El poder y la política siguen siendo una constante al analizar el tema chiapaneco: a la debilidad del poder político se suma una lucha entre distintos grupos para garantizarse el control espiritual de la región que se recrudece, siendo cada una de sus partes en lucha más poderosa, en la misma media en que las instituciones se diluyen y desdibujan.
El poder y la política siguen siendo una constante al analizar el tema chiapaneco: a la debilidad del poder político se suma una lucha entre distintos grupos para garantizarse el control espiritual de la región que se recrudece, siendo cada una de sus partes en lucha más poderosa, en la misma media en que las instituciones se diluyen y desdibujan.
Por eso no es extraño que Chiapas siga estando presente como un tema de la agenda política nacional, por lo menos en términos noticiosos y de declaraciones (porque la verdad es que, en la mayoría de los casos, cuando esas declaraciones deben trascender hacia la acción, hacia los hechos, se genera un vacío y todo termina en una serie de monólogos compartidos) y lo estará aún más en la misma medida en que el proceso electoral federal se vaya relacionado, entremezclando, con el local, elecciones que se realizarán en Chiapas el próximo 20 de agosto, seis semanas después de los comicios federales del 2 de julio. En otras palabras, ni el calendario electoral ayuda.
Y el peso de lo religioso, sobre todo en el centro del estado, el norte y particularmente los Altos y las Cañadas, siguen siendo determinante a la hora de tomar decisiones políticas. Un ejemplo: mientras que en los últimos seis años ha habido seis gobernadores en Chiapas, hoy el obispo Samuel Ruiz cumple 40 años ininterrumpidos de estar al frente de la diócesis de San Cristóbal. Y en estos días, nada es más importante en el juego político de la región que la decisión que deberá adoptar el Vaticano sobre su sucesor.
Por eso no debería extrañarnos que, en uno u otro sentido, todos los factores de poder y todos los candidatos, estén jugando sus cartas en el sureste del país y particularmente en Chiapas: primero, porque advierten la debilidad institucional en la región; segundo, porque se puede ganar o perder mucho en ella. El domingo, Vicente Fox estuvo en Chiapas en un capítulo más de una serie de giras que demuestran que el guanajuatense ha decidido poner buena parte de su esfuerzo en el sureste. El candidato del PAN estuvo en Tuxtla y en San Cristóbal, encabezó la reunión en la cual Pablo Salazar Mendiguchía se convirtió en candidato del PAN y con ello de toda la oposición (ya lo era del PRD, del PT y del PVEM), y se reunió con representantes de las iglesias evangélicas, con el obispo de Tuxtla, Felipe Aguirre y, sin duda, en la jugada más arriesgada (y más congruente luego de haber apoyado la candidatura de Pablo Salazar) con el obispo Samuel Ruiz. Fox, además, estuvo en la misa con la cual comenzó la ceremonia del adiós a don Samuel, que hoy tendrá su punto culminante.
Queda claro, siguiendo las actividades de Fox que sus movimientos en las últimas semanas y sus declaraciones, cuestionables o no, distan de ser erráticas. Cuando Fox comparó a la iglesia católica con el PRI hace un par de semanas en Monterrey, muy probablemente se extralimitó pero sabía a que le tiraba. Siguió con el tema en el reciente encuentro con evangélicos en Veracruz y lo refrendó ahora con su visita a Chiapas. Vicente está apostando a que ese sector de la población (que se siente discriminado) apoye decididamente a su candidatura y, en parte lo está logrando: en muchos templos a los fieles se les está dando línea de votar por el candidato panista. En este esquema se torna coherente el costo que pagó presentándose al inicio de su campaña con el estandarte de la Guadalupana. El mensaje, visto retrospectivamente, era bastante obvio: primero, hizo una explícita profesión de fe hacia el sector que ha sido el más importante apoyo al PAN, la iglesia católica y sus distintas organizaciones. Fox considera que ese sector es suyo, que no se volcará, ocurra lo que ocurra, hacia el PRI y mucho menos hacia el PRD. Fue entonces que hizo un guiño hacia las iglesias protestantes que, como reacción, casi siempre habían terminado votando por el PRI o mejor dicho por el poder. E insistimos, en varias de ellas logró ser escuchado y apoyado.
El respaldo a Pablo Salazar se debe leer en estos términos, incluso ampliados. Al senador Salazar, se lo identifica, en ese terreno, por dos cosas: es un hombre proveniente de la fe evangelista, con mucho peso en esa comunidad y, de la mano con ello, es uno de los más cercanos interlocutores de Samuel Ruiz y de la corriente que éste representa, enfrentados ambos grupos religiosos, los protestantes y la iglesia indígena que impulsa don Samuel, con la jerarquía eclesiástica a la que acusan de oficialista.
Por eso, a pesar de las graves desavenencias que mantienen con el PRD y que mantuvieron en el pasado con Samuel Ruiz y todo lo que él representa, Fox y el PAN están apoyando a Salazar y al propio don Samuel, aún conscientes de que se trata de una apuesta muy arriesgada.
Y es que los números electorales lo justifican. En los estados del sur con fuerte presencia evangélica y de sacerdotes partidarios de la teología de la liberación, la votación del PAN es demasiado endeble y repercute en su presencia nacional. Por ejemplo, en las elecciones de 1997, el PAN obtuvo en Chiapas 13.14 por ciento de votos (y buena parte de ellos están concentrados en Tuxtla). En Tabasco, donde el 30 por ciento de la población, como en los Altos y Cañadas de Chiapas es protestante, el PAN obtuvo 4.67 por ciento. En Campeche el 8.12 y en Oaxaca, el 12.72. En total, el promedio del PAN en la región es de escasos 9.66 por ciento de los votos, un tercio de su promedio nacional.
Con una inserción tan endeble en una zona demográficamente tan importante, los logros que obtenga el PAN en otras zonas del país, pierden sentido en una elección federal, siempre el promedio jugará en su contra. Si a eso se suma que el PRD tiene presencia en el centro y el sur pero prácticamente desaparece en el norte, las cosas se le facilitan al priísmo que, pese a todo, tiene una inserción relativamente homogénea en todo el país.
Por eso Fox ha lanzado esta jugada arriesgada, porque le siguen faltando entre 8 y diez puntos para ganar la elección y sabe que tiene que ganarlos en un electorado que no es tradicionalmente el suyo, y sabe que será más fácil quitárselos al PRD, apelando al voto útil de la oposición, que al priísmo que difícilmente bajará del 40 por ciento nacional.
El éxito o no de este intento de Fox dependerá, en buena medida de cuatro cosas: primero, de cómo pueda presentarse en Chiapas (y en los otros estados de la región) como el referente más cercano a Salazar, a don Samuel y a esas corrientes religiosas, por encima del PRD, desplazando al cardenismo. Segundo, a que el voto duro del PAN acepte ese razonamiento y no termine castigando al propio Fox. Tercero, de la debilidad o fortaleza en esos estados del priísmo, de que pueda presentar un frente unido y no caer en la tentación de las rupturas que en casi todos ellos está presente. Y cuarto, de cómo se dé la sucesión de Samuel Ruiz. Lo cierto es que la apuesta ya está sobre la mesa.