La gran falacia: parálisis o movilización
Columna

La gran falacia: parálisis o movilización

1-09-2021 Con el informe que pronunciará hoy el presidente López Obrador comienza esa segunda mitad del sexenio en el que los días se acortan y los objetivos se alejan. Les ha sucedido a todos los presidentes de la república. No hay forma de evitarlo, porque es consecuencia de la temporalidad del poder. Y tampoco se pueden diseñar fórmulas para establecer una fuga hacia adelante, como le están recomendando algunos personajes al presidente López Obrador.

Un ejemplo, leía en la edición en español del Washington Post un texto de Gibran Ramírez, uno de los jóvenes intelectuales de las ramas duras de la 4T, que decía, como opinan otros personajes de esa corriente como Epigmenio Ibarra o John Ackerman, que el presidente López Obrador tiene que elegir entre dos opciones: una parálisis legislativa en la segunda mitad de su mandato, ya que no tiene mayoría como para imponer las reformas constitucionales que demanda, o convocar al pueblo a las calle para que las imponga con la movilización, argumentando que para ello tiene una legitimidad ganada en las urnas.

No es verdad. No entienden que en las democracias ni se gana ni se pierde todo, y que López Obrador ganó las elecciones en 2018 por un amplio margen y gozó de una mayoría legislativa en sus primeros tres años de gobierno que le permitieron sacar una gran cantidad de reformas, buenas, malas y feas. Estaba en su derecho. Pero en las elecciones de junio, habiendo ganado mucho, sobre todo a nivel de los estados (aunque perdió la mayoría de las grandes ciudades del país), lo cierto es que perdió un 21 por ciento de los diputados que tenía hasta ayer y que necesita, para formar mayoría simple, de los votos del Verde y del PT, que, por cierto, Morena no tendrá en automático, deberá negociar con ellos.

Como deberá negociar con la oposición: es una falacia que las opciones sean la parálisis o la movilización. En parecida situación a la que está ahora López Obrador han estado los cuatro últimos presidentes de México, que contaban en su tercer año, por lo menos en los casos de Fox y Calderón (Zedillo estaba un poco más abajo, pero terminó subiendo sus índices en la medida en que se acercaba el 2000) con casi los mismos márgenes de aceptación que López Obrador. Y tuvieron que negociar, con mayor o menor éxito, con sus oposiciones.

La forma de evitar la parálisis es negociar y dialogar, lo que sucede es que no se puede negociar imponiendo condiciones y con una agenda irreductible. Mucho de lo que quiere el Presidente podría ser negociable: lo electoral, lo energético, la reforma de las fuerzas armadas, pero no se pueden tener reformas constitucionales de gran calado, como esas, sin apartarse un ápice de sus propuestas. Lo ocurrido con la legislación de la consulta para la revocación de mandato es el mejor ejemplo de ello.

No va a haber, porque no le alcanzan los votos en el congreso, una contra reforma energética. Pero el país requiere inversiones en el sector y hoy la estrategia seguida con Pemex y la CFE llevará a esas empresas a la quiebra (en los hechos con 500 mil millones de pérdida, Pemex ya lo está) sino que, además, nos lleva a una confrontación con Estados Unidos. ¿Usted cree que no se puede llegar a acuerdos que le permitan al Presidente en lo esencial cumplir con su objetivo, que es fortalecer a esas dos empresas paraestatales, sin romper el actual marco legal?.
No se puede tener una reforma electoral que desaparezca a los consejeros del INE, a los magistrados del Tribunal Electoral, que quite cien plurinominales. No lo permitirían ni siquiera los aliados de Morena en el congreso. Pero puede haber una reforma electoral muy amplia y de consenso. Sí puede pasar la reforma a las fuerzas armadas, pero no será viable sin negociar: recordemos que ni Vicente Fox ni Felipe Calderón, pudieron pasar las reformas para crear una policía única. La ley de seguridad interior que logró sacar Peña Nieto fue declarada inconstitucional al inicio de esta administración sin que el gobierno federal hiciera nada por defenderla, porque su proyecto ya era otro pero sacó por consenso la Guardia Nacional.

Tampoco tendremos un sistema de salud como el de Dinamarca y evidentemente el INSABI no está en condiciones de cubrir los servicios de salud de toda la población, ni siquiera de todos los que estaban en el Seguro Popular, pero pueden darse acuerdos que permitan paliar, por lo menos, el desabasto de medicinas. No creceremos en promedio un 4 por ciento anual, porque la economía no da para eso y son urgentes reformas y políticas que aumenten la inversión vía la confianza y la certidumbre, que garanticen la estabilidad, que el gobierno federal hasta ahora ha mantenido, lo mismo que un manejo adecuado de la deuda y la cotización del dólar, pero que se pondría en riesgo si se quieren cambiar los fundamentos y la autonomía del Banco de México.

Los líderes unen a sus sociedades. Decía Nelson Mandela que “un verdadero líder usa cualquier problema, no importa qué tan serio o sensible sea, para asegurar que al final emerjamos más fuertes y más unidos que antes”. Ninguno, democrático, ha trascendido con base en la polarización.

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