El sur: la frontera porosa
Columna JFM

El sur: la frontera porosa

El viernes asumió la presidencia de la república en Guatemala, Alfonso Portillo, un hombre que vivió largos años de su juventud en México, donde estuvo ligado a las distintas corrientes de izquierda, se radicalizó y terminó militando y trabajando con las corrientes más duras del proyecto universidad-pueblo de la Universidad Autónoma de Guerrero en los años 70. Pero tuvo que partir abruptamente cuando, luego de una trifulca nocturna, mató a dos de sus estudiantes en un poblado cercano a Chilpancingo.

El viernes asumió la presidencia de la república en Guatemala, Alfonso Portillo, un hombre que vivió largos años de su juventud en México, donde estuvo ligado a las distintas corrientes de izquierda, se radicalizó y terminó militando y trabajando con las corrientes más duras del proyecto universidad-pueblo de la Universidad Autónoma de Guerrero en los años 70. Pero tuvo que partir abruptamente cuando, luego de una trifulca nocturna, mató a dos de sus estudiantes en un poblado cercano a Chilpancingo.
El crimen quedó impune porque Portillo huyó de Guerrero, se refugió en el Distrito Federal, donde fue amparado por sus compañeros, se ligó, a su vez, con sectores de izquierda cercanos a la guerrilla guatemalteca y, en algún momento regresó a su país, enganchado en ese proyecto. Para sorpresa de muchos de sus compañeros, el ahora presidente Portillo reapareció como delfín político nada menos que del general Efraín Ríos Mont, aquel militar tan desconcertante entre los muchos que jalonaron la larga dictadura guatemalteca. Ríos Mont encabezó el gobierno entre 1982 y 1983, tras un golpe de Estado y ha sido acusado de genocidio, en la guerra que libró el gobierno guatemalteco contra la URNG. La imagen de Ríos Mont es la de un general de mano dura, con marcado fanatismo religioso y anticomunista, ¿cómo, entonces, un hombre de izquierda se había cometido en su mano derecha?.
Esa relación y el propio proyecto del Frente Republicano Guatemalteco es más complejo de lo que parece y debe ser entendido por México, porque la llegada de ambos al poder, de Portillo y de Ríos Mont, será un verdadero desafío para las relaciones bilaterales con México en la ya de por sí conflictiva franja fronteriza del sur.
Un hombre que es capaz de defenderse
El delito por el que fue acusado Portillo ya prescribió, aunque las familias de los dos jóvenes asesinados, hasta esta misma semana, siguen reclamando que se haga justicia y la historia se publicó ampliamente en México y Guatemala. Pero ello no afectó la campaña de Portillo: el candidato del Frente Republicano Guatemalteco reconoció que había participado en esos hechos e incluso los utilizó como un lema de campaña: “un hombre que es capaz de defender su vida es capaz de defender a su país”, repitió una y otra vez, argumentando que los asesinatos habían sido en legítima defensa.
Es más, ello le permitió darle un acento antimexicano a su campaña que, aunado a la falta de popularidad del gubernamental Partido de Avanzada Nacional (producto de la poca transparencia con que se realizaron algunos procesos de privatización y los nulos avances en el nivel de vida la población) le alcanzaron, con un programa populista y con todo el apoyo de Ríos Mont, que fue elegido diputado, para obtener nada menos que el 68 por ciento de los votos válidos en los comicios.
La semana pasada, Alfonso Portillo hizo una discreta visita a México, durante las cuales se reunió con el presidente Zedillo y con Francisco Labastida. Las reuniones fueron privadas y quienes participaron en ellas aseguran que se sentaron bases para que la relación bilateral, que se había consolidado durante la gestión del presidente Arzú, no se deteriore estérilmente.
Sin embargo, no se trata sólo de un problema de voluntad. La presencia de Ríos Montt, como verdadero líder del FRG, y los problemas legales del pasado de Portillo, aunados al sentimiento antimexicano que su discurso ha generado en amplios sectores de la sociedad guatemalteca, pueden hacer prever problemas graves.
No habría que engañarse: el discurso populista de Portillo es más complejo que el de la derecha brutal que gobernó su país durante décadas. Es la de Portilla una corriente que combina el populismo con la imagen de mano dura y que no es extraña a la ola que está recorriendo algunos países del continente, desde Hugo Chávez en Venezuela o Alberto Fujimori, en Perú. Esa corriente, por otra parte es coherente con el perfil de Ríos Montt.
