El priísta Francisco Labastida acusa a Vicente Fox de beneficiarse y de haber vivido del Fobaproa. Fox dice que los priístas son unos rateros, califica de ?chícharo? al vocero de Labastida, Fernando Solís Cámara y le pide al abanderado del PRI que no sea ?mariquita? y que no ataque a su familia. Porfirio Muñoz Ledo, para tratar de aparecer, dice que el PRD utilizó recursos públicos para financiar al CGH en el conflicto de la UNAM. Cuauhtémoc Cárdenas que se había mantenido fuera de la guerra, quiere también sus ocho columnas, se presenta en Guadalajara y sin que medie pregunta alguna, declara que el partido que postula a Muñoz Ledo, el PARM, fue en realidad organizado por la secretaría de Gobernación, y no dude usted que mañana, en cuanto regrese de La Habana, Porfirio tendrá un largo repertorio con qué atacar a Cárdenas. Son todos contra todos, pero todos, a su vez, coinciden en algo: la culpa es del mensajero, de los medios que ?los obligan? a entrar en este debate.
Si las encuestas y el sentido común tienen razón, la diferencia que separará a Francisco Labastida Ochoa y Vicente Fox el próximo domingo será relativamente pequeña, independientemente de cuál de ellos finalmente gane la elección presidencial. Como también es indudable que el PRD terminará jugando, en uno u otro sentido, una suerte de papel de partido bisagra para garantizar de alguna forma la gobernabilidad y la conformación de mayorías, ya sea con el ganador de las elecciones o con el resto de la oposición.
Por eso tan importante como saber quién ganará la elección presidencial es saber cómo quedará conformado el congreso después de la elección del próximo domingo. No se trata de un tema menor. Paradójicamente, las campañas de senadores y diputados prácticamente no se han visto. Como que todos han decidido arrastrar a sus diputados y senadores con base en el voto presidencial y si le preguntamos a la mayoría de los electores quiénes son sus candidatos a diputados locales o federales en su distrito va ser difícil que siquiera sepan su nombre.
Sin embargo, gane quien gane las elecciones presidenciales, la enorme mayoría de las propuestas y promesas de campaña, para convertirse en realidad tendrán que ser aprobadas por el congreso, un congreso en el que probablemente no haya mayorías unipartidarias y que será muy difícil que se pueda controlar desde la presidencia de la república. Y eso se podría aplicar, por primera vez, no sólo a la cámara de diputados, que ya en la actual legislatura no tuvo ninguna mayoría monocolor, sino incluso en lo que se ha dado en llamar la válvula de seguridad del sistema: la cámara de senadores.
¿Cómo pueden quedar conformadas ambas cámaras? Para saber cómo pueden quedar los grupos parlamentarios tenemos que ir, primero, a las elecciones federales del 97. En el caso de la cámara de diputados tenemos que recordar que ésta se conforma con los diputados de mayoría relativa, que son los que ganan los 300 distritos electorales en los que se divide el país y recordar que se ganan por mayoría de votos, es decir, un partido puede ganar un distrito por un voto de diferencia o por diez mil. Y después hay 200 diputados que se reparten de manera proporcional a la votación que sacó cada partido en las cinco circunscripciones en las que se divide el país.
¿Qué fue lo que pasó en el 97?. Si unimos la votación del PAN y del Partido Verde Ecologista, nos da el 31 por ciento de la votación, el PAN ganó 66 distritos de mayoría, o sea el 22 por ciento de los distritos. Sin embargo, el PRI que tuvo el 40 por ciento de la votación ganó 149 distritos de mayoría, prácticamente la mitad de los distritos en disputa con 40 por ciento de los votos. ¿Por qué esta diferencia? Porque el voto del PAN, por lo menos en 97, estaba muy concentrado en municipios muy importante y muy poblados como Guadalajara y Monterrey, pero que se reflejan en relativamente pocos distritos. Esos centros urbanos le dan muchos votos pero, comparativamente, pocos distritos y pocos diputados de mayoría, comparados con el número global en disputa.
¿Cómo se puede reflejar eso en esta legislatura? Como la elección está muy cerrada partamos de la base de que ambos, Labastida y Fox, oscilan en el 39 por ciento de los votos, independientemente de quién gane la elección presidencial. Pues bien si partimos de esa base de votación y extrapolamos los resultados del 97 a esos porcentajes, tendríamos que el PAN con el 39 por ciento de la votación, gane o pierda la elección presidencial, podría ganar 86 distritos.
Pero, con el mismo 39 por ciento, el PRI podía obtener 148 de mayoría. El PAN ganaría 20 distritos más que en 97, teniendo un 8 por ciento de votación más, y el PRI teniendo la misma votación que ese año, estaría perdiendo sólo un distrito. Si se reparten las curules de representación proporcional, el PAN quedaría finalmente con 164 diputados contra 226 del PRI. Y eso sería independiente de quién ganara la elección presidencial.
Por su parte el PRD, o mejor dicho la Alianza por México, siguiendo este mismo patrón, obtendría unos 110 diputados. En 97, el PRD obtuvo el 29 por ciento de la votación y con eso le fue suficiente para ganar 85 distritos de mayoría: en otras palabras, con una votación más baja que la del PAN, obtuvo 20 distritos de mayoría más que el partido blanquiazul y tuvo un grupo parlamentario más numeroso. Si, siendo optimistas, el PRD alcanza en esta elección, por ejemplo, el 22 por ciento de los votos, siete menos que en 97, extrapolando esos resultados bajaría su caudal de diputados de 143 a 110 legisladores.
