Cuauhtémoc Cárdenas es un político en buena medida (y eso habla bien de él) old fashion, es un hombre que más que en las consideraciones pragmáticas tiene la vista puesta en la historia: nació y vivió sus primeros años en Los Pinos, su padre fue el presidente emblemático de la Revolución, le tocó a él mismo en 1988 darle la estocada final al sistema de partido ?prácticamente único?, fue el primer jefe de gobierno electo en la capital del país. El apellido y la historia lo marcan, lo obligan a tratar de cerrar el círculo de su propia vida y llegar a la presidencia de la república. Pero ese objetivo se le escapó en el 88, estuvo muy lejos de poder obtenerlo en el 94 y este 2 de julio parece no ser, tampoco, halagüeño para su causa.
Cuauhtémoc Cárdenas es un político en buena medida (y eso habla bien de él) old fashion, es un hombre que más que en las consideraciones pragmáticas tiene la vista puesta en la historia: nació y vivió sus primeros años en Los Pinos, su padre fue el presidente emblemático de la Revolución, le tocó a él mismo en 1988 darle la estocada final al sistema de partido "prácticamente único", fue el primer jefe de gobierno electo en la capital del país. El apellido y la historia lo marcan, lo obligan a tratar de cerrar el círculo de su propia vida y llegar a la presidencia de la república. Pero ese objetivo se le escapó en el 88, estuvo muy lejos de poder obtenerlo en el 94 y este 2 de julio parece no ser, tampoco, halagüeño para su causa.
Si Cárdenas fuera un político más moderno, más pragmático y menos atado tanto a sus principios como a un grupo que en buena medida lo ha cercado dentro del PRD, hoy probablemente ya tendría resulto el dilema que atenaza su campaña: decidir entre un buen arreglo que le otorgue posiciones en un futuro gobierno opositor, si el candidato mejor posicionado, en este caso Vicente Fox, gana los comicios del 2 de julio, o permanecer a la cabeza de su corriente, arriesgándose a una tercera derrota electoral. Un pragmático habría ya elegido la primera opción, como ya lo han planteado muchos perredistas, entre ellos Ricardo Monreal, no en vano el dirigente de ese partido que mayor conocimiento tiene de la política real. Pero a Cárdenas le pesan, decíamos, la historia y los principios, pero también la relación con un aparato partidario que, en muchas ocasiones pareciera estar pensando más en el futuro, en la herencia, en el 3 de julio, que en la actual campaña.
En lo personal, soy de los pocos que creen que Cárdenas tendría que mantenerse en la lucha, sea cual fuere su porcentaje electoral: la suya, con mayor o menor éxito, es una opción real que va más allá del simple antipriísmo y como tal debería mantenerse. Pero también debemos ser conscientes de que las presiones de la política real, de la búsqueda descarnada del poder, se lo van a impedir.
Cárdenas tiene frente a sí al fantasma de quien fue uno de sus amigos y durante muchos años adversario político: Heberto Castillo. En 1988, el fenómeno Cárdenas hubiera sido muy diferente aquel 6 de julio, si Heberto se hubiera mantenido como candidato presidencial. En cuanto a principios, Heberto tampoco tendría que haber renunciado a la candidatura presidencial del PMS a favor de Cárdenas: vista desde la izquierda la opción del PMS era mucho más sólida, más convincente, y no se sabía hacia dónde se dirigirían finalmente Cárdenas y Muñoz Ledo, sus aliados del PARM, el PFCRN y el PPS eran altamente desconfiables y existía la convicción de que, como ocurrió, una vez entrados en la alianza con Cárdenas, el futuro de la izquierda sería completamente otro: es más, dados los tiempos electorales, el PMS pagaría inevitablemente un costo en posiciones electorales. Heberto Castillo no quería declinar su candidatura: era más que consciente no sólo de las limitaciones de hacerlo apenas un mes antes de las elecciones sino de las diferencias que existían entre su proyecto y el de Cárdenas (diferencias que siempre se mantuvieron, dentro ya del PRD, en los años posteriores entre ambos). Pero declinó porque no tenía otra oportunidad: la presión social era brutal y si no daba ese paso sería acusado de haber bloqueado la posibilidad de un triunfo opositor.
Con todo, para Heberto fue más sencillo porque, asumiendo las diferencias, había constantes ideológicas y personales que permitían un contacto, una convergencia entre sus posiciones y las de Cárdenas. Para éste, el dilema que se le presenta ahora es mucho más complejo: por una parte, la posibilidad actual de que la oposición unida le gane al PRI es mayor que hace doce años. En el 88, prácticamente a nadie se le hubiera ocurrido pedirle a Manuel Clouthier que declinara a favor de Cárdenas, la desconfianza recíproca era demasiada y el oficialismo estaba mucho más embarnecido que ahora. Ello, sin lugar a dudas, aumenta la presión sobre Cárdenas. Pero, por otra parte, la distancia ideológica entre Cárdenas y Fox es tan amplia, que el primero, con toda razón, debe temer que al resignar su candidatura, la historia lo podrá acusar de haber resignado sus principios por un programa y un candidato que implican, objetivamente, el entierro definitivo de una revolución mexicana que Cárdenas sigue reivindicando y que es la razón de ser de su historia política.
Si no declina, y su campaña no se torna realmente competitiva (hoy, digan lo que digan sus hombres más cercanos, no lo es) deberá soportar la acusación de haber sido el responsable de que el PRI se mantenga en el poder.
No quisiera estar, hoy, en el lugar de Cárdenas: ¿debe seguir adelante al costo que sea? ¿debe allanarse a una alianza que no le convence pero que la opinión pública considera políticamente correcta? ¿quiénes de los que se le acercan y lo aconsejan de que se mantenga en la lid lo hacen de buena fe, cuántos no están pensando ya en las posiciones que ocuparán una vez que el ingeniero quede fuera del proceso político con una tercera derrota electoral, cuántos no le aconsejan declinar porque ellos mismos ya han negociado posiciones futuras con el foxismo? ¿A qué y a quiénes debe apostar Cárdenas en este momento?. Son preguntas demasiado complejas, demasiado delicadas.
Pero son preguntas que deben tener una respuesta rápida. Lo peor que podría hacer Cárdenas es esperar a ver qué sucede y terminar declinando como lo hizo Heberto a unas pocas semanas de las elecciones. La sobrereacción a la información que presentamos sobre un encuentro Cárdenas-Fox y sobre las condiciones que podrían haberse establecido para una decisión de ese tipo, puede explicarse de muchas formas, una de ellas es que adelantó los tiempos para tomar o no una decisión. Es verdad, pero también lo es que cuanto más pase el tiempo y más cerca esté el 2 de julio, la decisión dependerá menos de los compromisos y la voluntad consciente y mucho más de las presiones de una opinión pública que podría estar para esas fechas demasiado polarizada para entender de razones, de historias y de principios.
Por cierto, no se debería perder de vista, en todo esto, la situación legal de Andrés Manuel López Obrador. Como decía Milenio Diario este fin de semana, la situación respecto a su registro dista de estar definida, aunque no lo vean así el propio Andrés Manuel y su equipo: existe una controversia legal y, sin duda, el PRI objetará su registro argumentando que no reúne los requisitos de residencia: tiene argumentos para, por lo menos, dar la pelea. Pero, si además, no hay convergencia entre opositores y el PAN también lo objeta, la situación legal de la candidatura de Andrés Manuel se tornará realmente compleja y los costos para el perredismo, de caerse esa candidatura, pueden terminar siendo dramáticamente altos.