Finalmente, en la madrugada de ayer, los efectivos de la Policía Federal Preventiva recuperaron las instalaciones de la UNAM en una acción que fue, al mismo tiempo, sorpresiva y esperada. Sorpresiva, porque ya había habido tantas falsas alarmas respecto a que ahora sí se recuperaría la UNAM, que las versiones que habían surgido horas antes (en realidad desde que ocurrieron los hechos del martes en la prepa 3) fueron desestimadas por muchos, incluyendo a los paristas que, como se comprobó con el número de detenciones eran en realidad muy pocos. Esperada, porque ya existía conciencia en la sociedad de que la situación era insostenible y que no había salidas de otro tipo: se había aceptado todo y ni siquiera había una sensación de que el diálogo fuera posible. Se había realizado el plebiscito, se había demostrado cuál era la salida que apoyaba la comunidad universitaria, se había intentado recuperar las instalaciones mediante asambleas y movilizaciones estudiantiles y el resultado fue lo ocurrido en la prepa 3. Lisa y llanamente no quedaban demasiadas opciones.
Finalmente, en la madrugada de ayer, los efectivos de la Policía Federal Preventiva recuperaron las instalaciones de la UNAM en una acción que fue, al mismo tiempo, sorpresiva y esperada. Sorpresiva, porque ya había habido tantas falsas alarmas respecto a que ahora sí se recuperaría la UNAM, que las versiones que habían surgido horas antes (en realidad desde que ocurrieron los hechos del martes en la prepa 3) fueron desestimadas por muchos, incluyendo a los paristas que, como se comprobó con el número de detenciones eran en realidad muy pocos. Esperada, porque ya existía conciencia en la sociedad de que la situación era insostenible y que no había salidas de otro tipo: se había aceptado todo y ni siquiera había una sensación de que el diálogo fuera posible. Se había realizado el plebiscito, se había demostrado cuál era la salida que apoyaba la comunidad universitaria, se había intentado recuperar las instalaciones mediante asambleas y movilizaciones estudiantiles y el resultado fue lo ocurrido en la prepa 3. Lisa y llanamente no quedaban demasiadas opciones.
¿Por qué se tardó tanto?. En buena medida por el síndrome 68. Porque la gente tenía que comprender que no había otra alternativa y que la intervención policial no tenía que ser necesariamente una opción represiva. En este sentido, el operativo realizado fue ejemplar: intervinieron fuerzas policiales desarmadas, con órdenes judiciales en la mano, con objetivos precisos y responsables específicos, con visitadores de la comisión nacional de derechos humanos y de la comisión de derechos humanos del DF. Estuvieron las cámaras de televisión, se pudo saber de inmediato cuántos y quienes eran los detenidos. Hubo quienes esperaban que la recuperación de la universidad sería una batalla, incluso se habló del costo que tendría en vidas humanas: no fue así, salvo los ataques de nervios de unas jovencitas no hubo ni golpes ni armas (con la excepción de unos jóvenes que se encontraron con unas bombas molotov que nunca utilizaron). En este sentido, las cosas se hicieron como se debía, no hubo sangre y eso, sin duda, lo agradeceremos en el futuro como sociedad.
Pero tampoco se trata de una medida sin costos. El haber llevado el proceso hasta el final, literalmente hasta el hartazgo de la sociedad, hasta que hubiera una convicción generalizada de que no había otra salida, tendrá costos para las autoridades, tanto federales como del DF, pero sin duda el costo es menor al de prolongar el conflicto y el deterioro de la universidad, o de haber optado por una ocupación violenta de las instalaciones, cayendo en la provocación de los grupos ultras.