El general, que ahora tiene 73 años es un hombre difícil. Su relación con México, en los últimos días de la administración López Portillo y los primeros de la de Miguel de la Madrid, fue simplemente intransitable: fue la época de la guerra sucia contra la guerrilla guatemalteca, del apoyo decidido al gobierno sandinista en Nicaragua, del reconocimiento mexicano del FMLN como parte beligerante en El Salvador, de la migración de miles de guatemaltecos hacia México y la instalación de los campamentos de refugiados en la frontera sur (y también del apoyo institucional de México hacia sectores opositores en Guatemala) que pusieron a la relación bilateral en una situación francamente dramática.
De esa época tormentosa, reaperecen Portillo y Ríos Mont Y lo hacen de una forma que ha desconcertado a muchos. El FRG ganó ampliamente las elecciones con los votos, sobre todo, de las regiones mayas, de las regiones indígenas que hace 20 años, el propio gobierno de Ríos Mont reprimió duramente. Podría tratarse de un reflejo masivo del síndrome de Estocolmo, aquel mediante el cual las víctimas de un secuestro pueden terminar simpatizando con sus secuestradores, pero lo cierto es que el propio Ríos Mont ha utilizado ese hecho, esa masiva votación en su favor y el de Portillo, para preguntarse si las acusaciones en su contra son verídicas: “¿son los indígenas capaces de simpatizar con quien habría masacrado a sus familias?¿es falta de memoria histórica?¿insolidaridad con sus hermanos?¿acaso no fueron ellos los mejores testigos de lo que sucedió?”, se preguntó en un periódico en estos días el viejo dictador, para concluir que todo era una mentira urdida en torno suyo, una leyenda negra. En realidad no lo es, en todo caso se tratará de una verdad a medias, pero el episcopado guatemalteco lo acusa directamente de 300 muertes. Para Ríos Mont un ferviente creyente evangélico, en su fe está el origen de esa acusación y se remonta a 1974 cuando ganó unas fraudulentas elecciones y fue derrocado de inmediato con el apoyo del clero.
El cártel de Sayaxché
¿Qué ocurrió en realidad, porqué Portillo de la mano de Ríos Mont pudo ganar estas elecciones? Por una razón sencilla, cuando en 1982 asumió el poder combinó, como escribió Maité Rico en El país, el apoyo material a las comunidades indígenas con la organización de patrullas de autodefensa civil, grupos paramilitares pues, que terminaron combatiendo a la guerrilla por un salario y mejoras materiales. Hoy, casi 20 años después, esa estrucutra de autodefensa civil que creó Ríos Mont se convirtió en la maquinaria electoral que llevó al poder a Portillo.
El punto es central para comprender cuál puede ser la relación bilateral porque, durante años, esa maquinaria militar que ahora se ha reconvertido a electoral, visualizó a México, al gobierno mexicano que mantenía sólidas relaciones con sectores de la oposición, incluso armada, como su verdadero enemigo. Con un ingrediente adicional: buena parte de esos grupos paramilitares, de autodefensa, concluida la guerra, firmada la paz, convertidas las fuerzas guerrilleras en partidos legales, no dejaron ni las armas ni su estructura sino que la pusieron a disposición de otro objetivo: el tráfico de indocumentados, de armas y de drogas desde Guatemala hacia México.
Ello se fortaleció, además, por un paradójico efecto: el relativo desarrollo que la paz le permitió obtener a la región de El Petén, donde se comenzaron a trazar rutas para activar la producción petrolera y aumentó el movimiento económico pero el control sigue, en buena medida, en manos de sectores militares y de aquellos grupos de autodefensa, los que han permitido, el florecimiento, por primera vez, de un cártel de tráfico de drogas e indocumentados bilateral de peso real: el llamado cártel de Sayaxché, que toma el nombre de la localidad guatemalteca donde parten sus rutas que ingresan a México por Benemérito de las Américas, Frontera Corozal y de allí suben hacia Palenque. Otra ruta parte de Sayaxché, pasa por el poblado guatemalteco de La Libertad y entra directamente hacia Tenosique, en Tabasco.
Y esa región, la de mayor apoyo a Portillo y Ríos Mont, la que sufrió las consecuencias de la guerra en aquellos años, de donde partieron y a donde regresaron los refugiados, se ha convertido, hoy, en nuestra frontera más difícil y más vulnerable. No es un tema menor.

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