No cabe duda que las cosas cambian, aunque a veces no tanto. En el pasado, la lucha sucesoria se daba entre candidatos. Ahora se da por posiciones. Hoy, seis años después de aquella cruel disputa por reemplazar a Luis Donaldo Colosio que libró el entonces comisionado para la paz en Chiapas, Manuel Camacho, tenemos una durísima, pero un poco más soterrada, lucha por las posiciones en el próximo gobierno.
No cabe duda que las cosas cambian, aunque a veces no tanto. En el pasado, la lucha sucesoria se daba entre candidatos. Ahora se da por posiciones. Hoy, seis años después de aquella cruel disputa por reemplazar a Luis Donaldo Colosio que libró el entonces comisionado para la paz en Chiapas, Manuel Camacho, tenemos una durísima, pero un poco más soterrada, lucha por las posiciones en el próximo gobierno.
Nadie duda en el priísmo de que la candidatura de Francisco Labastida es inamovible, pero entonces lo que se están disputando son las posiciones en la futura administración. Ahora no hay conferencias de prensa en el hotel Presidente, nadie convoca a la plana mayor del PRI en Los Pinos para pedirle que no se hagan bolas, pero hay movimientos de grupos que están buscando, desde ahora, un pasaporte para el futuro. Paradójicamente, pareciera que algunas decisiones presidenciales que pueden ser muy bien intencionadas, como la de no intervenir en la construcción de las listas priístas, no son leídas correctamente e intensifican, en lugar de darle su verdadera dimensión, esta lucha interna.
¿ Por qué estas luchas? Porque más de uno en el priísmo está partiendo de un gran equívoco. Entre muchos priístas existe la sensación de que la jornada electoral del 2 de julio será un mero trámite, que el triunfo ya está asegurado, incluso con la restauración de la mayoría propia en el Congreso y, por lo tanto, consideran ya es hora de asegurar posiciones. Están radicalmente equivocados: es verdad que Labastida, después de las primarias, mantiene una ventaja sobre Vicente Fox de entre 8 y 10 puntos, que podría haberse reducido, según el equipo del candidato panista, en las últimas semanas. Con todo, es una ventaja real, que de acuerdo a cómo se den finalmente las cosas, si se mantiene, quizás podría garantizarle una mayoría en el Congreso. Pero aún falta mucho, seis meses, para las elecciones presidenciales, y una ventaja de esa magnitud puede desaparecer con la misma facilidad y velocidad con la que se generó. Con un agravante que tampoco debería desconocerse: si la lucha se polariza demasiado entre Labastida y Fox, si la campaña de Cárdenas no crece en forma importante, esa ventaja se reducirá porque buena parte del voto útil del antipriísmo se concentrará en uno de los candidatos. No es ningún análisis esotérico: en ello se está sustentado la estrategia de campaña de Fox.
El PRI tiene que apostar y mucho a la unidad, a buscar los mejores candidatos para los cientos de puestos de elección popular que estarán en juego el 2 de julio si quiere mantener esa ventaja, debe apostar a lo que dice su publicidad, a ser un nuevo partido y no un partido restaurador. Porque no deberían engañarse: en esta ocasión las cosas serán al revés de lo que ha sido tradicionalmente. El candidato presidencial jalará muchos votos pero serán los candidatos que designe el priísmo en cada uno de los estados y distritos, los que terminarán determinando el voto de una ciudadanía que, por lo menos en las grandes ciudades, utiliza cada vez con mayor frecuencia, el voto diferenciado. Pero no todos, decíamos, lo entienden así. Y de allí, de la ambición de asegurar posiciones desde ahora, surgen muchas disputas de poder.
Tiene razón Labastida al decir que, como están hoy las cosas, las muy publicitadas diferencias entre los equipos de los dos principales hombres del candidato priísta, Emilio Gamboa y Esteban Moctezuma, se han mitigado y mucho. Pero las disputas internas existen y, hoy, está transitando por tres carriles.
Por una parte están varios de los gobernadores priístas que quieren ocupar sus cuotas en las listas priístas. Como es público y notorio, entre ellos, como en aquella película de Sergio Leone, hay buenos, malos y feos, pero lo cierto es que en el equipo de Labastida se ha tomado la decisión de que no habrá cuotas, ni para los gobernadores, ni para los sectores del partido, y por eso el presidente Zedillo dejó trascender que él prescindía de esa posibilidad. La tesis es que las cuotas ya han demostrado que le restan competitividad electoral al priísmo. Pero no todos piensan igual y las presiones son muy duras en la oficina del secretario técnico del Consejo Político Nacional donde se están confeccionando esas listas.
