Las encuestas siguen mostrando que la distancia que separa a Francisco Labastida de Vicente Fox, oscila entre los 8 y los 10 puntos, mientras que la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas ha tenido un pequeño crecimiento pero no sobrepasa el límite de los 12 puntos, mientras sus dos principales contendientes se alejan.
Las encuestas siguen mostrando que la distancia que separa a Francisco Labastida de Vicente Fox, oscila entre los 8 y los 10 puntos, mientras que la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas ha tenido un pequeño crecimiento pero no sobrepasa el límite de los 12 puntos, mientras sus dos principales contendientes se alejan.
Es verdad que falta mucho para los comicios del 2 de julio, pero también lo es que hasta ahora no se perciben movimientos que generen una alteración dramática del escenario electoral, aunque Vicente Fox, en su legítimo afán de reducir las distancias, acierta y comete errores, se sobreexpone logrando en alguna ocasión ventajas y en otras pagando costos. Porque lo que el candidato del PAN quiere es polarizar la elección, obligar a que las encuestas se transformen en tendencias irreversibles y que la votación se concentre en una lucha entre el propio Fox y Labastida.
En términos de popularidad, el haberse confrontado con el Trife por el tema del logotipo de la Alianza por el Cambio, que incluía primero su foto y después su silueta y que, en ambos casos, fue rechazado por el tribunal electoral, fue una decisión controvertida (la verdad es que en el mediano plazo nadie gana poniendo en entredicho una institución electoral ciudadanizada y cuyos miembros son elegidos por consenso). En términos legales podía o no tener razón Fox, pero lo cierto es que en términos de popularidad, salió ganando, no sólo por ese debate sobre la pertinencia o no de ese logotipo, sino porque la andanada en su contra fue tan dura, que terminó fortaleciendo su posición como candidato a vencer y, en el aspecto publicitario estuvo durante más de una semana en la primera plana de todos los periódicos.
Ese avance chocó, el pasado fin de semana, con una declaración de Fox que, al contrario de la del Trife, conceptualmente puede ser correcta, pero políticamente no, y le restará aliados. Nos referimos a la equiparación que hizo Fox del PRI con la Iglesia católica, y, sobre todo de las otras iglesias con los partidos de oposición, durante una reunión con la comunidad evangélica, que le ha provocado un verdadero alud de declaraciones en su contra, no sólo del PRI y del gobierno, sino también de Cárdenas y del propio cardenal Norberto Rivera. Ayer, en la celebración del cumpleaños del líder de la iglesia ortodoxa para México y toda América Latina, el influyente obispo Antonio Chedraui, una reunión a la que fue, literalmente, todo el mundo político, el invitado de honor fue Labastida e, implícitamente se le cobró a Fox esa declaración.
La verdad es que resulta paradójico, porque si hubiera sido bien explicada, se comprobaría que la declaración de Fox no es intrínsecamente errada. En realidad existen muchas similitudes entre la estructura y la organización de la iglesia católica como institución, con todos los grandes partidos surgidos a principios de siglo. Todos se estructuraron con un esquema similar al de ese formidable aparato político que -independientemente de la fe- es la iglesia católica. Se trata de estructuras verticales, con un líder máximo, con cardenales y obispos que tienen control y mando sobre sus esferas territoriales de poder, pero que se disciplinan a sus mandos superiores. Y en ese sentido, no es muy diferente la disciplina con que, por ejemplo, el obispo Raúl Vera aceptó su traslado a Saltillo, de la que tuvo que hacer gala Roberto Madrazo cuando el jueves pasado declaró en Villahermosa que con Francisco Labastida sí se puede.
El problema es otro. Es que, en este sentido, Fox cometió tres errores: primero, al comparar a la oposición con las otras religiones diferentes a la católica, regresó a una norma que estaba abandonando: a hablar como el segundo, como el candidato que está detrás y a la defensiva, como una minoría en busca de un lugar bajo el sol. En realidad, la distancia que marcan las encuestas electorales no justifica ese tipo de discurso. Segundo, no comprendió el tipo de relación especial que tiene el panismo con la iglesia católica y lo hizo en un momento de fuertes diferencias internas en su partido, como lo pone de manifestó, la renuncia, ayer, de Francisco José Paoli Bolio. Tercero, fue aprovechada por sus adversarios para causar desconcierto entre los electores.
Cuesta saber las razones profundas de una declaración de ese tipo, porque se debe reconocer que Fox tiene muchos defectos, pero hay cosas que sabe que no puede declarar y sabe qué enemigos no puede adoptar. Una persona en buena medida se define por los enemigos que acepta y elige. En todo caso, pareciera que Fox está pensando en los otros, en los que no son sus electores, por ejemplo, los del sureste que en estados como Chiapas, están compuestos casi en un treinta por ciento por hombres y mujeres de religiones diferentes a la católica o, son católicos enfrentados con la jerarquía eclesiástica. Quizás, con ese gesto, Fox estaba pensando en su alianza, a la que le tiene mucha confianza, con Pablo Salazar en ese estado, y en lo que éste representa. Porque Fox sabe que tiene que buscar, en otras regiones sociales que tradicionalmente no votan por el panismo, ese diez por ciento que necesita para alcanzar a Labastida. La tesis, si es esa, es correcta, pero esta vez le fallaron las formas y subestimó las reacciones internas y externas. Y tendría que recordar que, como diría Jesús Reyes Heroles (que no es precisamente uno de los autores preferidos de Vicente), en política la forma es fondo.
Pero no fue el único, el tamaño del debate por la declaración de Fox sobre la Iglesia y el PRI, ocultó un yerro que para el PRI en la capital, donde las cosas no terminan de despegar para el tricolor, hubiera podido ser (y todavía ello no está del todo superado) muy costoso: el desafío de Óscar Espinosa a Rosario Robles para comparar los resultados de sus respectivas administraciones en la capital. Puede o no tener razón Espinosa, pero lo que es indiscutible es lo que ya declaró Robles: el veredicto político sobre el suyo y los anteriores gobiernos priístas en la capital, lo dio el electorado en 1997. ¿Quién gana, en el tricolor, reabriendo aquellas heridas?.
Archivos recuperados
La decisión de Paoli Bolio de poner su renuncia a disposición del CEN del PAN y de rechazar el “extrañamiento público” que se le hiciera en la reunión del viernes pasado, confirma la magnitud de las divergencias internas en el panismo. Apenas ayer al mediodía, el presidente nacional del blanquiazul, Luis Felipe Bravo Mena, aceptaba que hubo y hay divergencias pero rescataba el hecho de que nadie había pedido en esa reunión la expulsión de Paoli y que había condiciones para dar por superado el incidente. Horas después se comprobó que las heridas seguían abiertas. Una cosa es cierta: el CEN ya realizó públicamente el famoso e inédito “extrañamiento”, no puede, por lo tanto retirarlo.