, política y económicamente el movimiento de los grupos radicales de Texcoco en contra del aeropuerto, quería que se construyera esa obra en Santa Lucía. Desde entonces le dijeron que no se podía por las rutas de aproximación del espacio aéreo. Han pasado, tres sexenios y contra todas las evidencias, López Obrador sigue queriendo hacer el aeropuerto en Santa Lucía cuando el nuevo aeropuerto está ya muy avanzado, licitado, es una obra en la que se han invertido miles de millones de dólares, financiada con recursos públicos y privados y que resolverá uno de los mayores problemas de infraestructura del país, algo que ni remotamente puede hacer la propuesta de López Obrador.
Para realizar reformas en el ámbito constitucional, se requiere una mayoría calificada en el congreso de dos terceras partes de los votos y el apoyo de, por lo menos, 17 congresos estatales. López Obrador no tendrá, si gana las elecciones, ese margen legislativo ni mucho menos. Pero el propio candidato de Morena ha insistido en que esa es la democracia representativa y que él cree en la democracia popular, en consultar directamente al pueblo, la misma idea que han tenido todos los dictadores a lo largo de la historia: creen que representan, por sí mismos, al pueblo y no necesitan intermediarios, entendidos éstos como un congreso o un poder judicial autónomos. Y Andrés Manuel está diciendo que la democracia popular será la que regirá su mandato.
No es que lo vaya a hacer. Ya lo hizo. Cuando fue jefe de gobierno capitalino, a las leyes que le enviaba la asamblea legislativa y con las que no estaba de acuerdo, les imponía lo que llamó un “veto parcial”. En otras palabras, quitaba lo que no le gustaba y publicaba sólo lo que sí. Venían meses de conflictos, pero mientras tanto las leyes votadas no se aplicaban. Cuando la Suprema Corte le ordenó acatar la orden judicial por El Encino estuvo meses ignorándola hasta que se ordenó su desafuero. Nunca acatóla orden de la Corte. Simplemente lo ignoró.
La necedad no es una virtud, pero a veces es simplemente un disfraz para ocultar la intolerancia y el autoritarismo. Si no que le pregunten a Trump.
PD: nos tomaremos unos días de descanso, estas razones se volverán a publicar el lunes 2 de abril.