Un segundo flanco para las disputas internas es en el área económica. Guste o no su desempeño, es evidente que contra el secretario de Hacienda, José Ángel Gurría se ha lanzado una durísima andanada que tiene como objetivo desplazarlo de esa posición. Uno se podría preguntar porqué, si en última instancia ya estamos en el cierre de esta administración. Y es que en alguna oportunidad Francisco Labastida declaró que, de llegar a la presidencia y para no repetir la incertidumbre que genera la entrada y salida de un equipo económico, para que no vuelva a ocurrir un error de noviembre o de diciembre (de acuerdo a la fuente cambia el mes) que como en 1994 los lleve a una crisis sexenal, tendría la intención de conservar a los mismos mandos, por lo menos en el área económica. Uno de ellos se quedará: es Guillermo Ortiz, cuya responsabilidad en el Banco de México es transexenal, por esa la disputa se da en torno a la secretaría de Hacienda.
Lo cierto es que las acusaciones de las que ha sido objeto Gurría en las últimas semanas parten de información que, evidentemente, han surgido desde dentro del propio equipo gubernamental. Esté sustentada o no la denuncia, nadie obtiene archivos personales de hace 25 años simplemente solicitándolos. Se trata de juego sucio. Las denuncias fueron de la mano con la versión, insistente, de que Gurría dejaría la secretaría de Hacienda para ser candidato a senador y de paso librarse de los famosos candados.
Pero, según Gurría, él no está buscando la senaduría, no ha hecho ninguna gestión en ese sentido y tampoco, por lo menos hasta el miércoles pasado cuando el presidente Zedillo y el propio Gurría viajaron a Davos, ninguna de las dos personas que podrían hacerle ese ofrecimiento, el propio Zedillo y el candidato Labastida, se lo habían propuesto. Gurría insiste en que su objetivo es terminar como secretario de Hacienda esta administración. Sabe que si es así, no es descabellado pensar que podría repetir, por lo menos en el inicio de la próxima administración, si Labastida gana el 2 de julio.
Por otra parte, quizás la salida a esos conflictos se dé por otra vía. Varios de los subsecretarios que de una u otra forma están relacionados con la toma de decisiones económicas son los que podrían aspirar a las senadurías o a diputaciones plurinominales. Se ha hablado de que el subsecretario Tomás Ruiz (un hombre encasillado como tecnócrata pero con indudables aspiraciones políticas) podría ser uno de ellos. Aunque su perfil decididamente está más en la administración y su cercanía con el presidente Zedillo hace difícil pensar que dejará la subsecretaría de egresos en estos momentos, también se ha especulado con que Santiago Levy podría tener su lugar en las listas priístas. Javier Lozano, el subsecretario de comunicación social de la SG, un funcionario que proviene del equipo económico de Carlos Ruiz Sacristán, y también con indudables ambiciones políticas, podría ser senador por su natal Puebla. Si esos movimientos se combinan con la cargada agenda que tienen en estos meses el propio Gurría (Davos, reunión en Cancún de secretarios de Finanzas del Hemisferio, gira de trabajo por Japón a fin de febrero), y de sus dos hipotéticos reemplazantes, Carlos Ruiz Sacristán (que anunciará la decisión del aeropuerto alterno para la capital en las próximas semanas), y de Luis Téllez (metido de lleno en las negociaciones petroleras internacionales y con el encargo presidencial de tratar de que los legisladores acepten avanzar en alguna de las reformas energéticas pendientes), no sería descabellado pensar que Gurría podría quedarse y los movimientos se producirían en Hacienda y en otras áreas económicas, pero en la segunda línea de mando.
Los rumores que tienen origen en la búsqueda de asegurar posiciones desde ahora, también han tocado a un área clave de la administración: la secretaría de la Defensa y a su titular, el general Enrique Cervantes. Se trata de viejas historias revividas una y otra vez sin sustento alguno. La presencia de Cervantes el miércoles en la presentación de la evaluación de la lucha antinarcóticos y su próximo viaje a Estados Unidos para analizar estos temas, tienen otros objetivos, pero, también, sirvieron para desmentir versiones que debilitan una de las pocas instituciones del Estado que sigue funcionando eficientemente, a pesar de las difíciles responsabilidades que ha debido asumir en los últimos años.