Cárdenas, el poder de la historia
Columna JFM

Cárdenas, el poder de la historia

Nada de lo sucedido en los últimos meses, pero sobre los desencuentros de los últimos días de campaña entre Cuauhtémoc Cárdenas y Vicente Fox se podrían comprender sin asumir que pocos hombres son más diferentes entre sí que los candidatos de las alianza por México y por el Cambio.

Francisco Labastida Ochoa es un candidato inédito en la historia del PRI. Es un candidato que, por primera vez en 70 años, no tiene, a unos pocos días de la elección presidencial, la certidumbre de que será el ganador. Eso ha cambiado todo el sentido de las campañas priístas, de una fuerza que todavía no se encuentra cómoda en su nuevo papel de ser, más que una maquinaria electoral, un verdadero partido.
Labastida lo ha comprobado con creces en esta campaña que lleva, en su caso, 17 meses de proselitismo. El PRI vivió un momento de profunda confusión cuando se iniciaron las primarias en junio del año pasado y por eso, cuando el propio Labastida, o por lo menos su equipo, pensaron que la elección interna del 7 de noviembre sería simplemente un trámite más para ratificar la candidatura presidencial resultó que, evidentemente, no era así y, para su sorpresa se encontraron en agosto con que la mayoría de las encuestas internas lo mostraban empatado o incluso por debajo de Roberto Madrazo. Ante ello, Labastida, en los hechos, retomó el control de la campaña interna, incluyó a Esteban Moctezuma en su equipo y comenzó a hacer proselitismo contrareloj: todos sabemos que ganó el 7 de noviembre por un buen margen, más de 270 de los 300 distritos en disputa. Pero muchos olvidaron que de los diez millones de votos que se emitieron en aquella jornada, más de 3 millones fueron para Madrazo. Y nuevamente en el equipo de Labastida se asentó el conformismo.
Pasaron los meses y la ventaja muy amplia que le había otorgado la elección interna y el fracaso del intento de una alianza opositora, comenzó a reducirse. La campaña no funcionaba adecuadamente, el mensaje era gris, el aparato priísta que, en parte había ayudado a ganar la elección interna de noviembre, estaba dividido y desconcertado porque no se encontraba representado ni por el equipo de campaña ni tampoco por las propuestas que tuvieron en los primeros meses del año en curso numerosos equívocos, desdibujaron el sentido de la propia campaña. Fueron los días y las semanas de los spots de “inglés y computación”. Hace unos días, en una entrevista para televisión, Labastida me decía que sí, que fue un error insistir durante tantas semanas, en una propuesta que él mismo describió como la cereza de un pastel (la propuesta educativa global), pero se ofrecía sólo la cereza mientras que el pastel no se conocía ni se divulgaba. Parecía que no había rumbo.
Tuvo que llegar el debate del 23 de abril para que Labastida sintiera que las cosas así no funcionarían: no sólo por los evidentes resultados que tuvo en la opinión pública ese encuentro, sino porque el priísmo quedó desconcertado con mucho de lo que allí se dijo.
Paradójicamente, ese golpe sirvió para que Labastida mostrara parte de su rostro político. Decidió mover las cosas, quitó del centro de la operación a Esteban Moctezuma, anunció que él mismo tomaba el control de la campaña, incorporó a hombres como Jesús Murillo Karam, reposicionó la participación de Emilio Gamboa Patrón y colocó a un incondicional suyo como Marcos Bucio en la relación con los medios. Decidió recurrir al priísmo duro: viajó al estado de México y se reunió con los hombres del grupo Atlacomulco (que por supuesto no existe), viajó a Tabasco y se reunió con Madrazo, las listas de candidatos fueron modificadas profundamente. Cuando comenzó mayo, la campaña de Labastida estaba orientada en otro sentido completamente diferente al de una semana atrás: habían decidido concentrarse en el voto duro, en el voto priísta y apostar a un cambio moderado, con prudencia que para muchos no tendría demasiada diferencia con los márgenes tradicionales de continuidad entre uno y otro sexenio priísta.
Llega Labastida al 2 de julio en mejor posición que entonces y con una relación más clara con su propio partido. Sin embargo, si llegara a ganar las elecciones del domingo, tendrá que definir cuál será esa relación. Apenas ayer nos decía que de ganar las elecciones establecerá distintas líneas internas de reforma para el PRI: la más importante de todas será, sin duda, la decisión de democratizar la elección de sus dirigentes en todos sus niveles, dándole de esa forma amplia autonomía al partido respecto al gobierno. Incluso no estaría descartada la posibilidad de modificar el nombre del tricolor.
Y la verdad, sea cual fuere el resultado del 2 de julio, una operación de ese tipo será imprescindible para el PRI. Ese partido llegará a las elecciones del domingo literalmente en el límite de sus fuerzas y estructuras actuales: requiere, para sobrevivir, gane o pierda las elecciones, de profundas reformas que le permitan mirar más hacia el futuro que hacia el pasado, un pasado demasiado pesado, con demasiada historia detrás.
¿Podría Labastida establecer una reforma de ese tipo en su partido? ¿Cómo es realmente Labastida, este hombre que en las distintas etapas de la campaña mostró diferentes caras pero que no logró mostrar su verdadero rostro?. Labastida es un hombre liberal, un economista formado en la CEPAL (lo cual le da un perfil muy diferente a sus compañeros de ruta educados en las principales universidades estadunidenses), con lo cual está más orientado hacia una economía social, relativamente distanciada del neoliberalismo. Es un hombre que puede parecer débil, porque su forma de ser no es dura en el trato personal, pero que puede endurecerse con facilidad.
En lo personal, refleja un carácter similar: estamos hablando de un hombre divorciado y vuelto a casar, que tiene una hija reconocida fuera del matrimonio, que ha formado una pareja muy sólida con María Teresa Uriarte, donde los hijos de cada uno de ellos participan de una misma familia. Labastida, es en este sentido, un hombre con valores muy similares, por ejemplo, a Cárdenas: proviene de una formación similar y sin duda podría entenderse en lo personal mucho mejor con el ex gobernador de Michoacán y del DF que con Fox. Y eso puede influir en lo que ocurra después del 2 de julio.
Labastida ha sufrido, sobre todo, dos acusaciones en esta campaña. Se ha dicho que ha tenido relaciones con el narcotráfico, a partir de una información que divulgó el periódico propiedad de la secta Moon, el Washington Times (no confundir con el influyente y prestigiado Washington Post). La información es falsa: Labastida cuando fue gobernador de Sinaloa sufrió agresiones y amenazas del narcotráfico en su contra. Es verdad que no le correspondía combatir desde ese cargo el narcotráfico: no tenía que hacerlo porque se trata de un delito federal, pero propios y extraños reconocieron en su momento que actuó dignamente en ese cargo. Negarlo sería injusto.
La otra acusación es que se trata de un candidato gris, marcado por el continuismo. Y en este sentido, se debe reconocer que el propio Labastida, durante esta larga campaña, no logró demostrarle con claridad al electorado hasta dónde habrá continuismo y dónde comenzará el cambio con rumbo que ha prometido. No ha mostrado, decíamos su verdadero rostro. Quedará en manos del electorado decidir, basados más en intuiciones, si le brinda su respaldo el próximo domingo.

JFM1999

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