La declaración del embajador Jeffrey Davidow respecto a que México se ha convertido en una suerte de sede del narcotráfico mundial, donde cada cártel tiene algo así como una sucursal, es, sin duda, controvertida, sobre todo porque sigue sin aceptar que el problema del narcotráfico es internacional y continental, porque sigue sin aceptar que sin un mercado como el de Estados Unidos donde se consumen la mitad de las drogas del mundo y donde se quedan, según las cifras más conservadores (que son las que maneja Barry Mc Caffrey, el zar antidrogas de ese país) nada menos que unos 57 mil millones de dólares anuales producto del propio tráfico, el narcotráfico no tendría ni la dimensión ni el peso actual ni sería el principal problema de seguridad nacional para países como el nuestro.
La declaración del embajador Jeffrey Davidow respecto a que México se ha convertido en una suerte de sede del narcotráfico mundial, donde cada cártel tiene algo así como una sucursal, es, sin duda, controvertida, sobre todo porque sigue sin aceptar que el problema del narcotráfico es internacional y continental, porque sigue sin aceptar que sin un mercado como el de Estados Unidos donde se consumen la mitad de las drogas del mundo y donde se quedan, según las cifras más conservadores (que son las que maneja Barry Mc Caffrey, el zar antidrogas de ese país) nada menos que unos 57 mil millones de dólares anuales producto del propio tráfico, el narcotráfico no tendría ni la dimensión ni el peso actual ni sería el principal problema de seguridad nacional para países como el nuestro.
Puede ser verdad que, como dijo Davidow, radiquen en México sucursales, representantes, de todos los cárteles del mundo. No olvidemos que, por ejemplo, durante la guerra fría, todos los sistemas de inteligencia y espionaje del mundo tenían importantes oficinas en México: evidentemente no les interesaba tanto espiar lo que sucediera o dejara de suceder en nuestra vida política y económica, sino que México constituía una magnífica base para operar sobre Estados Unidos y para éstos lo era para el contraespionaje respecto a sus aliados y adversarios. Algo similar ocurre ahora: probablemente todos tienen sus sucursales aquí, pero, sin duda alguna, todos, absolutamente todos, operan en Estados Unidos, porque es allí donde comercializan su mercancía, donde tienen su principal mercado y donde lavan el dinero producto del tráfico.
Y el certificador, que es feroz juzgador de sus vecinos, actúa con inconcebible tolerancia con esos cárteles que operan en su territorio. El propio Davidow lo decía esta semana: en Estados Unidos no hay cárteles, entonces ¿cómo llega la droga a las calles, quién permite que unos 20 millones de estadunidenses consuman drogas "socialmente", que seis millones sean adictos, quién lava nada menos que 57 mil millones de dólares anuales?.
Es verdad que, como dijo Davidow, hay un millón de presos en las cárceles de Estados Unidos por el tráfico o consumo de drogas: son por primera vez más los jóvenes que están presos por esas causas que sus estudiantes universitarios. Pero también lo es que de los verdaderos jefes de los cárteles estadunidenses no se sabe ni el nombre, ni tampoco existen esquemas de investigación para establecerlos. Cuando se le pregunta a las autoridades de nuestros vecinos del norte, quiénes manejan el narcotráfico en su país hablan de los colombianos, los mexicanos, los orientales, los jamaiquinos o los rusos, pero nunca de los suyos, nunca aparece un WASP dirigiendo una organización criminal, ni mucho menos está preso o es perseguido.
A mediados de 1999, en su primera comparecencia ante la comisión del tema en el congreso, al nuevo director de la DEA, Dionne Marshall, se le preguntó cómo operaba el narcotráfico en Estados Unidos: el reemplazante de Thomas Constantine, tuvo que reconocer que no lo sabían y que tampoco sabían quiénes eran las principales cabezas del tráfico en el país. No crea usted que el Congreso estaba demasiado preocupado en ese capítulo: era la primera comparecencia que tenía un director de la DEA para abordar esos temas en una década.
La imagen de Davidow sobre la relación internacional de los cárteles es correcta hasta que llega a la frontera estadunidense donde está el corazón y el cerebro del Frankenstein del narcotráfico. Allí para el embajador, los poderosos cárteles se convierten en un ejército de comercio minorista que, como dicen sus autoridades para ser políticamente correctos, tiene un "alto contenido étnico" o sea, traducido, que es manejado exclusivamente por inmigrantes. Simplemente no es verdad, y es esa negativa lo que transforma un apunte sobre nuestra realidad, que puede ser correcto en muchos aspectos, en el más vulgar intervencionismo.
