Decir que vivir en la ciudad de México suele ser bastante caótico es una redundancia. Esta ciudad es caótica por definición. Pero lo vivido el viernes es mucho más preocupante: no sólo porque la ciudad fue intransitable, no sólo porque en buena medida el caos lo produjeron los propios policías, sino también porque todo ello se ha buscado enmarcar en un conflicto político que, en los hechos, para lo que sirve es para ocultar las causas profundas de lo sucedido.
Decir que vivir en la ciudad de México suele ser bastante caótico es una redundancia. Esta ciudad es caótica por definición. Pero lo vivido el viernes es mucho más preocupante: no sólo porque la ciudad fue intransitable, no sólo porque en buena medida el caos lo produjeron los propios policías, sino también porque todo ello se ha buscado enmarcar en un conflicto político que, en los hechos, para lo que sirve es para ocultar las causas profundas de lo sucedido.
¿Qué pasó el viernes? Hay varias lecturas. Una pública que, como detonante del conflicto, no puede desdeñarse. Por una “falla administrativa”, se le descontó a todos los policías 400 pesos de sus quincenas. Para algunos ello puede no ser causa para detonar una demostración como la del viernes, pero si a cualquiera le desapereciera, como es el caso, un tercio de su salario, sin duda que buscará explicaciones.
Queda claro que en las áreas responsables del gobierno capitalino hay, por lo menos, un grave desorden administrativo para no haber detectado una falla de estas características. Pero, además, el problema va más allá. El mismo viernes en la mañana, criticábamos en este espacio la decisión de las autoridades capitalinas de ordenar a sus fuerzas policiales que no intervinieran de ninguna forma en el conflicto universitario y decíamos que si hay enfrentamientos la policía debe intervenir, si hay delitos debe detener a los responsables, si se le solicita que resguarde o supervise instalaciones que acaban de ser recuperadas para ver en qué condiciones están lo debe hacer, le guste o no políticamente a las autoridades capitalinas las implicaciones de esos hechos. No fue así.
Entonces, cuando la aplicación de la ley y la labor de las policías comienza a ser selectiva, se da un paso más en el deterioro de la gobernabilidad. ¿Por qué, pueden preguntarse lo propios policías que se manifestaron el viernes, ellos no pueden interrumpir la circulación por sus demandas cuando han recibido órdenes de no intervenir en manifestaciones similares de los paristas o de otros grupos?¿porqué sería ilegal patear automóviles cuando todos vimos como se bloqueaba el jueves las puertas del campus universitario volcando carros ante ellas y las policías tenían órdenes estrictas de no intervenir?. La aplicación selectiva de la ley termina siendo siempre, irremediablemente, el mejor camino a su ausencia absoluta.
Pero no es esa la única causa de lo sucedido el viernes y del deterioro de las fuerzas policiales. En los últimos años ha habido una acción conciente de distintos grupos políticos por colocar dentro de los cuerpos policiales activistas que tienen como objetivo lograr control sobre ella y sindicalizar a sus fuerzas. Originalmente, esa operación buscó, iniciado el nuevo gobierno perredista, colocar personal suyo en las corporaciones para lograr con el tiempo el control de las mismas. Pero, una vez más, se hizo de aprendiz de brujo y se desataron fuerzas que hoy ya no se pueden controlar.
De la mano con ello, se debe reconocer que otras decisiones, como lucha contra la corrupción de ciertos cuerpos, como la policía auxiliar, que lanzó el secretario de seguridad pública, Alejandro Gertz Manero, catalizó este conflicto. Paradójicamente, los personajes de reciente ingreso en las policías que se suponía que servirían para el control posterior de la misma han terminado, en la mayoría de los casos, aliados con los viejos grupos de poder, vía los intereses corporativos y la corrupción. Gertz Manero y el gobierno capitalino no tienen un control real ni completo de las fuerzas policiales y de algunos de sus mandos y ello fue, quizás lo más preocupante de lo sucedido el viernes.
Pero hay una tercera lectura, la política. La jefa de gobierno, Rosario Robles pasó en unas pocas horas de declarar que ella no veía ningún caos en la ciudad y que todo estaba en calma y era normal, a decir que lo sucedido era un nuevo cerco político contra el gobierno capitalino, lo que coincidía con una encuesta publicada por un diario capitalino que colocaba a López Obrador en el tercer lugar de las preferencias electorales en la capital.
En realidad, ni las cosas eran normales ni tampoco se percibe un cerco del gobierno federal contra el del DF, al menos en este tema (y tampoco que López Obrador vaya a estar en tercer lugar). Veamos sino: todos los mandos de los cuerpos policiales que se sublevaron el viernes fueron colocados y responden a órdenes del gobierno capitalino, ni uno sólo de ellos depende, en sentido alguno, del gobierno federal. Una vez iniciado el movimiento, en la noche del jueves, no hubo ninguna operación política para frenarlo y nadie ha dado una explicación, ni Rosario, ni Leonel Godoy ni Gertz Manero dieron la cara para abordar el tema con seriedad. De las otras manifestaciones del viernes, una fue del sindicato de Chapingo, también relacionado, vía grupos ultras al PRD, mientras que la otra marcha importante fue del CGH, con agrupaciones de colonos con el Frente Francisco Villa que el PRD ha aceptado como aliado electoral para el 2 de julio. Entonces, se trata, en todos los casos, de actores internos del perredismo y del gobierno capitalino.
Y eso nos lleva a un punto más delicado, a un rumor que comenzó a surgir desde el miércoles, se consolidó e hizo público el jueves y que pudiera explicar buena parte de lo sucedido el viernes. El origen del problema es que la popularidad del gobierno de Rosario Robles está por encima de la que tuvo Cuauhtémoc Cárdenas. Para muchos eso habla bien de Rosario, pero mal de su antecesor. Si las encuestas mostraran que la candidatura de Cárdenas va en ascenso eso no sería problema, pero ésta se encuentra estancada. En muchos sectores del perredismo hoy se habla de que el objetivo es en mantener el gobierno de la capital más que buscar la presidencia.
Sin embargo no es tan fácil. Primero, Cárdenas sigue siendo la figura central del partido del sol azteca. Segundo, se hizo una alianza con otros partidos, muy cara, que implica muchas concesiones en términos de porcentaje electoral y de candidaturas y cuanto menor es el pastel es menos lo que hay por repartir: no olvidemos que hoy, el PRD con la Alianza por México, tiene comprometidos nada menos que un 8 por ciento de los votos para permitirle a sus aliados conservar el registro. Si la candidatura no levanta ¿cuánto le quedará al propio PRD, una vez desagregadas las cuotas de sus aliados?.
Entonces la lucha que se está presentando dentro del PRD es doble: hay quienes ya han planteado la hipótesis de que Andrés Manuel asuma la candidatura presidencial y Rosario Robles se convierta en candidata para el DF. Para neutralizar esa tesis la propia Rosario se ha quejado de que su índice de popularidad es parte de una campaña para afectar la candidatura de Cárdenas. En esa lógica algunos buscan bajar a Robles para no aumentar las presiones internas y la sublevación policial puede ser vista como un instrumento idóneo para encontrar la excusa que se necesita y lo que siempre ha demostrado ser la mejor arma para lograr la unificación de un dividido frente interno: un enemigo externo.