En el ámbito de las autoridades, ya lo habíamos comentado en este espacio, había una fecha límite para el conflicto: era el 15 de febrero. Para ese día la universidad tenía que estar funcionando. No era un fecha caprichosa. A partir de ese día, durante la segunda quincena de este mes, comienza la recta final del proceso electoral, comienzan las convenciones para la selección de candidatos a diputados y senadores, de los candidatos a gobernador de los estados que tendrán elecciones, y el conflicto hubiera sido parte del proceso electoral y su solución se hubiera alejado. Había razones también académicas: recuperando ahora las instalaciones se estaría exactamente en el límite para que no se perdieran, en forma irreversible, los dos semestres que estuvo cerrada la Universidad.
Pero la pregunta importante en todo esto es qué viene. En lo penal, sólo queda que se aplique la ley, pero tampoco debe haber excesos. Quien haya cometido un delito que lo pague. Pero no olvidemos que, en su mayoría, los detenidos son jóvenes que pensaban, aunque fuera en forma equivocada, que estaban defendiendo sus derechos. Y en este tipo de cuestiones siempre será preferible la justicia con gracia que la justicia a secas. Pero también debe haber claridad en ciertas cosas: primero, no puede haber impunidad; segundo, hay diferentes grados de responsabilidad; tercero, la ley debe ser mucho más estricta con los personajes extrauniversitarios que participaron en la toma de la universidad, allí los intereses fueron otros y las responsabilidades, por ende, son mayores.
Pero en el ámbito universitario hay desafíos aún mayores. En primer lugar la UNAM debe reabrirse lo más rápido posible, aunque sea por tramos: hay instalaciones notoriamente dañadas que requerirán más tiempo para poder operar con normalidad, pero otras pueden comenzar a funcionar de inmediato. Y ello es una necesidad insoslayable, la comunidad debe estar trabajando y recuperar el tiempo perdido.
Sin embargo, no se trata sólo de tiempo, sino también de tomar conciencia de que ya nada será igual en la UNAM y en buena parte de la educación pública superior del país. El mandato principal del plebiscito fue el Congreso universitario. E inmediatamente las autoridades deben comenzar los trabajos para convocarlo. La UNAM está mal y esta crisis fue más un síntoma que una enfermedad: la UNAM no puede seguir soportando el gigantismo actual, no puede permitir que en ciertas áreas continúe el deterioro académico que ahora sufre; no puede olvidar que estos jóvenes cuyas razones profundas para tanta intolerancia y cerrazón resultan incomprensibles para muchos, son, también, el fruto de la universidad; que dirigentes como el Roco pueden tener más de 50 años, llevar 30 en la universidad, haber aprobado sólo 3 materias en esas tres décadas y sin embargo ocupar uno de los lugares que podría haber ocupado cualquier joven; que personajes como El Mosh pueden seguir considerados estudiantes meritorios aplicando los mecanismos de absoluta falta de exigencia académica que rigen en ciertas carreras; que Mario Benítez o la Pita Carrasco, son dirigentes ultras desde hace décadas y allí están, con posiciones académicas en la universidad que nadie sabe bien como obtuvieron.
El Congreso debe revisar todo en la UNAM. En realidad cuando se habla de una reforma de la Universidad (que se debe extender al conjunto de las universidades públicas del país) los términos se quedan cortos: deberíamos estar hablando de un refundación de la UNAM. Una refundación que abarque todo, desde la estructura, hasta las carreras; desde los programas académicos hasta las exigencias básicas; desde el financiamiento público hasta el número y la distribución de alumnos; desde los salarios de los académicos e investigadores, hasta los requisitos mínimos que éstos deben cumplir; desde los márgenes del propio concepto de autonomía hasta la forma de gobierno de la universidad; desde su dimensión hasta sus excesos burocráticos. Todo debe estar en el debate.
Si la refundación de la universidad tiene éxito, estos diez meses lamentables, tristes, habrán servido para algo, incluyendo para los huelguistas, que los hay y muchos, que participaron de este movimiento con buena fe. Si no es así, si simplemente se aplican reformas cosméticas, este proceso simplemente habrá sido el preámbulo de una crisis futura cuyos costos serán aún mayores. Nadie debería olvidar que en las últimas semanas, la UNAM estuvo más cerca que nunca de desaparecer: nada más y nada menos.