Davidow no es un hombre ignorante del fenómeno del narcotráfico, sabe cómo funciona, es un diplomático experimentado y no realizó éstas declaraciones bajo presión, sin pensarlo. Tampoco se trató de un problema de traducción, como algunas autoridades han dicho, porque las declaraciones no sólo fueron en español: están grabadas. Y tampoco subestimemos al embajador: no es un improvisado.
La razón en todo caso hay que buscarla en la situación interna de Estados Unidos y en la necesidad que tiene la Casa Blanca, de vacunarse, antes de que concluya el periodo de certificación, en un tema que se le puede salir de las manos. La Casa Blanca necesita certificar a México y, al mismo tiempo demostrar que presiona y que tiene control sobre el tema, para evitar que el debate en el Congreso dañe al ejecutivo. Más aún cuando los dos principales precandidatos, George Bush Jr. y Al Gore, tienen flancos débiles en sus historias personales en el consumo de drogas.
A Davidow le ha tocado presionar a México, pero otros funcionarios estadunidenses, incluyendo al propio McCaffrey han presionado en estos días a Colombia, una información de la DEA "descubrió" que Haití se ha convertido en un centro importante de envío de drogas y el esquema se repite, con exactitud, en todos los países del área.
Eso no elimina las presiones del Congreso pero las coloca en otra dimensión. No le preocupa al gobierno estadunidense, la presión de los grupos ultras que desde hace años han comprado este discurso con intereses particulares, sino que en plena recta final de su mandato y cuando quiere presumir que ha tenido algunos éxitos en la batalla contra las drogas (que son más el producto de la manipulación de las cifras que de logros reales) se le venga encima un alud de presiones sobre el tema.
A los legisladores que tradicionalmente cuestionan la certificación a México y otras naciones, les tienen tomado el tiempo: Jesse Helms, además de profundamente conservador, es el abogado de las empresas tabacaleras de Carolina, tanto o más cuestionadas dentro de su propio país que muchos narcotraficantes. Para Helms ser azote de otros países sobre el narcotráfico es una necesidad para desviar la agenda interna de la industria del tabaco que es lo que realmente le interesa.
Pero el principal impugnador de México es el representante demócrata John Mica, un republicano de Florida, que preside el subcomité de Justicia Criminal, Política de Drogas y Recursos Humanos de la cámara de representantes. Mica cambió el eje en los últimos meses y en lugar de impugnar la certificación, se ha dedicado a impulsar la ley antinarcóticos destinada a castigar empresas e instituciones financieras que pudieran tener relación con el narcotráfico. Al mismo tiempo es el más firme impulsor de exigir a México que los agentes de la DEA puedan opera en territorio nacional armados. En el último proceso de certificación en el periódico de la secta Moon, el Washington Times, publicó un extenso artículo en el cual acusaba de complicidad a la administración Clinton con México en el narcotráfico.
Pero el caso de Mica es ejemplificador. Mica es representante por el distrito 7 de Florida, localizado en los suburbios de Orlando y Daytona Beach. En ese distrito no hay casi población latina, apenas un 6 por ciento contra un 90 por ciento de anglosajones. En ese distrito, sin embargo, las propias autoridades locales han calificado al consumo de drogas de una verdadera "epidemia": en ese distrito, el número de muertos por sobredosis superó en 1998 el de muertos por homicidios y se considera que el 80 por ciento de los delitos que se cometen está relacionado con el consumo de drogas. Además, según investigaciones oficiales del gobierno estadunidense, esa zona de Orlando está considerada uno de los principales puntos de ingreso de heroína a los Estados Unidos. Esa heroína no proviene de México, como tampoco la mayor parte de la droga que se consume en ese distrito ni son mexicanos los traficantes que allí operan. Pero Mica no tiene interés en atacar ese problema, ni de saber de dónde proviene esa droga, quien la introduce y comercializa: sin embargo, eligió a México como enemigo ¿quizás para no molestar a los verdaderos introductores?.
Son distintos, por ejemplo, los intereses de la senadora de California, Dianne Fannstein, una mujer en muchos sentidos progresista, talentosa y que libra, también, una batalla personal contra el tráfico de drogas en México, por una razón tan dura como lamentable: uno de sus hijos murió de una sobredosis en Tijuana. Debe ser una carga personal muy pesada.
Sin el menor lugar a dudas, el narcotráfico es muy poderoso en nuestro país, y quizás Davidow tiene razón cuando dice que aquí están radicados la mayoría de los cárteles del mundo. Pro sostener que con solo cruzar las fronteras e introducirse en el principal mercado del mundo, que casualmente es el país que representa, esos cárteles se convierten en simples redes de distribución al menudeo, es, por lo menos, de un cinismo feroz. Peor aun, quizás no sea esa la voluntad del embajador, pero con declaraciones de ese tipo, en lugar de atacar al narcotráfico, en México y en su propio país, lo que hace es fortalecerlo.