Nostalgias autoritarias
Columna JFM

Nostalgias autoritarias

Este fin de semana el PAN, en voz de su candidato presidencial, Vicente Fox y de su presidente nacional, Luis Felipe Bravo Mena, se ha quejado de la intervención presidencial en el proceso electoral, por las críticas que realizó el presidente Zedillo a los resultados que, desde su óptica, se obtuvieron en Guanajuato durante la gestión de Fox.

Este fin de semana el PAN, en voz de su candidato presidencial, Vicente Fox y de su presidente nacional, Luis Felipe Bravo Mena, se ha quejado de la intervención presidencial en el proceso electoral, por las críticas que realizó el presidente Zedillo a los resultados que, desde su óptica, se obtuvieron en Guanajuato durante la gestión de Fox.
Mientras tanto, Manuel Camacho insiste en que el presidente Zedillo no tiene que intervenir en el proceso electoral y que el actual inquilino de Los Pinos es el responsable de todas sus desgracias, desde que se le apareciera el hijo de Raúl Salinas en una conferencia de prensa hasta que su primer mitin en el Zócalo con los vendedores ambulantes, estuviera tan desangelado que tuviera que cancelarse. Para Manuel, en realidad, Zedillo busca destruir su candidatura, aunque no ha dicho cómo ni porqué tendría ese interés. Porfirio Muñoz Ledo y sus enemigos del PRD también se han quejado de la intervención presidencial, mientras que la ultra del CGH acusa a Zedillo de haber sido quien, vía la secretaría de Gobernación, organizó el exitoso plebiscito, con el que han quedado, en estos días, con la espada contra la pared en el conflicto universitario. Los diputados, por su parte, en la última votación del presupuesto, dejaron con muy pocos recursos a distintos programas sociales porque consideraron que es mejor que haya escasez en ciertos sectores especialmente desprotegidos que posibilidades de que esos programas sociales se utilicen con fines electorales.
Incluso ante el PRI y su gabinete, el presidente Zedillo ha tenido que dejar en claro que no intervendrá en la campaña, que ésta ha quedado completamente bajo el control de Francisco Labastida, incluso que ha resignado espacios tradicionalmente pertenecientes al presidente saliente, como su cuota en las listas de diputados y senadores, para que el candidato del tricolor no sienta interferencia o compromisos extras en este proceso. Pero muchos, sobre todo algunos gobernadores del sur del país, no le creen y consideran que todo es una trampa para que ellos no puedan meter las manos, que ya tienen metidas.
No deja de ser paradójico. Muchos, me incluyo, argumentamos una y otra vez que el presidente goza de poca popularidad, que no sabe ni lo han ayudado a hacer contacto con la gente, que vive desde lejos muchos procesos políticos y que le falta, en ellos, intervención y mayor manejo, una mejor forma de hacer y entender la política. Cuando se habla de estos temas, coincidimos muchos analistas, casi toda la oposición y una buena cantidad de priístas. En esta misma lógica, entonces, esa intervención de la que tanto se está hablando en estos días, no sería coherente y en el caso de que se diera, entonces sería perjudicial, contraproducente para quien tratara de ser beneficiado con el apoyo presidencial. No sólo se trata de percepciones: hay encuestas serias que demuestran que el apoyo presidencial a un candidato terminaría afectando a éste.
¿Entonces porqué ganó Labastida, con esa amplitud, la elección interna del PRI? ¿Porqué Roberto Madrazo nunca se lanzó contra el presidente? ¿porqué aceptaron, en Los Pinos, la reconciliación, así sea formal? ¿porqué le preocupa a Fox, a Cárdenas o a Camacho que el presidente intervenga?.
¿Estamos ante un caso de nostalgias autoritaria? Todo pareciera que sí. Los candidatos se presentan, casi todos, como hombres fuertes (no es casual que ningún partido, incluyendo el naciente PDS, que tenía un excelente prospecto en la figura de la dirigente feminista Patricia Mercado, haya decidido lanzar mujeres como candidatos, ni siquiera como precandidatos) que pueden resolver, con un golpe de mano, muchos de los problemas nacionales. No en vano, los gobernadores, del partido que sean, siguen teniendo tanta influencia, y en el caso de los priístas siguen queriendo meterse al proceso (los de oposición lo hacen sin resistencia alguna). Hay nostalgia, efectivamente, por una mano dura, por un gobierno más firme, por una mayor intervención del poder en la vida cotidiana.
Pero pocos parecen comprender que esa nostalgia va en sentido contrario de lo que pregonan, de los sentidos de democratización, de la apertura de los espacios de poder para la sociedad, de la transformación de la lucha política-partidaria en algo más que una seca lucha por el poder.
Tienen razón tanto Porfirio Muñoz Ledo como Gilberto Rincón Gallardo cuando dicen que en realidad hay tres partidos de Estado. Es verdad que Zedillo no se está metiendo con las listas priístas pero sin duda su discurso en Guanajuato es parte de la lucha política, como lo fue su intervención en el proceso interno en el PRI. Como no es menor la participación, abierta, decidida del gobierno del DF en apoyo de Cuauhtémoc Cárdenas y sobre todo de Andrés Manuel López Obrador (¿o a poco no quedó claro que el endeudamiento extra que se autorizó al DF estaría destinado a planes de obra que beneficiarían a su partido, tanto como podrían beneficiar al PRI los desarrollados a nivel federal?). Tampoco es distinto en el PAN: apenas este fin de semana, el ayuntamiento panista de Veracruz, literalmente tiró la casa por la ventana para recibir a Vicente Fox y lo hizo hasta con memorándums de por medio, para que no quedaran dudas.
Y ese es un juego que se repite en todos los espacios de poder. Los tres principales partidos están utilizando sus propios espacios para, desde el gobierno apoyar a sus candidatos, a los de su partido. ¿Es grave? ¿Es antidemocrático?. La verdad que no: es lógico y natural y ocurre en todos los países del mundo con sistemas democráticos. Ahí está el señor Clinton haciendo campaña para su vicepresidente Al Gore e incluso para su esposa Hillary. El ejemplo se repite en cada uno de los países que tienen un régimen de partidos más o menos competitivo. Y nosotros ya lo tenemos: el PAN y el PRD gobiernan más de la mitad del país, incluyendo el DF, Jalisco y Nuevo León.
En última instancia, en un sentido o en otro, la ciudadanía premiará o castigará al elegir un candidato u otro, la labor de gobierno que en el plano nacional, estatal y municipal están realizando los distintos partidos. Y por lo menos desde hace diez años la homogeneidad político-partidaria en el poder ha sido superada. De eso se trata todo esto: de premiar o castigar una opción de gobierno. Entonces la intervención del poder, o mejor dicho de los diferentes poderes, en la política no se puede, yo diría que no se debe, obstaculizar. Por supuesto que nada de esto justificaría, en ninguno de los casos, el apoyo directo, material, con recursos del erario público, en cualquiera de sus niveles, a un candidato, del partido que sea. Es verdad que la línea divisoria entre el apoyo material y el político, a veces no es lo suficientemente clara, pero allí está. Lo demás son recursos viejos para situaciones nuevas.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Salir de la versión móvil