09-01-2020 No creo en los personajes transformados por sus apologistas en estatuas de bronce. No creo, por lo tanto, en los próceres de la política, la cultura, los espectáculos. Obviamente tampoco en los del periodismo. Creo en el trabajo, en el profesionalismo, en el intento, por lo menos en esta profesión, de hacer el mayor esfuerzo por la verosimilitud, la coherencia, la explicación del porqué de las cosas, creo más en los sustantivos que en los adjetivos, en los datos duros más que en las famas prestadas, en el ejercicio de los géneros que en amarillismo, en una página bien escrita que en una exclusiva prestada.
El martes pasado se cumplieron cinco años de la muerte de Julio Scherer García y canal 22 estrenó una serie sobre la vida personal y profesional de quien fuera director de Excélsior y fundador de Proceso.
La escuela de los primeros 80 tenía varios íconos, dos de ellos notables: Julio Scherer García y Manuel Becerra Acosta, que habían sido el director y el subdirector del viejo Excélsior y que habían fundado cada uno por su lado y distanciados entre sí, Proceso y el Unomásuno. De las luces y sombras, de la genialidad y las debilidades de don Manuel, que fue mi director durante varios años y un maestro, junto con dos personajes inolvidables, Huberto Batis y Antonio Marimón, he escrito en otras ocasiones. Hoy, quiero recuperar algo que escribimos hace ya muchos años, el 10 de agosto de 2007, con motivo de la publicación del libro La terca memoria, de Julio Scherer.
La terca memoria, decíamos entonces, es un documento imprescindible para comprender mucho de lo que ha sucedido en la vida de quien es, sin duda, el periodista más representativo de una generación tan brillante como contradictoria, que cimentó las bases del periodismo actual. La terca memoria es quizás el mejor de los libros de Julio Scherer, porque resulta tan auténtico como suyo, es un libro personalísimo, con el que se puede o no estar de acuerdo en sus muchos juicios de valor, pero ante el que no se puede permanecer indiferente. Y eso es hacer buen periodismo.
Las contradicciones presentes en La terca memoria son las que le dan coherencia y humanidad a su autor: la amistad, el rencor, el respeto, el desprecio son explícitos. Para Scherer, como para muchos de los periodistas de su generación, aquella frase de Borges que decía que “yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”, sencillamente no se aplica. Y don Julio es paradigmático: es soberbio y sus juicios sonlapidarios. Es soberbio por formación: dice en el libro que,en parte, fue para combatir su timidez innata, pero también porque era, es, el recurso para estar entre los mejores, para exhibir su personalidad ante el poder y ante los demás.
A la coherencia personal no hay que pedirle coherencia estricta en los juicios de valor. Así don Julio no puede esconder, junto con el desprecio, la admiración profesional por Carlos Denegri o el ultraje de la traición, magnificado por el reconocimiento de la inteligencia, de Gastón García Cantú. Es injusto, excesivo, con Héctor Aguilar Camín pero generoso con Juan Sánchez Navarro. Acepta una vieja amistad rota con Carlos Hank González pero desprecia su enriquecimiento, y no tiene atenuantes contra Jorge Hank Rhon (su retrato es lo mejor del libro) ni ante Adolfo López Mateos, pero no desliza una crítica siquiera similar contra Manuel Bartlett. Ese es el auténtico Scherer, el que se muestra sin tapujos en el libro, con sus grises, su luminosidad y su oscuridad, con su magnífica (y por lo tanto contradictoria) historia a cuestas.
Recuerda a uno de los personajes más significativos del exilio sudamericano, el periodista uruguayo Carlos Quijano, fundador del semanario Marcha, y lo cita recordando a su vez a Unamuno, cuando dijo que “no me preocupaba la dictadura, me preocupa la república”. Dice que Quijano sostenía que “le preocupaba la dictadura pero me preocupa más la izquierda”. Dice Scherer que le escuchó decir a Quijano “que la verdad, la verdad incontrovertible es tema de Dios y la verosimilitud asunto de los hombres. Es verdad, agrega, y si alguien cree poseerla, sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias manos”.
Si la historia es la lucha de la memoria contra el olvido, es una enorme contribución que en La terca memoria don Julio nos la haya contado como la recuerdaba, como la vivió, como la juzgó. No es un libro para estar o no de acuerdo con sus juicios: es un libro para recordar, para reflexionar, para saber como se ve, se veía, la historia desde la perspectiva de un periodista paradigmático, contradictorio, imprescindible.Lo recordaba ayer, a cinco años de su partida.