De esta forma tendríamos una Cámara de Diputados con el 33 por ciento de sus miembros del PAN, 45 por ciento de los diputados del PRI y 22 por ciento de diputados del PRD. Y ese porcentaje se daría independientemente de que gane Vicente Fox o Francisco Labastida la elección presidencial, partiendo de una votación similar para ambos de entre 39 y 40 por ciento de los votos. Y ello, sin duda, les dificultaría la gobernabilidad. Y en este caso, el fiel de la balanza, ese partido bisagra, al que aspiraban a convertirse alguno de los partidos pequeños, terminaría siendo el PRD, y en mucho menor medida el PDS, si como se supone obtiene el registro.
¿Pueden tener movimientos esas cifras? Sí, porque de 97 para aquí, ha habido cambios importantes en la geografía política. Por ejemplo, en el Estado de México en 97, el PRD ganó 15 distritos y el PAN sólo cuatro. Pero en 99 fue la elección de gobernador y la situación electoral se movió radicalmente y la segunda fuerza electoral fue el PAN, muy cerca del PRI. La lógica permitiría pensar, que esos cuatro distritos que ganó el PAN se van a incrementar y que los 15 del PRD seguramente serán menos. Pensemos en el DF. En 97, el PAN ganó sólo uno de los 30 distritos y el PRI ninguno, pero va a ser muy difícil que se pueda repetir un fenómeno igual que, de los 30 distritos, 29 sean para el PRD y uno para el PAN. Entonces, revisando todos los estados donde ha habido elección, se pueden hacer cambios respecto a las estimaciones basadas en extrapolar el 1997. Así se podría estimar que el PAN puede tener 23 distritos más de los que habíamos calculado, que el PRD puede perder 8 por lo menos y el PRI podría perder otros 15. Incluso así nos quedaría que, con la misma votación para la presidencia (39, 39 y 22 por ciento respectivamente) el PAN tendría 187 curules, contra 211 del PRI y 102 del PRD. De esa forma el 37 por ciento de la Cámara la tendría el PAN, 42 por ciento el PRI y 20 por ciento el PRD.
Ese es el panorama que se vislumbra en la cámara de diputados. No cambia mucho en el senado de la república, donde no sería descabellado pensar que el PRI pudiera quedar con la primera minoría pero, quizás, sin la mayoría absoluta.
Para ello tenemos que partir de la base de que no habrá, en la enorme mayoría de los casos voto diferenciado: que la gente no votará por un partido para la presidencia y por otro para senadores de mayoría. Recordemos también que la cámara alta se conforma por dos senadores de mayoría por cada estado de la república, un senador por cada estado correspondiente a la fuerza que quedó en segundo lugar y, además, de una lista de 32 senadores se reparten las curules de acuerdo a la votación porcentual de cada partido. Eso nos da 64 senadores de mayoría, 32 de primera minoría y otros 32 de representación proporcional: o sea 128 senadores.
El cálculo de senadores es más sencillo que el de los diputados. Hay que estimar quién ganará cada uno de los estados partiendo, por ejemplo, de qué partido los gobierna y de sus porcentajes históricos de votación. En este sentido, hay casos claros: en Aguascalientes, por ejemplo, el PAN ganará sus dos plazas de mayoría y el senador de primera minoría debe ser para el PRI. Baja California, sería igual. Chiapas, tampoco será sorpresa: ganará el PRI y normalmente el PRD irá como primera minoría. Colima, Coahuila, Durango, Guanajuato, Guerrero, Hidalgo, Jalisco, Nuevo León, Tamaulipas, Veracruz, Yucatán, son todos estados muy previsibles. Otros lo son menos, como los gobernados por coaliciones PRD-PAN (Baja California Sur o Nayarit) o aquellos que como Campeche tuvieron movimientos internos en la oposición importantes.
De todas formas partiendo de los estados que gobierna cada partido y de los movimientos que se han dado en los últimos meses (cambios de partidos de dirigentes locales, etc), se podría estimar que el PRI tendría asegurados 36 senadores de mayoría, y que, mínimo, como primera minoría tendría otros 13. Con los porcentajes que dan las últimas encuestas tendría 13 senadores de representación proporcional, lo que nos da un total de 62 senadores para el PRI. El PAN tendría 22 de mayoría relativa, es decir ganaría en 11 estados y de primera minoría le quedarían unos 15 y de representación proporcional 11, le dan 48. El PRD ganaría en tres estados, ahí tendría 6 de mayoría relativa, 4 de primera minoría y 8 senadores de representación proporcional. En total 18. Todo esto nos da una Cámara de Senadores donde el PRI tiene 48 por ciento de las curules, el PAN 38 por ciento y el PRD el 14. La lucha será feroz, porque la diferencia para el PRI entre tener mayoría y ser la primera minoría es de sólo cuatro senadores, un par de estados pueden hacer la diferencia.
Si estas estimaciones se tornan ciertas podríamos, en dos casos extremos, tener a un PRI en la presidencia pero sin mayoría en ninguna de las dos cámaras, sin la válvula de seguridad que es el senado, o a un Vicente Fox que, ganando la presidencia de la república, no sólo no tendría mayoría propia sino que incluso tendría menos diputados y senadores que el PRI. El punto, el desafío, entonces, independientemente de los resultados del 2 de julio, estará en garantizar la estabilidad y la gobernabilidad. Y para ello se requerirá de muchas habilidades políticas, partiendo de un escenario poselectoral inevitablemente polarizado.