Como se anunció durante el pasado fin de semana, el nuncio apostólico, Justo Mullor, luego de apenas tres años en México, dejará nuestro país para ocupar una posición académica en el Vaticano. Con su partida, se cierra una etapa especialmente difícil, compleja, en las relaciones entre la Nunciatura apostólica con la iglesia mexicana y, de aquella con el poder político.
Como se anunció durante el pasado fin de semana, el nuncio apostólico, Justo Mullor, luego de apenas tres años en México, dejará nuestro país para ocupar una posición académica en el Vaticano. Con su partida, se cierra una etapa especialmente difícil, compleja, en las relaciones entre la Nunciatura apostólica con la iglesia mexicana y, de aquella con el poder político.
He tenido oportunidad de tratar en varias oportunidades a Justo Mullor y siempre me pareció un hombre que llegó a nuestro país con las mejores intenciones, convencido de que tenía que retomar, desde la nunciatura, una labor pastoral que, en su opinión, durante los largos años en que ocupó esa posición su antecesor Girolamo Prigione, había quedado relegada en favor de una intensa labor diplomática. Pero para comprender realmente cómo opera la iglesia en México, las relaciones internas entre sus distintos grupos, las de ésta con el poder político y los partidos, se necesita mucho más que buenas intenciones y comprender, por ejemplo, que el peso de Prigione (nos haya gustado o no su desempeño) estaba basado precisamente en eso: en ese conocimiento interno de las relaciones de poder dentro y fuera de la Iglesia, y todo eso giraba en torno a un objetivo: el restablecimiento de las relaciones Iglesia-Estado.
El objetivo que se le había impuesto a Mullor era institucionalizar esas relaciones, luego de los cambios constitucionales del 92-93. Pues no lo logró, porque nunca enfocó su labor desde esa perspectiva.
Hubo tres distorsiones en la percepción de México que le costaron a don Justo muchos dolores de cabeza y malos entendidos. El primero de ellos deviene de su propia historia personal. Mullor no había trabajado antes en América Latina: su anterior nunciatura había sido en una nación parte del antiguo bloque soviético: en Lituania. En esa pequeña nación báltica cuentan que hizo un excelente trabajo, se ganó el respeto de la ciudadanía y la animadversión de los soviéticos. Esa labor iba en perfecta consonancia con la que había desarrollado desde años atrás Juan Pablo II para contribuir a demoler, desde sus enclaves católicos y con el apoyo estadounidense, el poder de la Europa del Este.
Pero Mullor llegó a México convencido de que llegaba a un país similar, a una nación de partido único, de controles férreos del poder sobre las instituciones religiosas, donde había que contribuir a modificar las relaciones de poder para abrirle el paso a las organizaciones de la fe. Y se equivocó: en muchos aspectos externos se puede confundir la realidad de algunos de aquellos países del Este con la de México, pero cualquiera con un conocimiento mínimo de nuestra realidad hubiera podido comprobar que la situación es muy distinta y mucho más lo son las especiales relaciones que mantiene la iglesia con el poder político y económico y el peso de la misma como un específico y explícito factor de poder propio.
Esa animadversión abierta contra Prigione y el intento de borrar la labor del ex nuncio, propició otro tipo de errores en la labor de Mullor. Olvidó que buena parte de los obispos del país habían sido nombrados durante la gestión de su antecesor. Y si bien era verdad que hubo múltiples enfrentamientos, por ejemplo, entre Ernesto Corripio Ahumada, el antecesor de Norberto Rivera en la arquidiócesis de la ciudad de México, con el propio Prigione, también lo es que en los sucesivos nombramientos que se fueron dando en las principales plazas del país, Prigione fue conformando un episcopado, en el que sin duda existen divergencias internas, pero que está hegemonizado por un ala nacionalista, moderada, conservadora y que se ve a sí misma como un factor de equilibrio en una sociedad donde esos sectores le dan a la Iglesia el peso específico que tiene. Saben en qué medida puede ser factor de estabilidad o de desestabilización política, un aspecto que Mullor intelectualmente comprende pero que a la hora de llevar a la práctica siempre le causó problemas por falta de tacto político.
En este sentido, no se puede ser el nuncio apostólico en México y tener enfrentamientos con un hombre con tanto peso, en todos los sentidos, como el cardenal Norberto Rivera, más aún cuando éste es uno de los posibles sucesores de Juan Pablo II, o con el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda que se ha convertido en un interlocutor privilegiado con todos los actores políticos y económicos del país.
No lo entendió Mullor y decidió dar la pelea en un terreno que no conocía y que, como es lógico, terminó sellando su derrota: Chiapas. Don Justo apostó en la diócesis de San Cristóbal por Samuel Ruiz y por mantener al obispo coadjutor, Raúl Vera López como el sucesor de don Samuel. Lo hizo, una vez más, con buena voluntad: Mullor cree firmemente en la necesidad de compatibilizar una iglesia mestiza con una iglesia indígena, con darle su papel a los indígenas y vio a Samuel Ruiz como un firme exponente de esa posibilidad. Cometió, una vez más, un error de apreciación: implícitamente esa visión era presentada (o por lo menos así era entendida), como una suerte de reclamo a la iglesia mexicana en el sentido de que se había olvidado de sus pobres. Pero además, le terminó creando al propio Mullor problemas en el Vaticano, porque en Roma temen que la iglesia indígena de la que habla don Samuel, se termine convirtiendo con el paso del tiempo en una escisión.
Cuando, en agosto pasado, Samuel Ruiz trató de "madrugar" al propio Vaticano anunciando su retiro de la diócesis de San Cristóbal y anunciando a Raúl Vera como su sucesor, el hecho selló la suerte de Vera (que finalmente sería designado como obispo en Saltillo) pero, además, dejó en entredicho a Mullor con el Vaticano y con los principales hombres de la iglesia en México. No lo sabemos aún, pero no es nada descabellado pensar que ese mal paso se reflejará, también, en la muy próxima designación de un nuevo obispo para San Cristóbal.
Por último, otro equívoco político terminó de golpear a Mullor en su relación con el poder. Y era la percepción de que el Nuncio apostólico impulsaba la candidatura de Vicente Fox a la presidencia. Ello no nos consta, pero sí fue real el acercamiento que hubo entre ellos (como lo tuvo Mullor con otros actores políticos) pero más que un acuerdo tácito muy probablemente se debe haber tratado de una combinación de falta de sensibilidad política, con una percepción personal que ve en Fox, una opción a un sistema que le recuerda mucho, aunque en realidad se parezca poco, al que le tocó vivir a Mullor en Europa del Este.
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En la Alianza por México que encabeza Cuauhtémoc Cárdenas siguen los problemas. Ya habíamos adelantado la situación que priva con Dante Delgado por la candidatura a la senaduría por Veracruz. Ahora es el PT el que dice que no le están cumpliendo los compromisos, amenaza con retirarse de la coalición y, en el DF, por lo pronto, ya habría establecido una alianza con el candidato del PCD, Marcelo Ebrard, en lugar de respaldar a Andrés Manuel López Obrador. Lo dicho: tiempo al tiempo.